lunes, 21 de diciembre de 2020

Norwegian Wood

 



En su encierro voluntario, Alberto apenas veía la luz del sol. Su madre y abnegada cuidadora, siempre tan atenta a sus necesidades, le animaba a salir a dar un paseo para que, por lo menos, cambiara de ambiente y se distrajera un poco. No era bueno un enclaustramiento tan prolongado, ni para su cuerpo ni para su alma. Pero él todavía no se sentía preparado. Se pasaba horas y horas tumbado en la cama, con la única compañía de sus libros y sus pensamientos. Ni siquiera la música, su, hasta hacía poco, amiga inseparable, lograba sacarlo de ese estado melancólico al borde de la depresión.

Julia, una viuda todavía joven, se había convertido en la protectora y guardiana de ese hijo único que estaba pasando por un trance muy difícil y peligroso, pero del que confiaba saliera tarde o temprano. Si ella, enfermera de profesión y madre por vocación, tomaba las riendas de la vida de ese adolescente, con una larga vida de felicidad y proyectos por delante, y lograba que se dejara cuidar y aconsejar, habría valido la pena tanto sacrificio.

El joven, por su parte, hastiado de la insoportable sobreprotección a la que, desde muy niño, le tenía sometido su progenitora y que tras el accidente se había intensificado, desplegó una rebeldía como nunca antes había mostrado.

Así las cosas, no resulta difícil de imaginar el aislamiento y el blindaje tras el que Alberto se había parapetado.

Últimamente, a la lectura Alberto le había sumado alguna que otra aplicación informática para evitar que su cerebro estallara. Los juegos virtuales siempre le habían gustado. ¡Cuántas horas había dedicado a los juegos de guerra, encerrado en su habitación, hasta que su madre le llamaba insistentemente para cenar! Pero ahora se trataba de otro tipo de diversión, más tranquila, menos violenta y más saludable para la mente: mirar y remirar los álbumes de fotos en las que almacenada multitud de recuerdos de cuando era un chico feliz. Ahora, todos sus planes de futuro se habían esfumado. Todo aquello por lo que había suspirado se había desvanecido como la escarcha ante el calor del sol. Sus amigos se habían alejado de él. ¿O había sido él quien los había abandonado? Qué lejos quedaban los momentos de camaradería y las aventuras amorosas del instituto. Solo habían pasado dos años y parecía que hacía una eternidad. Solo recibió visitas de sus amigos durante los primeros meses. Luego debieron cansarse de su mal talante e insociabilidad.

A simple vista, podía parecer que se había resignado a su nuevo estado. Pero la rutina llevaba tiempo minando, cada vez más, su maltrecha entereza. Y los lentos avances médicos no auguraban que pudiera abandonar su situación actual y volver a una aceptable normalidad a medio-largo plazo. Era desesperante verse convertido en un muñeco de trapo de cintura para abajo.

Un día, por fin, accedió a sentarse frente a la ventana de su habitación que daba al patio de vecinos. «Por lo menos toma un poco el sol, que andas muy bajo de vitamina D», le había insistido su madre. Era un día luminoso y el calor del sol era realmente reconfortante.

Hay que reconocer que Julia tenía una entereza inusual. Si a la indomable tozudez de su hijo, le añadimos su propio estado de salud, que, a sus cincuenta años, no era precisamente muy boyante, habría sido comprensible que se hubiera batido en retirada y dejar a Alberto en paz. Todo lo contrario. Parecía como si ambas cosas le dieran más fuerzas, la convirtieran en una madre coraje. Pero ese coraje no estaba dando sus frutos. A ella le habría gustado que su hijo por lo menos le agradeciera sus esfuerzos y su abnegación, y que la desgracia les hubiera unido más que nunca. ¿Acaso no dicen que las contrariedades unen a quienes las padecen?, se decía.

