martes, 20 de marzo de 2018

El juego de las apariencias




En mi juventud los noviazgos se hacían eternos, generalmente porque los jóvenes se ennoviaban a muy temprana edad. Mi caso fue muy distinto, pues no tuve novia, según el concepto de la época ─una relación fija, estable y formal─, hasta los veinticuatro.

Por aquel entonces andaba yo muy corto de dinero. Me acababa de independizar ─vivía en un piso compartido con otros tres amigos de la Facultad─ y la beca que cobraba del entonces Ministerio de Educación y Ciencia justo me alcanzaba para cubrir los gastos más elementales. Lucia, mi novia, todavía andaba más apurada que yo. Estudiaba Psicología en la autónoma y complementaba la mísera paga que le daban en casa dando clases particulares de latín a una niña de cuarto de bachillerato. Así las cosas, solo podíamos salir los fines de semana, y toda nuestra diversión consistía en ir al cine y merendar unos bocadillos los sábados y pasear los domingos.

Los sábados resultaban muy entretenidos ─a los dos nos encantaba el séptimo arte e íbamos siempre a las sesiones continuas de cines de barrio─, pero las tardes de los domingos eran bastante tediosas. Nos pateábamos el centro de la ciudad hasta que nuestros pies reclamaban a gritos un descanso. Entonces entrábamos en un bar y pasábamos el resto de la tarde con una única consumición para cada uno, charlando de esto y de aquello hasta la hora de despedirnos.

Cuando hacía buen tiempo hacíamos un extra y nos permitíamos el lujo de cambiar el interior de un bar por una terraza en Las Ramblas, esa arteria barcelonesa repleta de personajes de lo más variopinto. Una vez aposentados de cara a los paseantes, nuestro divertimento preferido consistía en observarlos y conjeturar cómo eran sus vidas. De hecho, fue Lucía quien instauró ese juego. Era muy observadora y a mí me divertía ver cómo justificaba sus deducciones. Pero por mucha psicología que quisiera practicar resultaba muy peregrino sacar cualquier conclusión sin entablar conversación con los observados.

Un día del mes de junio se sentó a dos mesas de distancia de donde estábamos acomodados, una pareja un tanto desigual, ella una rubia platino de buen ver, al estilo Marilyn Monroe, y él un sesentón y elegante hombre de negocios ─según convinimos─, mofletudo, de tripa abultada y pelo canoso y escaso, con cara de pocos amigos.

─Esos dos están de morros ─afirmó categóricamente Laura, a lo que no puse ninguna objeción por lo evidente que resultaba.
─Ella es su amante y él ha descubierto que le es infiel con un tío mucho más joven ─añadí, para animar el juego.
─Y él le está pidiendo, o más bien exigiendo, que abandone de inmediato a su gigoló, con la amenaza de no aflojar más la pasta si no se comporta como es debido, como una amante fiel ─remató ella.

De hecho, las miradas que intercambiaban aquellos dos denotaban a las claras desavenencia y enfado. Teníamos, pues, un conflicto a primera vista. Aunque aguzamos el oído todo lo posible, la algarabía reinante al aire libre nos impedía entender lo que se decían y la lectura de los labios no era nuestro fuerte.

En un momento dado, ella se levantó con tal ímpetu que hizo tambalear la mesa. El vaso del hombre volcó y a punto estuvo de derramar el rojo y líquido elemento ─un Martini Rosso, sin duda─ sobre su regazo. Este se apartó veloz, no fuera a mancharle el traje, y ante el desplante de la rubia, masculló algo seguramente insultante porque ella se giró y oímos un alto y claro “que te den”. Todas las cabezas se giraron hacia quien había proferido tal vulgaridad, pero la interfecta ya se alejaba Ramblas abajo contoneándose dentro de una estrecha falda de tubo y sobre unos zapatos con tacón de aguja.

