jueves, 4 de diciembre de 2014

Una vida que no es vida


Cada día igual. Ya estoy harto de vivir esta vida aburrida y miserable. Un día de estos haré algo gordo solo para escapar de la rutina. Mira, el frutero ya tiene abierta la tienda y son solo las siete. Este también parece que solo vive para trabajar. Y no digamos de la panadera, levantada desde las cinco para que el personal tenga a punto su croissant o su “coca de vidre”. Qué vida esta. Porca miseria. Si me vuelvo a reencarnar, quiero ser un ricachón que no necesite madrugar para ganarse la vida, que viva del trabajo de los demás. ¿Explotador? Pues ¿por qué no? Ya estoy harto de la rectitud, de la moralidad. Total, ¿para qué? Si estamos de paso, más vale pasarlo bien aunque sea a costa de los demás. Digo.

Bueno, quizá me he pasado un pelín. Tampoco es eso. De hecho, no creo en la reencarnación, así que… Pero ¿cómo puedo salir de este bucle? Trabajo para vivir y vivo para trabajar. ¿Para cuándo disfrutar de una vida relajada y gratificante? Si hubiera nacido en el seno de una familia capitalista... Pero no, tuve que pertenecer a la llamada clase trabajadora.

Mierda de vida. Y todos esos hacen la misma cara de estar hartos como yo. Mírales, si parecen autómatas. Todos cabizbajos, apresurados para no llegar tarde a la oficina, donde pasan, también como yo, tres cuartas partes de su vida y todo por una miseria de salario.

Toda mi vida es una repetición de actos, desde que me levanto hasta que me acuesto y aunque los fines de semana sean diferentes, también están repletos de rutina, de una rutina distinta pero rutina al fin y al cabo.

Soy como una máquina programada, como un robot, sin vida propia, siguiendo los dictámenes de los demás, de los de arriba y sin derecho a quejarme.
 
 
Y Rodolfo se sienta, cansado ya a las ocho de la mañana, después de más una hora de trayecto, en ese cubículo que conforma su reducido espacio de trabajo, en una esquina de la planta de administración, dentro de ese edificio siniestro de aspecto vetusto, construido dos siglos atrás.

Cada día repite la misma operación: Se sienta, levanta la vista por encima de la montaña de papeles que recubren su escritorio y examina lo que le rodea. Mira el calendario de pared, donde va tachando con rotulador rojo los días que pasan, como si de un reo se tratara. Mira la puerta de cristal opaco del despacho de su jefe para ver si su sombra delata que ya está en su puesto, dispuesto a dar órdenes. Mira a los compañeros de trabajo que, cada día a la misma hora, se toman un café en el rincón opuesto, que han acondicionado para ello y al que llaman pomposamente office. Mira a esa chica, entrada en carnes, teñida de rubio, de escote creciente y falda menguante, que nunca le devuelve su saludo.

Y cada día ve lo mismo. Ve caras de circunstancias, caras de desolación, caras de aburrimiento. Ve cómo charlan intentando animar una conversación que, al poco, fallece de aburrimiento. Ve alguna que otra tímida sonrisa, sonrisas forzadas para quedar bien con el interlocutor. Ve cómo la secretaria del departamento, la de pelo azabache, y que también pasa de él, se levanta rauda para atender la llamada del gran jefe que, cada día, exactamente a la misma hora, la reclama para despachar los asuntos pendientes. Ve, en definitiva, que empieza una nueva jornada de trabajo que de nueva no tiene nada.

Siente que la vida se le escapa sin hacer nada de provecho. Siente impotencia por no atreverse a romper con todo, empezando por romperle la cara a ese jefe déspota y prepotente y decirle, antes de rompérsela, todo lo que piensa de él y del departamento para el que trabaja. Siente ganas de salir corriendo pero se siente atrapado en una especie de laberinto. Siente lástima por sí mismo porque no se siente capaz de luchar contra todo lo que tanto desprecia, por no poder romper unos lazos invisibles que lo tienen atrapado.
 
 
Pero hoy la sensación de repetición es aún peor, más intensa. No sabe lo que le ocurre porque es la primera vez que lo experimenta. Debe ser lo que llaman un déjà vu pues lo que ve y oye le resulta, no solo familiar, sino como si ya lo hubiera visto y oído con anterioridad. Y muchas veces.