Julia siempre consideró que aquel amor incondicional hacia su hijo era algo natural en una madre, pero en su caso también era el resultado de los acontecimientos que habían rodeado su nacimiento. Ella deseaba con locura ser madre, pero otra madre, la Naturaleza, se lo impedía. Pero cuando ya había desestimado ver esa ilusión hecha realidad, a una edad poco recomendable para la maternidad, quedó embarazada del que sería su único hijo. El embarazo fue, además, muy complicado y de riesgo. Tuvo que guardar cama durante prácticamente todo el periodo de gestación. Por si ello fuera poco, el parto se presentó difícil, llegándose a temer por ambos, madre e hijo. Así pues, Julia creyó que todo había sido un milagro. Y ese milagro la unió con una fuerza inusitada a su deseado hijo, un niño que creció débil y enfermizo. Aun haciendo vida normal, el crío requería de una atención constante, siempre pendientes de él. Tal estrés desmotivó a un padre poco dado a las responsabilidades y con un nulo amor paternal, que ya demostró con una mueca de desagrado cuando su mujer le notificó su estado de buena esperanza, de modo que no tardó en poner tierra de por medio con esa nueva familia que no deseaba.

 

Y aquí llegamos al presente, cuando tras un aparatoso accidente de tráfico, un Alberto adolescente queda parapléjico al venírsele encima un automóvil, con un conductor ebrio al volante a quien su mujer le acababa de abandonar. De este modo, un marido desdeñado acabó truncando la felicidad de un chico también abandonado por alguien que debía haberle querido incondicionalmente.

Tras dos años viviendo entre la cama y la silla de ruedas, la infelicidad del joven ha ido en aumento y su madre ya no sabe qué hacer para devolverle la sonrisa. Lo único que ha logrado Julia en todo ese tiempo ha sido moderar el abatido estado de ánimo de Alberto y crear un ambiente de relativa concordia entre ellos, aunque sigue sintiéndose impotente para lograr una mínima muestra de cariño y gratitud de un hijo que más bien parece que la culpa de todo lo ocurrido, empezando por su nacimiento.

Pero cuando los cada vez más negros nubarrones están a punto de descargar más quebranto sobre esa tensa calma materno-filial, se hace la luz, o mejor dicho la música. Y esa música no procede de un aparato, sino de una voz femenina, dulce y aterciopelada, una voz angelical que atrae al joven de tal modo que lo obliga a incorporarse de la cama, a sentarse en su silla de ruedas y acercarse a la ventana. Y entonces la ve.

 

Irene es una chica de dieciséis años, cuatro menos que Alberto. Está asomada a la ventana de enfrente. Tararea una canción de los Beatles que a Andrés le encanta: Norwegian wood. En más de una ocasión había tocado unos acordes con la guitarra que ahora yace en el fondo de un armario.

Ambas ventanas distan unos diez metros. Pertenecen a inmuebles distintos, pero comparten ese patio interior al que se asoma la gente que no se conoce ni hace nada por conocerse.

A pesar de la distancia que les separa, su voz le llega a Alberto con nitidez. Sus miradas confluyen unos segundos, los suficientes para que la chica le sonría antes de apartarse un tanto turbada y desaparecer en el interior de la vivienda.

Alberto no logra adivinar qué es lo qué le ha atraído de aquella chica, con una cara tan angelical como su voz y su sonrisa, para que no pueda quitársela de la cabeza en toda la noche. Incluso ha soñado con ella. A la mañana siguiente, su madre no puede dar crédito a lo que ve. Alberto, su hijo triste y malcarado, la ha saludado con unos «buenos días» acompañados de un asomo de sonrisa. Pero esa sonrisa no va destinada a Julia sino a la chica de sus sueños. En toda la mañana, Alberto anda nervioso sin que su madre pueda sonsacarle el motivo. Se ha acicalado como nunca antes había hecho. Incluso ha elegido la camisa que siempre le había gustado y que había rechazado llevar porque era la que llevaba puesta el día de aquel desgraciado accidente.