Pero este no habría sido más que un hecho anecdótico aislado si a la semana siguiente no hubiera aparecido de nuevo la mujer rubia platino, pero esta vez acompañada por un hombre bastante más joven que ella. Por fortuna para nosotros, tomaron asiento justo en la mesa de al lado, de modo que la proximidad tenía que facilitarnos la tarea de espionaje y satisfacer nuestra malsana curiosidad.

─Ella tendrá unos cuarenta y… cinco y él unos treinta y… dos ─afirmó Lucía, que eso de calcular las edades se le daba mucho mejor que a mí.
─O sea, que es su gigoló ─afirmé complaciente.
─¿Y cómo es que vienen aquí, donde podría verlos el vejestorio barrigudo de la semana pasada? ─apuntó certeramente mi novia.
─Pues porque ya se lo deben haber cargado ─rematé riendo mi propia broma.
─Pues no te rías, que puede que tengas razón.

Me quedé boquiabierto ante la tranquilidad con la que Lucía había afirmado aquella macabra posibilidad e iba a decir algo, no sé bien qué, cuando el camarero, el mismo de la semana anterior, se interpuso entre nuestras mesas y les preguntó qué iban a tomar. A ella la saludó como si fuera una vieja conocida, no así al guaperas, al que ni siquiera se molestó en mirar.

Por mucho que inclinara mi cuerpo para acortar distancias, no logré oír lo que decían. Incluso el codo en el que me apuntalaba resbaló del apoyabrazos, dándome una sacudida que intenté disimular como pude. Hablaban casi en susurros y el ruido ambiente solo me permitía captar palabras sueltas.

─A ella se la ve satisfecha, pero él…
─Se deja querer ─completé la frase de Lucía.
─No, no. Lo que iba a decir es que a él hay algo que le desagrada, pues se le ve incómodo.
─Igual se habrán enfadado. A lo mejor él le ha pedido algún capricho y ella ya empieza a estar harta de tanto aflojar la mosca.
─¿Y qué habrá sido del que le pagaba a ella las facturas y, de paso, las alegrías de ambos?
─Pues lo que dijiste antes, se lo habrán cepillado ─dije para seguirle el juego.
─Ya sé lo que he dicho, pero ¿cargarse a la gallina de los huevos de oro? ¿Quién correrá ahora con los gastos y caprichos de estos dos?

Y así transcurrió aquella tarde veraniega al aire libre, construyendo una historia lo más rocambolesca posible sobre los líos amorosos y planes criminales de nuestros vecinos de mesa, hasta que nos dimos cuenta de que estos acababan de ahuecar el ala y el camarero estaba recogiendo la mesa que habían dejado vacía. Observamos cómo este, mientras la limpiaba y se guardaba la propina en la cartuchera, dirigía su mirada a lo lejos meneando la cabeza en señal de desaprobación. Seguimos instintivamente su mirada y todavía pudimos distinguir a la pareja de amantes andando lentamente y muy pegados, como dos tortolitos. Fuera lo que fuese que en un principio había incomodado al joven, a la vista estaba que ya no le importaba en absoluto.

Como reacción al suspiro de resignación del camarero, Lucía se atrevió a abordarle.

─¿Conoce usted a esos dos? ─le preguntó sin miramientos.
─¿Qué si les conozco, dice usted? En realidad, a quien conozco muy bien es al señor Sampedro, con el que suele venir esa rubia despampanante. A ella solo de vista y desde hace unos meses. Pero a ese fulano que va hoy con ella solo le he visto un par de veces por el barrio. Es un vividor. Ya me entiende, ¿no?

Y ante la mirada de interrogación de Lucía, le dije, guiñándole un ojo:

─Lo que suponíamos, cariño.

