viernes, 2 de octubre de 2015

Todo empezó y acabó en verano (1ª parte)



Nunca le he contado a nadie mi frustrado inicio como escritor. Solo a ti, lector, porque no me conoces. Aun recuerdo aquel verano, aquella noche y aquella fiesta. Y a Ágata, por supuesto.

Asistí al evento gracias a Joan, mi vecino y amigo, que conocía mis flirteos con la literatura y que -entonces todavía no lo sabía-, estaba secretamente enamorado de mí. Me convenció porque, según me aseguró, asistirían personas que podrían dar un espaldarazo a mi incipiente carrera literaria. “Quizá sea tu noche de suerte, pues seguro que entre los invitados hay algún editor”, fue todo lo que me dijo. Y eso fue más que suficiente para que aceptara la invitación.

La velada la organizaba un famoso empresario, cuyo nombre omitiré por prudencia, y a la que solo invitaba a sus amigos -entre los que Joan se vanagloriaba de poderse contar-, solos o acompañados de sus respectivas parejas. Era la cena de despedida de las vacaciones de verano que se celebró, en aquella ocasión, el dos de septiembre, en su casa de Palamós.

Siempre recordaré la escena al descender por las escaleras que daban al jardín. Serían las ocho, ya había oscurecido y los cientos de farolillos que iluminaban el lugar le daban un ambiente mágico, realzado por una música cautivadora. Todos los invitados reunidos alrededor de la piscina iban vestidos de etiqueta, los hombres de esmoquin y las mujeres con vestido de noche, a cual más espectacular. Yo iba, en cambio, en plan casual aunque (yo era un “pijo” por aquel entonces) con ropa de marca. “No te preocupes, estás guapo te pongas lo que te pongas” –me había dicho Joan.

Era, con mucho, el más joven de los allí reunidos, lo cual me hizo sentir inseguro, no sé muy bien por qué. A los pocos minutos de llegar, Joan me dejó un momento solo, lo que aproveché para tomar una copa de cava de una bandeja que llevaba en alto un estirado camarero. Cuando tuve la copa en la mano y miré a mi alrededor, me sentí abandonado. No conocía a nadie, excepto a mi amigo y acompañante que no veía por ninguna parte. Mis ojos recorrieron docenas de caras esperando –algo absurdo- encontrar alguna conocida. Pero no fue así. Todo el mundo estaba enfrascado en sus charlas. Nadie me miraba, nadie me prestaba atención. Excepto ella. Desde un rincón del jardín una mujer morena me observaba como si hubiera descubierto un espécimen extraordinario para su colección de insectos. Solo que su mirada iba acompañada de una sonrisa que me cautivó de inmediato. Mis piernas, sin que yo les diera permiso, se pusieron en movimiento hacía aquella mujer que, sentada sola, me atraía como un imán.

Calculé que tendría unos cuarenta y pocos. Aunque yo tenía por entonces veinticinco, me vino a la cabeza la película “El Graduado”, yo interpretando a Benjamin Braddock y ella a la señora Robinson. ¡Qué estupidez! Tal era el influjo que ejercía aquella mujer de ojos verdes sobre mí, un amante todavía inexperto a pesar de mi edad. Pero el motivo de este relato no es contar mi desafortunada y pobre vida amatoria sino mis peripecias como escritor novel.

Cuando estuve frente a ella, me tendió la mano presentándose con un simple “hola, soy Ágata, ¿y tú?” No sé qué fue lo que más me sedujo, si su voz aterciopelada, su boca sensual o sus ojos claros y rasgados que sonreían más que sus labios. Al poco de haberme sentado a su lado me alegré de haber aceptado la proposición de Joan. No sabía qué me depararía aquella noche pero solo por haberla conocido ya había valido la pena. No me explicaba cómo una belleza como aquélla pudiera estar sola. Y eso fue lo que le pregunté justo después de haberle dicho mi nombre.

-Si lo que quieres saber es si tengo pareja, no, no tengo –me contestó con una sonrisa seductora.

En pocos minutos intuí que Ágata iba a ser muy importante en mi vida. Mi atracción por ella iba más allá de lo que nunca había sentido hasta entonces por una mujer en una primera cita.

Me sentía flotar. Me parecía estar soñando. La vista era maravillosa, el intenso olor que despedían los jazmines –todavía en flor en esa época del año- inundaba todo el espacio. La brisa marina balanceaba sus largos cabellos ondulados y, entre sorbo y sorbo, me miraba y me hacía mil preguntas. Cuando le dije que escribía, que tenía una novela esperando a que alguien se interesara por ella, abrió mucho los ojos en clara señal de sorpresa.

-Yo soy agente literaria –afirmó con una expresión de orgullo –pero ya hablaremos de esto en otro momento, ahora disfrutemos de la noche, no quiero hablar de trabajo.

De qué hablamos ya no me acuerdo. Solo recuerdo lo que sentí junto a ella. Recuerdo la imagen de sus interminables piernas, que cruzaba y descruzaba con estudiada sensualidad y que dejaba al descubierto desde lo más alto de sus bronceados muslos.  En su mano derecha sostenía un cigarrillo que apuraba con deleite casi sexual y en la derecha un vaso de Whisky. Cada vez que se inclinaba para dejar el vaso sobre la pequeña mesa rinconera que nos separaba, su generoso escote dejaba ver unos espléndidos senos libres de contención y en cada ocasión me dirigía una pícara sonrisa mientras yo me apresuraba a desviar la mirada de aquella sugerente y profunda abertura para no ser sorprendido en falta. La provocación era para mí tan patente que me sentí como un adolescente antes de su primer lance amoroso. No pude evitar imaginarme desnudando ese cuerpo tan voluptuoso y haciendo el amor como dos posesos. Desde ese instante se me agolpan aun más los recuerdos.