Al mediodía, vuelve a situarse en el mismo lugar del día anterior, alegando que el sol le había hecho bien, pero su objetivo no es otro que volver a ver a aquella chica desconocida. Si aparece de nuevo, le preguntará cómo se llama. Así tendrá un nombre que ponerle a ese sueño hecho realidad.

¿Realidad? ¡Qué ingenuo! La cruda realidad es lo que les separa y no la distancia entre sus ventanas. ¿Cómo puede esperar que una chica “normal” y, por si fuera poco, tan bonita, pueda tener con él algo más que un trato de cortesía y, a lo sumo, de amistad? Ella solo le ha visto de torso para arriba. Si lo viera de cuerpo entero…

Y cuando, abatido por la dura bofetada de esa realidad tan hiriente, se dispone a retirarse a su habitáculo de enfermo enclaustrado, la vuelve a oír, pero esta vez no canta, sino que le habla.

—Hola, buenos días —escucha Alberto a sus espaldas, obligándole a girarse con mucha cautela para que no se note la rotación de su silla de ruedas. Pero esa es una auténtica misión imposible.

—Ho…, hola —le devuelve el saludo Alberto, azorado, no tanto por su timidez sino por el embarazo al verse, muy probablemente, descubierto.

—Me llamo Irene, y soy nueva en el vecindario —se le adelanta la chica—. Mis padres y yo acabamos de mudarnos. Perdona lo de ayer, pero…

—Yo soy Alberto, la interrumpe el muchacho. ¿Qué es lo que tengo que perdonarte? —inquiere, nervioso.

—Pues por haberte dejado plantado sin despedirme. Es que me pillaste desprevenida y sentí vergüenza. Fue como si me hubieras sorprendido haciendo algo ridículo —añade sonriendo.

—Tarareabas un tema de los Beatles.

—Sí, era…

Norwegian Wood —vuelve a cortarla Alberto.

—Veo que la conoces. ¿Te gustan los Beatles?

—¿Qué si me gustan? ¡Me encantan! A la mayoría de los de mi edad les resulta pasados de moda, pero para mí son tan actuales como cuando estaban en activo.

—¿Cuántos años tienes? —pregunta la chica, curiosa.

—Acabo de cumplir los veinte. ¿Y tú?

—Yo tengo dieciséis, pero voy para los diecisiete —añade vanidosa.

Tras un embarazoso silencio, Irene le pregunta:

—¿Desde cuándo estás así?

Me lo temía —piensa Alberto—. Se ha dado cuenta.

—¿Te refieres a… esto? —una pregunta retórica, mientras se mueve hacia atrás y hacia delante impulsándose con los brazos.

—Sí, a eso.

—Pues hará pronto dos años —le confirma apesadumbrado.

—¡Pues sí que es casualidad!

—¿Casualidad? ¿A qué te refieres? —pero no hace falta aclaración alguna, porque Irene le imita con los mismos movimientos de vaivén.

—Yo llevo así más tiempo que tú. En Navidad hará cinco años.

 

Desde aquel día, Alberto experimenta una metamorfosis vital. Su estado de ánimo ha cambiado de tal modo que no parece el mismo. Y no parece el mismo porque ya no lo es.

Ahora se han invertido los papeles. Alberto se ha vuelto comunicativo con su madre a la vez que ella se ha encerrado en un caparazón impermeable. Cuando él habla, Julia no le presta atención y cuando es ella quien lo hace, él no la escucha, pero no por desinterés, como antes, sino porque no puede dejar de pensar en Irene a todas horas.

Poco a poco, la situación va mutando a algo indefinible. Cuanto más animado está el joven, más se le agria el carácter a la mujer. Y Todavía irá a peor.

Alberto e Irene se han hecho inseparables y su amistad se ha trasformado en amor, un amor físico y espiritual. Salen todos los días a pasear por la mañana y mantienen largas conversaciones por la tarde, prácticamente hasta la hora de acostarse. Sus ventanas ya no son el vehículo de sus confidencias. Pasan largas horas juntos, para conocerse mejor, en casa de uno o del otro.