La semana siguiente, la compañía telefónica debió incrementar notablemente sus ingresos a nuestra costa, pues Lucía y yo pasamos largas horas pegados al teléfono ─en aquella época una llamada de Barcelona a Sant Cugat, donde ella vivía, era facturada casi como una conferencia a larga distancia─ discutiendo la historia que habíamos colegido alrededor de aquellos tres personajes. Yo hubiera dado el tema por zanjado, nunca he sido amante de los chismorreos, pero debo reconocer que el asunto me intrigada, aunque no tanto como a ella, que insistía en que algo muy turbio había detrás de aquellos dos tortolitos: la Mata Hari y el American Gigolo, como ya los había bautizado.

Mi querida Lucía estaba convencida de que aquellos dos habían asesinado al amante de ella para quedarse con todo su dinero. Llegó a montar tal historia que casi llegó a convencerme. Pero si lo habían matado, alguien tendría que saber de la muerte de aquel tal Sampedro, y el camarero nos habló de él como si todavía estuviera vivo. Si lo habían liquidado en su casa y dejado allí su cadáver, los vecinos deberían haber detectado un hedor nauseabundo, después de tantos días de haberlo dejado fiambre. Claro que podían haberlo hecho desaparecer, lanzando el cuerpo al mar o a un vertedero, por poner solo dos ejemplos.

Lucía, testaruda como una mula, insistió en que teníamos que hacer algo para hallar pruebas del asesinato para poderlo denunciar a la policía. Y el primer paso consistía en personarnos en el domicilio del presunto finado, cuya dirección nos había facilitado el amable camarero que tan bien dijo conocer al maduro hombre de negocios, que resultó ser, según nuestro improvisado confidente, un acomodado joyero retirado.

─Nos presentamos en casa del joyero y si nos abre él la puerta, cosa altamente improbable, soltamos cualquier excusa, damos media vuelta y lo dejamos correr, ¿vale? ─me propuso Lucía, sin darme la oportunidad de oponerme, cuando, el sábado siguiente, llevábamos más de una hora sentados en la misma terraza de las Ramblas sin que ninguno de los sospechosos ni el señor Sampedro, solo o con su rubia amante, hubieran hecho acto de presencia.
─Pero mujer… ─fue todo lo que me atreví a decir para intentar disuadirla.
─¿Es que no lo ves? Si no han venido es porque, tal como presumía, el joyero está muerto, y esos dos tortolitos ya tienen lo que querían y se han dado el piro.
─¿Y qué ganaremos llamando a la puerta de un difunto, si se puede saber? ─se me ocurrió soltar aun dudando de la efectividad de mi lógica reflexión.
─Pues alertar a los vecinos. Si el viejo verde ese no contesta, llamamos a otra puerta, o a las que hagan falta, preguntando por él, argumentando que nos extraña su silencio, y si todos dicen no haberle visto en días, insinuaremos que algo malo puede haberle ocurrido y ¡zas!
─¿Y ¡zas! qué?
─Pues que a la gente le gusta meter las narices en la vida de los demás y les encanta el morbo, y en cuanto huelan a desgracia se movilizarán y llamarán a los municipales, y ahí es donde entramos nosotros dando nuestra versión de los hechos.
─Sí, eso de que a la gente les gusta meterse en la vida de los demás, ya lo veo recalqué con retintín.
─¿Qué insinúas? Que conste que yo solo lo hago por el bien de ese pobre hombre.
─¿Ahora es un pobre hombre? ¿Ya no es un viejo verde?

Ya no abrí más la boca ─no fuera que mi psicóloga favorita llevara una psicópata camuflada bajo la piel, viendo la mirada asesina que me dirigió─ hasta que, tras el cuarto timbrazo, nadie contestó a nuestra llamada.

─Oye, ¿y si nos largamos? ─manifesté como último e infructuoso recurso.
─¡Pero qué dices! Ni hablar. Tenemos que seguir con nuestro plan ─ahora resultaba que era nuestro plan─ llamando a la puerta de al lado. Venga, llama.
─¿Quién, yo?

Pero cuando me disponía a seguir las indicaciones de mi querida y persuasiva novia, oímos unos pasos apresurados que se acercaban a la puerta y cómo una voz femenina preguntaba:

─¿Quién es?