Recuerdo su perfume. Recuerdo su aliento cuando me hablaba mirándome a los ojos mientras bailábamos. Recuerdo sus dedos acariciando mi nuca. Pero su mirada de deseo fue lo que acabó por disparar mi libido. Y también recuerdo el gesto torcido y la mirada dolida de Joan cuando nos descubrió bailando. Yo solo quería que la velada no terminara y acabar en brazos de la mujer más bella que jamás se había cruzado en mi vida.

Todos mis sentidos estaban a flor de piel. El olor que despedía los variados y originales manjares que nos sirvieron, el colorido del entorno, la suave música envolvente bañada por el sonido del oleaje, incluso las risas apagadas de los comensales, todo me resultaba enormemente placentero. Y ello se debía a su presencia.

No sé cómo se las apañó para sentarse frente a mí en una de las largas mesas distribuidas por el amplio comedor que daba al jardín. La mirada furibunda de Joan, sentado a un extremo, me taladraba, aunque su forzada sonrisa, cada vez que le miraba, simulaba ser complaciente. El sabor de las delicadezas culinarias que paladeaba a cada bocado era sazonado con la traviesa mirada de Ágata. Parecía que estuviéramos compartiendo algo más que un lugar en la mesa. Parecía que comía de sus labios. Hasta la forma de llevarse el tenedor a la boca resultaba excitante. ¿Qué tenía aquella mujer que me hacía sentir tan vulnerable a sus encantos?

Cuando la cena hubo terminado y nos disponíamos a salir de nuevo al jardín pensé que había llegado el gran momento. Deseé con todas mis fuerzas que aquella relación recién estrenada se convirtiera en algo sólido y duradero. Sentía que la amaba. ¿Me habría vuelto loco? Acababa de conocer a una mujer que me superaba en edad más de quince años, de la que no sabía nada, y pretendía amarla? En todo caso me había enamorado, siempre he sido un enamoradizo, pero no debía hacerme ilusiones de mantener con ella una relación más allá de un escarceo amoroso de una noche de verano. Lo que sucediera a partir de aquel momento lo dejaba en manos del azar. No tomaría la iniciativa, no quería malinterpretar unas señales probablemente equívocas que luego me hicieran sentir ridículo. 

Joan, mi vecino y ya menos amigo desde entonces, nos vio partir cuando casi clareaba. “¿Tomamos la última copa en mi chalet?” -me había dicho Ágata. Pero su “chalet” resultó ser una mansión casi tan grande como la de nuestro anfitrión. “El trabajo de agente literaria le debe reportar mucho dinero”, pensé con solo atravesar la cancela. Y entonces caí en la cuenta de que aquella relación, de progresar, podía depararme beneficios no solo sentimentales sino también profesionales. Pero de inmediato me sentí culpable por ser tan materialista en tales circunstancias y decidí aparcar mis ilusiones literarias por un momento y centrar por completo todos mis sentidos a lo que me había llevado hasta allí: vivir una noche de pasión desenfrenada.
 
 

5 comentarios:

  1. Ágata parece una mujer realmente especial, y presiento que jugará un papel importante en la vida del protagonista, aunque aún no adivino cómo.

    Quedo a la espera de la continuación, Josep. Me ha parecido un comienzo muy interesante!!

    Un abrazo y feliz sábado.

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    1. Hola Julia. No vas muy desencaminada en lo referente a que Ágata es una mujer especial y que dejará huella en nuestro amigo pero no sé si lo que ocurrirá encajará con tu intuición.
      Muchas gracias por seguir viniendo a visitarme.
      Como creo recordar haberte dicho días atrás, he estado prácticamente incomunicado con los blogs que sigo habitualmente porque mi ordenador, desde el que ahora escribo, estuvo en reparación UN MES y a pesar de que usaba el de mi mujer y a veces el de mi hija, no recordaba los (o las, no sé el género) URL de vuestros blogs y esperando esperando he perdido mucho tiempo sin leeros.
      Espero que no surjan más inconvenientes (alguna tecla hace el tonto -deja de funcionar de vez en cuando) y pueda reanudar mis lecturas favoritas.
      Esto del ordenador ha sido una pesadilla (incluyendo discusiones acaloradas con los técnicos más ineptos y maleducados que jamás me hubiera imaginado hallar). Quizá escriba sobre ello en mi otro blog Cuaderno de bitácora, para desahogarme.
      Un abrazo y disculpa el "rollo".

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  2. Despues de leer, despertando mas atencion mientras mas leia, quedo a la espera de poder leer lo que tan interesantemente cuentas, en el siguiente relato.

    Solucionados los problemas informaticos, retomo mis visitas.

    Feliz fin de semana, Josep

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    1. Hola querido contertulio/bloguero/escribiente. Me alegro que vuelvas a leerme. Yo también he tenido problemas con mi ordenador y hasta hoy no he podido conectarme con normalidad.
      Así que estamos empatados.
      En cuanto a la continuación de esta historia, en unos días saldrá a la luz la segunda y última parte. Espero que no te defraude.
      Un abrazo.

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    2. De nuevo por aqui, Josep Mª. para darte la razon, y las gracias en cuanto a mi gazapo, de poner el año 1808, en el siglo XVIII, cuando en realidad era ya como bien dices principios del XIX.
      Tu comentario correctisimo, y muy lejos de molestarme..

      Un fuerte abrazo amigo.

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