Están convencidos de ser la pareja perfecta. Pero Julia discrepa totalmente. Esa relación no tiene ningún futuro, opina. Pero esa opinión es, en realidad, fruto de los celos y del miedo. Celos al verse desplazada por una niñata, y miedo por verse sola en la madurez de su vida. ¡Después de lo que se ha sacrificado! Cómo puede robarle a su hijo una desconocida que ha aparecido en sus vidas hace apenas… ¿Cuánto hace que se ha interpuesto entre madre e hijo, la verdadera pareja perfecta? Qué más da, pero se le está haciendo cada vez más insoportable.

Los celos que siente Julia hacia esa advenediza han llegado a extremos enfermizos. En su fuero interno la odia y la considera una inútil, una minusválida seguramente incapaz de procrear, de ser una buena esposa y madre, como ella. Aunque años atrás un médico especialista, del que ya ni recuerda el nombre, le informó que los parapléjicos podían, en muchos casos, tener relaciones sexuales e incluso llegar a tener hijos, no quiere ni puede imaginarse a su hijo haciéndolo con “esa”. Simplemente grotesco y asqueroso. Y aun siendo cierto, ¿cómo van a criar un niño si ellos mismos necesitan el cuidado por parte de otras personas? Aquello es antinatural. Serán, como asegura Alberto, almas gemelas, pero no están hechos el uno para el otro. Se lo tiene que hacer ver a su hijo, quitarle aquella insensatez de la cabeza. Y cuando antes mejor.

Si las ventanas que dan al patio de vecinos no estuvieran cerradas, esta noche los gritos de Alberto se oirían por todo el vecindario, tal es el estado de cólera del muchacho. Los improperios que salen de su boca son los peores que ha proferido a su madre ni en uno de sus peores arrebatos.

—¡Lo que tú quieres es retenerme a tu lado para siempre! ¡Eres una maldita egoísta!

—No es verdad, tú no lo entiendes, hijo. Vuestra relación no es posible.

—Ah, ¿no? ¿Por qué?

—Sois dependientes. ¿Cómo podréis vivir solos? ¿Quién os cuidará? ¿Cómo…?

—¡Basta ya! ¡Déjame en paz! ¡Largo de aquí! ¡Te odio!

Y con un estruendoso portazo se da por terminada la discusión.

—¡Eso no acabará así, te lo juro! —grita Julia desde el pasillo, mientras se aleja, trastornada.

«Prefiero mil veces la indiferencia a la que me tenía sometida ese mocoso malcriado, que la soledad que me espera si no logro evitar este desatino. Si no encuentro una solución para acabar con esta locura, la que terminará loca seré yo», se dice, tendida en la cama, llorando amargamente.

«Desagradecido, después de lo que he hecho por ti y así me lo pagas. ¡Y encima me tachas de egoísta! ¡Egoísta tú! Pero quien ríe el último, ríe mejor. Tengo que urdir un plan para llevar a cabo mi cometido» Y convencida de que algo infalible se le ocurrirá, se queda dormida sin siquiera haberse desnudado.

 

Han pasado días y semanas, y la mente de Julia bulle y está a punto de estallar como un géiser propulsado por la energía incontrolable de su ira ciega. Su hijo la nota más inquieta de lo normal, pero lo que él percibe solo es la punta del iceberg.

Hasta que, por fin, a Julia se le ocurre una gran idea para acabar de una vez con todo, recuperar a su hijo pródigo y volver a la vida normal, a la que se había acostumbrado después de tantos años y a la que Alberto deberá volver a aclimatarse. La inquietud y el mal humor de Julia se torna en sosiego y alborozo.

—¿Estás bien, mamá? Te noto, no sé…, distinta —le pregunta Alberto durante el desayuno.

—Estoy estupendamente, cariño, mejor que nunca. Por cierto, ¿a qué hora has quedado con Irene?