Lucía y yo intercambiamos una mirada de asombro y de duda. ¿Una mujer? ¿Sería la rubia? ¿Y ahora qué? Pero antes de que pudiera articular palabra, Lucía se me adelantó.

─Ejem, perdone, pero estamos buscando al señor Sampedro. Se trata de algo muy importante ─yo no podía creer que estuviera pasando lo que estaba pasando.

Y tras un ruido que parecía que estuvieran descorriendo los cerrojos de una mazmorra medieval, la puerta se entreabrió y apareció la cara interrogante y de pocos amigos de la rubia platino que, con el cabello revuelto como si acabara de levantarse de la cama o de pelearse con alguien, nos preguntó qué era eso tan importante que…

Y antes de que terminara su pregunta, Lucía abrió la puerta de un empujón, haciendo perder el equilibrio a la Marilyn de pacotilla, y se introdujo en el piso en penumbra, ante las airadas protestas de la susodicha, que nos amenazaba con llamar a la policía.

─¿Dónde está el señor Sampedro, eh? ¿Qué han hecho con él? ¿Dónde han metido al cadáver?

Yo seguía en el umbral de la puerta, petrificado. No sabía si salir huyendo y dejar a mi pareja en manos de unos asesinos, o de la policía, o cargar también con las consecuencias de cualquiera de las dos posibilidades, como acto de amor e inmerecida solidaridad.

Acto seguido, todo se precipitó en cuestión de segundos. Vi cómo Lucía se paraba a los pocos metros de haber recorrido el largo pasillo que partía del recibidor, giraba a la derecha sobre sus talones y abría impetuosamente una puerta, de la que surgió un haz de luz que la deslumbró. A continuación, todo fueron gritos, voces de dos hombres, y de dos mujeres. Las mujeres que chillaban eran la rubia platino, que agarraba a Lucía por los pelos, y la propia Lucía, pero no de dolor sino de la sorpresa mayúscula que se llevó al ver en la cama, como Dios los trajo al mundo, al supuestamente asesinado Sampedro y al joven gigoló.

Y tanto jaleo por un ménage à trois.



Imagen obtenida de internet



33 comentarios:

  1. Ja, ja, ja... Muy buen relato, Josep. Este juego de inventar vidas ajenas nada más que observando a los demás es un ejercicio que todos los que intentamos escribir deberíamos hacer siempre. Es eso que llaman los ojos de escritor. La narración y los diálogos son trepidantes y naturales a partes iguales. Desde luego, la imaginación es algo muy deseable... pero siempre en el terreno de la ficción. Aunque en ocasiones, también es una gran verdad eso de piensa mal y acertarás.
    Jo, esa imagen final es algo que la pobre no olvidará en su vida.
    Fantástico, Josep. Un abrazo!!

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    1. Hola David. Algunas veces he jugado a este juego, aunque sin llegar a esos extremos, jajaja.
      Muchas gracias por tu amable comentario. Yo también creo en este dicho de piensa mal y acertarás, jeje.
      Un abrazo.

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  2. Jajajaja,me has tenido enganchadísima, y el final me encanta.
    Un abrazo y feliz miércoles.

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    1. Hola Gemma. Me alegra ver que esta historia de suspense con tintes de humor te ha enganchado.
      Un abrazo y feliz día.

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  3. No hay que vender la piel tan pronto... jeje De hecho es tan cierto que a la gente le gusta meter las narices en lo que no le importa ... Así vienen luego los enredos pero es que esta situación es muy cómica jajaj A cuadros se quedaría uno. Muy buen relato, que engancha y se desenvuelve con efecto. Un gran saludo. Feliz día.