Se siente extraño, muy extraño, como si sufriera un desdoblamiento, no sabría cómo explicarlo. Es como si lo estuviera viendo todo desde fuera, de una forma extracorpórea, como si su cuerpo y su alma se hubieran separado por un momento y fuera ésta la que estuviera visionando, desde otro plano, la película de su vida.

De pronto, se da cuenta de lo que le ocurre. De pronto, lo ve claro. Todo tiene sentido. No sabe si reír o llorar. ¡Qué iluso ha sido! ¿Cómo no se había dado cuenta? Ahora entiende por qué nadie repara en él, por qué le ignoran. Ahora comprende por qué sus compañeros y compañeras no le prestan atención y ni siquiera cuentan con él para tomar esas cervezas que se toman en el bar de la esquina, casi todas las tardes, al salir del trabajo, o para salir a almorzar. ¿Almorzar? Ahora que lo piensa, no recuerda haber ido a almorzar ni un solo día desde que entró a trabajar en esa oficina hace… ¿cuánto tiempo hace?.

Solo se le ocurre una prueba para salir de dudas. Solo con pensar que su sospecha se haga realidad, se le eriza el vello y se le pone la carne de gallina.

Ni corto ni perezoso, se levanta de su silla y se planta, con los brazos extendidos, en medio de la sala que comparte con el resto del personal administrativo y que a aquella hora está más transitada que nunca, no en vano es la hora del almuerzo.

Rodolfo se queda sin aliento, paralizado. Estaba en lo cierto. Lo único que ha experimentado ha sido como una descarga eléctrica y una pequeña sacudida cuando el cuerpo de su jefe le ha traspasado limpiamente, siguiendo su curso hacia la salida sin inmutarse.

Ahora entiende, por fin, por qué su existencia presente, pues no sabe si llamarla vida, es tan anodina y repetitiva. Ahora recuerda quién era: un gris funcionario, un hombre solitario e insociable, que no supo hacer de su vida algo digno de ser vivido y ahora, se encuentre donde se encuentre, está condenado a repetirla hasta el infinito.
 

 

5 comentarios:

  1. Pues eso ya es el colmo, encima de lo rutinaria que es la vida, que se tuviera que vivir otra vez con las mismas sensaciones patéticas, jajaja. Menos mal que de vez en cuando hay momentos estupendos aunque efímeros.
    Fíjate mi rutina: he salido a la compra hace un rato, y resulta que me encuentro todo cerrado, !pensé que era un sábado normal¡ jajaja.
    Como siempre un placer pasar por tus letras Josep.
    Un abrazo y buen fin de semana.

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    1. La rutina hace que nos olvidemos del día que vivimos, nos hace autómatas. Así que, de vez en cuando, hay que desconectar de la monotonía y hacer cosas nuevas. A veces hay que poner un poco de imaginación para darle un nuevo sabor a la vida.
      El pobre Rodolfo ni siquiera se había dado cuenta que estaba muerto hasta que tuvo esa revelación que le hizo darse cuenta de su verdadera naturaleza.
      Hay quien cree que si no haces bien las cosas en esta vida, estás obligado a reencarnarte para hacerlas mejor. No creo en la reencarnación pero no es una mala idea, así iríamos mejorando hasta lograr la perfección.
      Es un placer tenerte como lectora.
      Un abrazo.

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  2. Yo tampoco creo en la reencarnación, pero no estaría nada mal que siendo nosotros mismos, tuviéramos otras dos más, la segunda para aprender de la primera, y la tercera que ya se ha aprendido, vivirla plenamente, jajaja. Algún poemilla escribí de lo mismo hace tiempo, si lo encuentro te lo dejo aquí....

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  3. Había oído hablar de muertos en vida, pero estarlo tanto que ni siquiera se es consciente de la expiración es sobrecogedor. Y si, además, estás obligado a repetirlo eternamente… Uff, los pelos de punta. Como dijo Abraham Lincoln: "Al final, lo que importa no son los años de vida, sino la vida de los años" :-)

    Un buen relato, Josep, impecable además en su consecución. Un placer leerte.

    Un fuerte abrazo

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    1. Muy amable, Mari Carmen, por leerme y dejar tu comentario. Me alegro que te haya gustado. Este relato ha sido una de las tareas encomendadas por mi "profe" del taller de escritura creativa al que asisto. Se trataba de escribir una historia con una introducción en monólogo, un nudo en "Aleph" y un desenlace en clave "Epifanía" (revelación). Y así me salió lo que has leído.
      Un abrazo.

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