—Pues…, dentro de media hora, como siempre —le contesta, mirando su reloj, ignorante de lo que acontecerá treinta minutos más tarde.

—Pues hoy yo también voy a salir. Voy a vestirme. — le dice Julia mientras se levanta y Alberto termina, distraídamente, su café con leche.

 

Nadie sabe contar cómo ha sucedido exactamente. Alguien dice que le ha parecido ver cómo una mujer, con un pañuelo en la cabeza y gafas de sol, empujaba contra la calzada a una joven en silla de ruedas cuando el semáforo estaba todavía en rojo.

Un vendedor de cupones, que hoy se ha apostado frente al paso de peatones, para ver si de este modo vende más billetes, cuenta que le ha parecido ver a un muchacho que, a unos metros del lugar del trágico suceso, se ha levantado de su silla de ruedas para evitar, seguramente, que la joven acabara atropellada. Su opinión, sin embargo, se ha puesto en duda, pues este testigo tiene una visión bastante mermada y no es de fiar. ¡¿Cómo va a levantarse un tullido de su silla de ruedas?! Lo que nadie puede explicar —¡todo ha ocurrido tan rápido! — es cómo ha acabado la mujer arrollada en lugar de la chica. ¡Qué hecho más paradójico y desgraciado! Una pobre mujer intenta evitar el atropello de una minusválida y es ella la que acaba bajo las ruedas de un autobús.

Cuando llega la policía para tomar declaración a los testigos, ambos jóvenes, con sus sillas de ruedas, han desaparecido.

Esa misma tarde, por el patio de vecinos se oyen unos acordes de guitarra, acompañados por una voz melodiosa. Si alguien de los vecinos la escuchara y fuera un amante de los Beatles, reconocería que se trata de Norwegian Wood.

 

37 comentarios:

  1. A lo que pueden llegar los amores distorsionados por el egoismo. Estremecedor relato.
    Un abrazo.

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  2. Un tema estupendo que te ha dado pie a la historia de esa madre, que siendo una buena madre, acaba con una relación enfermiza hacia su hijo. No sé si debe acabar bajo las ruedas de una coche, pero un poquito de corazón, sí deberían tener todas las madres, La mayoría lo tiene, eso sí

    Un abrazo, y por unas felices navidades, con mascarilla o sin turrones :-)

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    1. Esa madre, de seguir así, podía haber acabado desarrollando lo que se conoce como el síndrome de Mauthausen por poderes, impidiendo, con métodos dañinos, que su hijo pudiera sanar e incluso hacerle empeorar con tal de que dependiera de ella y sentirse útil. Una relación malsana como esta no podía terminar bien.
      Un abrazo y felices fiestas.

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  3. Vaya mujer más egoísta, ¿existirán madres así?, seguro que alguna habrá como hay de todo en esta vida.
    Un tremendo relato que me ha tenido ensimismada hasta el final, donde la pareja de jóvenes quedan libres de tan malas intenciones.
    Josep, un placer como siempre leer tus historias.

    Te deseo de corazón, unas buenas Fiestas a pesar de las circunstancias.
    Un cálido abrazo.

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    1. Hay muchas formas de amor egoísta, uno de ellos es el de esos padres que, con tal de tener a su hijo con vida, prefieren tenerlo vegetando conectado a una máquina.
      El verdadero amor es desear ante todo la felicidad de un hijo, aunque ello signifique perderlo, y esta madre no se resignaba a que se lo "quitaran".
      Muchas gracias, Elda, por tus buenos deseos, y también te deseo lo mejor para lo que queda de este maldito año.
      Un fuerte abrazo.

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  4. El amor maternal suele tener mucho de egoísmo aunque también de entrega. Luego están los casos como este de tu relato en que casi todo es egoísmo y hasta la poca entrega que hay sigue siendo egoísmo. Por eso me gustan tanto las relaciones familiares en novela.
    Terminé hace unos días la última novela de Ignacio Martínez de Pisón que va también de una madre de esas.
    Muy bueno tu relato. Con sorpresas y planteando dudas a resolver por el lector.
    Un beso.