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    1. Jugar a las adivinanzas está muy bien siempre y cuando no comprometa la vida de los demás, ni la propia, jeje.
      El chasco que se llevaron esos dos fue mayúsculo. Espero que hayan aprendido la lección, especialmente ella, jajaja.
      Un abrazo, Karen,

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  4. El principio del relato sobre esa época de noviazgo, es bastante real para los que tenemos ya una edad, y aunque pocas cosas se hacían se disfrutaba mucho; para que comentar lo que pasa ahora, hacen tanto que se aburren de todo...
    Muy buena la historia detectivesca que has montado y con tanta insistencia por parte de Lucia, :))). Buen final para sorpresa de los detectives protagonistas, jajaja.
    Un placer la lectura.
    Un abrazo Josep.

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    1. Pues sí, una tarde de cine, paseo y bocata podía dar para mucho, jajaja. Pero también había omentos de aburrimiento, cuando no se sabía qué hacer ni adónde ir, por falta de money, jeje. Y ya se sabe que la monotonía puede llevarnos a cometer alguna diablura, como la de esos dos.
      Muchas gracias, Elda por la lectura y el comentario.
      Un abrazo.

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  5. Dicen que la explicación más sencilla es la más probable, pero nuestro cerebro se niega a aceptar esta premisa y busca historias más elaboradas y más divertidas también.
    Creo que esto es lo que le pasó a Lucía y al pobre de su novio.
    Buen relato, con una descripción muy buena de los personajes centrales a través de los diálogos. Y con un desarrollo muy natural, aunque al final Lucía se vuelve temeraria al meterse en la casa del tal Sampedro.
    Un abrazo, Josep Mª.

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    1. Por cierto, enhorabuena por esa mención en la última edición de El tintero de oro. Felicidades.

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    2. Muchas gracias a ti, Paloma, tanto por la felicitación como por tu lógico comentario. Es muy cierto que hay quien busca tres pies al gato y no se contenta con la explicación más plausible. Será porque son retorcidos por naturaleza o, como el caso que nos ocupa, porque el aburrimiento pide a gritos contrarrestarlo con un poco de aventura, Claro que la tozudez de Lucía también se las trae, jeje.
      Un abrazo.

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  6. ¡Muy buen relato Josep! En momentos me ha recordado a una película que me gusta mucho del ahora denostado Woody Allen, Misterioso asesinato en Manhattan, en la que una pareja investiga la desaparición de una anciana. Ha sido muy divertido seguir las pesquisas de esta joven pareja sin recursos y con mucho tiempo libre; desde luego se lo saben pasar muy bien a pesar de todo.
    Y el final, ¡genial!
    Enhorabuena y un fuerte abrazo.

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    1. Pues sí, Ziortza, ahora que lo mencionas, tiene un cierto paralelismo. Y si mal no recuerdo también era la mujer la que provocaba todo el embrollo. Ay, ay , ay, la curiosidad, que nos puede matar, como le ocurrió a ese gato que siempre se nombra cuando se habla de este tema, jajaja.
      Me alegra haberte hecho pasar un rato agradable con las pesquisas de esa pareja un tanto singular.
      Un abrazo.

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  7. Un relato muy divertido y ameno. Se empieza a leer y te engancha totalmente.
    Yo a veces imagino vidas de personas que tengo alrededor. Solía hacerlo cuando viajaba en tren y me cansaba de leer y también lo he hecho en alguna cafetería esperando a alguien que se retrasa. Nunca lo he hecho a medias con otra persona por lo que nunca he tenido estímulo ni acicate para tratar de vivir esas vidas imaginadas como hacen tus personajes. Así me he evitados sorpresas... inesperadas.
    Muy bueno, Josep Mª.
    Un beso.

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    1. Yo también debo confesar que lo he hecho en más de una ocasión, solo o acompañado de mi mujer, pero nunca hemos traspasado la barrera de la simple observación y elucubración mental, jeje.
      En cierto modo, algo de ello me ha inspirado esta historia un tanto rocambolesca. Pero es que hay gente aparentemente tan rara en el mundo que invita a la indagación, jajaja.
      Un abrazo, Rosa.