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  5. El primero a quién oí decir que el amor más egoísta es el de una madre (lo cual soliviantó a todas las chicas presentes) fue a un psicólogo clínico, uno de cuyos trabajos era acompañar al enfermo terminal. Comentó varios casos en que la madre, profundamente afectada por la inminente muerte de su hijo, pedía a los médicos que lo mantuvieran con vida como fuese, aunque ello supusiera matenerlo en un estado vegetativo.
    Este no es el caso de la madre de mi relato, pero se le parece, pues prefiere mantener a su hijo en una silla de ruedas y dependiente de ella para siempre, antes de verle hacer una vida normal alejado de su influencia.
    Me alegro que te haya gustado.
    Un beso.

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    1. Cuando yo digo que el amor maternal está dominado por el egoísmo también se me enfada la gente, sobre todo las mujeres. No sé, yo lo veo tan claro. A ver, es una mezcla de egoísmo y generosidad, pero creo que impera un egoísmo que muchas mujeres confunden con generosidad que ya es el colmo.

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  6. Vaya, Josep, que historia a lo Hitchcock te has montado. Me gustan las historias de varios protagonistas, en esta, madre e hijo comparten honores y desgracias, aunque solo uno se llevara el premio. Una historia de segundas oportunidades y de moralejas varias, como eso de que nunca sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos, y todo dentro de una trama que en ningún momento se sospecha qué va a ocurrir. Me gustó todo, incluso el título que es epílogo también del relato.
    Un abrazo y feliz Navidad!!!

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    1. Sí, Pepe, pero esa ventana, además de indiscreta, fue el vínculo amoroso entre dos almas gemelas e igualmnete solitarias, un vínculo (y ahí aparece la mala de la película, je,je) que una madre extramadamente posesiva, intenta destruir. Pero el tiro le salió por la culata, como se suele decir.
      Me alegra que te haya gustado.
      Un abrazo y felices fiestas para ti y los tuyos.

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  7. Hola.
    Qué estremecedor y escalofriante. Por un momento he pensado que la madre tenía Síndrome de Münchhausen y por eso el hijo no se curaba. Luego vi que no, que tenía algo sin solución. Esa madre tan egoísta me ha dado miedo, me ha recordado a una señora que lamentaba no haber tenido hijos porque le esperaba una vejez sola.
    Me ha gustado mucho el final, has cerrado el círculo de forma magistral.
    Enhorabuena y muy felices fiestas.

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    1. Hola, Gemma.
      No tenía ese síndrome, pero sí esta aquejada de una dolencia similar, con esa dependencia obesiva y enfermiza para con su hijo minusválido.
      Tener hijos para que te cuiden en la vejez no es un acto de amor sino de egoísmo.
      Muchas gracias por tu amable comentario.
      Un abrazo y que pases unas muy felices fiestas, a pesar de las restricciones.

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  8. ¡Hola, Josep! Acabamos un nuevo año y me siguen sorprendiendo el enfoque de tus relatos. Lo que hubiera sido un tanto insustancial relato de superación lo has convertido en un relato soberbio gracias a esa Julia que es la personificación, o al menos los síntomas, del síndrome que ha mencionado Gemma. Y es que esta dolencia está mucho más extendida de lo que podamos pensar. Aunque parezca mentira, y este año lo ha acrecentado mucho más, existe una parte de población que busca en la enfermedad o en la desgracia personal su razón de ser. El beneficio de quien es visto como vista, la compasión de quienes le rodean, es para esas personas como una droga. Julia presenta también unos celos típicos de los padres cuando observan que el retoños comienza a abandonar el nido, eso sí llevado a la máxima perversidad, ja, ja, ja... Un relato tremendo con un final de esperanza casi mágico. Recibe un fuerte abrazo y aprovecho, cómo no, para desearte una maravillosa Navidad!!

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    1. ¡Hola, David!
      Para Julia, su hijo minusválido se había convertido en su vida, su razón de ser, y no podía permitir que nadia se lo arrebatara. Los celos maternos llegaron a un extremo tan enfermizo que no podía augurarse nada bueno en esa relación materno-filial. Un final trágico que ni yo mismo pude evitar, ja,ja,ja.
      Muchas gracias, amigo, por tus siempre amables palabras.
      Un fuerte abrazo y que pases unas felices fiestas a pesar de las restricciones de aforo y mobilidad, je,je.

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  9. Tu relato me ha tenido en vilo mientras leía imaginando qué era lo que la madre dentro de su egoísmo planeaba, el broche final me ha gustado. Que tengas muy felices fiestas con tu familia Josep.

    Abrazos.

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    1. Me alegro que, a pesar de la longitud de este texto, hayas disfrutado de su lectura.
      Que también pases unas felices fiestas en grata compañía.
      Un abrazo.

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  10. Que vuelta de tuerca más lograda para el final.
    Estupendo relato ;)
    ¡Bon Nadal!

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    1. Muchas gracias, Alfred. El tornillo ya no daba para más, je,je.
      Una abraçada y bon Nadal.

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  11. Muy bueno Josep Mª,... has ido desarrollando una historia a partir de unos personajes y esta historia a ido tomando cuerpo y ganado interés en cada párrafo para finalizar con esos finales impactantes que nadie espera y a los que nos tienes acotumbrados.
    Me ha encantado.
    Un abrazo y Felices Fiestas!
    Te deseo lo mejor para ti y los tuyos.

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    1. Creo que esta historia podía haber dado para más, pues esas relaciones amor-dependencia-odio son muy complejas de tratar.
      Me alegro que te haya encantado.
      Un abrazo y que pases unas muy felices fiestas en grata compañía.

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  12. Vaya con el amor de madre y vaya con el hijo impostor, menuda familia, no sé yo si la pobre Irene va a acabar muy bien, la verdad, que ese Alberto me da un poquito de miedo aunque la haya salvado de un atropello fatal y le haya quitado de encima el peligro de una suegra asesina.
    Genial historia, muy bien contada y con ese final tan potente.
    Un besote.
    P.D. Escribo esto oyendo Norwegian wood de fondo ;)

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    1. Aquí la más inocente es Irene y la mala de la película es esa madre egoísta y acaparadora. Alberto juega el papel de quien está entre la espada y la pared. Tiene que decidir entre un amor que se le antoja sincero, el amor de su vida, y las cadenas que le tienen atado a su porgenitora, que solo ve en él su razón de vivir y en la joven como a su peor enemiga. Una situación tan tensa como esta no podía terminar bien. Quizá luego vengan los arrepentimientos.
      Un beso.
      P.D.- A mí este tema me encanta. Eres la única persona que lo ha mencionado, je,je.

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  13. Que este fin de año te traiga mucha Paz y Salud! 🌲💕

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    1. Estos deseos son recíprocos. Ojalá se hagan realidad.
      Un abrazo.

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  14. Me entran escalofríos de pensar que pueden existir madres así, tan egoístas, tan protectoras, tan sumamente tóxicas, que solo piensen en su bien y no el de sus hijos, no lo entiendo pero existen por desgracia y tu relato lo describe de una forma magistral, y ese final, uf.
    Gracias una vez más por un relato muy bueno para acabar este 2020 y es que como yo digo hay que buscar siempre lo bueno de este año tan horrible y una de esas cosas es leer algo tuyo.
    Un abrazo.

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    1. Por desgracia sí existen madres acaparadoras en extremo y celosas de las relaciones de sus hijos, sobre todo si solo tiene uno y es chico. Del mismo modo que hay hijos enmadrados, que tienen a su madre idolatrada y dependen de ella para tomar cualquier decisión, hay madres que no pueden vivir sin tener a su hijo pegado a sus faldas. En esta historia he llevado al extremo esa relación materno-filial enfermiza y, de paso, me he permitido darle un final muy duro.
      Un abrazo.