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  8. Por más conjeturas que he llegado a hacer, ni me he acercado al desenlace jajajaja. Muy bueno, y una opción mucho mejor y más divertida que el asesinato del pobre joyero, dónde va a parar. Realmente las cosas no suelen ser lo que parecen. Espero que Laura aprendiera definitivamente la lección: la imaginación desbordante es una bendición, pero también juega malas pasadas...

    Un relato muy divertido, Josep, y muy ameno. He pasado un rato estupendo leyéndote :))

    ¡Un abrazo grande!

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    1. Pues sí, Julia, por lo menos el final no es excesivamente dramático y no hay muertos de por medio, aunque sí ha habido una persona que se hubiera querido morir al ver el espectáculo que había montado su novia fisgona, jejeje.
      Algo turbio sí que había entre esos tres personajes, pero no era tanto como se había imaginado Laura. O sea que las apariencias la engañaron a medias.
      Muchas gracias, Julia, por tu amable comentario sobre este relato. Si tú te has divertido leyéndolo y yo me he divertido escribiéndolo, pues misión doblemente cumplida.
      Un fuerte abrazo.

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  9. Aquí me tienes, cerca de las 4 de la mañana, enganchado a un interesante relato de suspense con tintes de vodevil. Me he divertido mucho, a la par que intrigado.
    Un abrazo.

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    1. Vaya, por Dios, espero que mi relato no te haya causado insomnio sino que ya lo llevabas puesto de antemano, jeje.
      Me alegro haberte divertido e intrigado aunque solo fuera por unos minutos.
      Un abrazo.

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  10. jajaja que bueno compañero, ameno, intrigante, entretenido, dinámico... y surrealista :D solo espero que la psicóloga en potencia, antes de ejercer, haya mejorado de su exceso de imaginación y que no le pidan nunca el certificado de penados y rebeldes :D jajaja ... ni le dejen un CETME ;)
    Ese juego de "adivinar vidas" lo hago mucho en los aeropuertos :D observo las pistas (tipo de equipaje, pasaporte, tipo de ropa, acompañantes o no,... enlazo fragmentos de conversaciones...imagino destinos de dónde viene a dónde va...). A veces juego sola, a veces con el maridín... y te diré que él tendrá mucha puntería ;) pero yo tengo muchisisisisisisisismo más "mentalismo" ;)
    Un placer leerte mi querido Josep, un abrazo enorme.

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    1. Desde luego, estas prácticas de psicología no creo que le cuenten a Lucía en su historial académica, jeje. Y, bien pensado, menos mal que no iba armada, ni con arma blanca ni negra, CETME incluido, jajaja.
      Como le he comentado a Rosa, yo también he practicado el juego de las apariencias. Hubo un tiempo que mi mujer y yo solíamos sentarnos, en verano, en una terraza de un bar, frente al paseo marítimo de una localidad de la Costa Brava que frecuentábamos. Nos sentábamos encarados a la multitud de paseantes y, de vez en cuando, intentábamos adivinar cosas según su aspecto y vestimenta. Claro que como la gran mayoría eran "guiris" seguramente no acertábamos ni una, pues no sé qué se puede deducir de alguien que viste "shorts" estampados y calza sandalias con calcetines blancos, jajaja.
      El placer es mío, Cristina viajera.
      ¡Un abrazo!

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  11. Me has hecho soltar varias carcajadas, Josep Mª, por ejempolo con el resbalón de tu codo al intentar aguzar el oído. Tu historia es de diez. Lo que comienza siendo un juego consistente en usar la imaginación y basado en palabras acaba siendo acción, ¡y tanta que la hubo! Bueno, eso aunque tú te quedaras petrificado en la puerta ;-)
    Doy por sentado que fue real todo, ¿no?

    Un abrazo
    ¡Buenísimo!