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  15. Vaya historia Josep. ¿Todavía puede haber madres así de egoístas? Madre protectora y egoísta. El relato muy bien llevado hasta el final. Un abrazo.

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    1. El egoísmo está, por desgracia, muy extendido entre la gente, e incluso dentro de una familia. En este caso, se trata de un egoísmo excesivamente malsano por parte de una madre que ha perdido el norte.
      Un abrazo, Mamen.

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  16. Increíble historia, Josep. Muy bien narrada y con un ritmo trepidante, que te hace querer seguir leyendo a cada nueva revelación y giro que planteas. El final, con esa vuelta de tuerca totalmente inesperada -a mí me cogió por sorpresa-, logra darle un carácter totalmente distinto a la historia, haciendo que tu opinión de los personajes varíe. Desde luego, te ha salido una historia redonda. Te felicito.

    Un abrazo, Josep.

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    1. Hola, Pedro. Es que hay amores que matan. Los hay que dicen "la maté porque era mía", una posesión al fin y al cabo. Aquí hay una especie de lucha de poderes que solo podía terminar trágicamente.
      Me alegro mucho que te haya complacido el relato, siendo tan perfeccionista como eres, ja,ja,ja.
      ¡¿Querrás creer que, una vez publicado el relato, tuvo que ser mi mujer quien me advirtiera de dos gazapos que fui incapaz de detectar en las dos o más revisiones que hice?! No sé qué me ocurre. ¿Serán las prisas? Quizá ahí esté el motivo por el que no gano ningún concurso, je,je.
      Un abrazo, amigo.

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  17. hOLAAA Josep Mª qué buena historia, como pueden cambiar las cosas. El egoísmo ante la soledad, el hijo protegido, un accidente desafortunado, un encuentro inesperado y los celos, el miedo ante el abandono. Y un final inesperado. Bravo compañero. Un gusto leerte.¿Se levanta de la silla? síiii, vaya. Feliz año nuevo. Te deseo lo mejor con esa hermosa familia. Un abrazo

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    1. Hola, Eme. Una cosa llevó a la otra, como una cadena de infortunios.
      Me alegra que te haya gustado este relato un tanto rocambolesco, je,je.
      Yo también te deseo un feliz año nuevo en buena compañía.
      Un abrazo.

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  18. Podría ser, perfectamente, el argumento de un corto. Es genial, me ha mantenido intrigada en qué pasará y para nada se me hubiese ocurrido tu final.
    Me ha gustado muchísimo.
    SAludos.

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    1. Un final con sorpresa, desde luego. Soy así de malo, je,je. Y es que quise deshacerme de esa madre, dispuesta a acabar con la vida de una joven inocente solo para retener a su hijo dependiente.
      Me alegro, pues, que te haya gustado.
      Un abrazo.

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  19. Hola, Josep Maria.
    Alberto necesitaba darse cuenta que él no era el único en tener una discapacidad, ahora la parte de la madre, qué horror sentir que tu vida ha de ir ligada al sufrimiento o dependencia de otros. Eso es totalmente enfermizo.
    Impecable historia con una trama que a medida que vas leyendo se van descubriendo rasgos de los personajes que no dejan menos que sorprender, y el final, bueno, bueno… es como aquí no ha pasado nada, escalofriante. Muy buen relato.

    Un fuerte abrazo.

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    1. ¡Hola, Irene! Te daba por desaparecida después de un año de ausencia. Pero veo que has vuelto al mundo de los blogueros, je,je. Bienvenida seas, pues.
      El amor de esa madre hacia su hijo dependiente de ella es realmnete enfermizo. Desea tenerlo para ella sola y no compartirlo con nadie más, aunque ello vaya en detrimento de la felicidad del joven.
      El descubrimiento por parte de este de los planes de su madre egoísta desemboca en un final trágico pero liberador.
      Muchas gracias, compañera, por venir y dejar tu comentario.
      Un fuerte abrazo.

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