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    1. Muchas gracias, Chelo, por tu comentario y me satisface saber que mi disparatada historia te ha hecho reír, pues la risa es la práctica más sana que se conoce.
      Y no, lamento desilusionarte, pero la historia, aunque tenga algunos datos reales sacados de mi juventud, es pura invención. Cabal como siempre he sido, por muy persuasiva que hubiera sido mi novia, jamás me habría brindado a ayudarla en tal desatino, jajaja.
      Un abrazo.

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  12. Un final del todo inesperado y de traca ¿Hasta que punto estamos autorizados a meternos en asuntos y en vidas ajenas que no nos incumben? Después nos quejamos cuando nos da en todos los morros la prosaica realidad, que tiene derroteros la mar de sorprendentes por la sencillez de sus planteamientos.
    Un abrazo y una felicitación a tu ingenio narrativo.

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    1. Jugar es algo inofensivo hasta que se traspasa el límite del derecho a la intimidad. Mal hablar del prójimo es un ejercicio que, desgraciadamente, practican muchos. El caso de nuestra pareja, el juego llega demasiado lejos, pues de las palabras se pasa a los hechos y, tal como apuntas, la realidad les dio en todos los morros, jajaja.
      Muchas gracias, Francisco, por tu elogioso comentario.
      Un abrazo.

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  13. Tarde de lluvia, viento y frío así que en casita leyendo tu relato que me ha encantado, por divertido e intrigante "Lucia es tremenda y tu le sigues el juego" Tu manera de narrar las conversaciones entre ambos y el seguimiento del supuesto asesinato es genial, para nada me esperaba el final, vuestras caras debían de ser todo un poema al descubrir la escena.

    Abrazos de Espíritu sin Nombre.

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    1. Aunque el relato está escrito en primera persona, para darle un toque más personal, el protagonista y narrador es desconocido y, en todo caso, no está basado en hechos reales, es simple fantasía. En todo caso, me complace que te haya parecido que contaba una experiencia personal real, pues ello me hace pensar que he logrado darle un tinte de verosimilitud, jeje.
      Pues mira qué bien, qué mejor que una lectura resguardada del frío y de la lluvia.
      Muchas gracias, Conchi, por haber dedicado ese tiempo de ocio a leerme.
      Un abrazo.

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  14. Josep María, no sé como calificar este relato. He disfrutado porque imaginaba las Ramblas y sus alrededores (esperaba que saliera el Zurich, aunque sea caro); he reído con la historia inventada y me ha sorprendido el final. ¿Se puede pedir más?
    Las cosas no siempre son lo que parecen y, como dice Francisco, tendemos con demasiada ligereza a meternos en la vida de los demás y juzgar a la ligera.
    Un abrazo

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    1. Yo tampoco sé cómo calificar este relato pero la historia es un tanto disparatada, jajaja.
      Podía haber situado a la pareja en la terraza del Zürich pero preferí que se sentaran en el centro del paseo "ramblero" para mayor regocijo de estos aprendices de espías, jeje.
      El aburrimiento de esos dos y la exagerada imaginación y tozudez de Lucía, les llevó a un desenlace divertido para el lector pero abrumador para los protagonistas.
      Gracias, Ana, por pasarte por aquí y dejar tu comentario.
      Un abrazo.

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  15. Que bueno, que bueno Josep, esta historia detectivesca engancha hasta el final, y este es de risa. No se debe de meter en la vida de los demás porque puedes llevarte una sorpresa morrocotuda.
    Besos Josep.
    Puri

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    1. Meterte en la vida ajena puede darte este tipo de sorpresas, sobre todo si eres tan impulsivo como mis protagonistas, jeje.
      Me alegro haberte enganchado hasta el final. De eso se trataba.
      Un beso, Puri.

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  16. ¡¡Buenísimo!! Me ha encantado el final, me ha pillado de verdad por sorpresa :)

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    1. Pues me alegro haberte sorprendido, Chari. Yo creo que ese final no se lo esperaban ni los protagonistas, jajaja.
      Un abrazo.

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