jueves, 20 de febrero de 2025

Un cuento de burros

 



Érase una vez un hombre que tenía dos burros, Pancho y Pincho, ya demasiado viejos para trabajar en el campo. Vivían en la masía donde, el dueño, Pedro Labrador —apellido muy acorde con su profesión—, los tenía siempre encerrados en el establo junto a dos potros negros, esbeltos y vigorosos, recientemente adquiridos en el mercado de ganado que tenía lugar cada año en el pueblo. Para qué quería Pedro esos dos ejemplares era una incógnita para Pancho y Pincho. Pero, claro, ¿qué podían saber ellos siendo tan solo unos burros?

Esos dos viejos animales, compañeros y amigos de toda la vida, apenas se relacionaban con los recién llegados, demasiado jóvenes, orgullosos y de buena raza para tener algo en común. Cada vez que uno de los burros les dirigía la palabra para darles un consejo u opinión, los caballos les daban la espalda, mirándolos de reojo y diciéndoles, despectivamente, que cerraran su bocaza, que total eran unos burros que no sabían nada de nada. Ellos habían sido comprados por su inteligencia, elegancia y coraje, para participar en concursos de equitación; en cambio, ellos tan solo eran animales de carga que no servían para nada más.

Un día, o mejor dicho una noche, entraron en la masía unos ladrones, uno gordo y bajito y el otro alto y delgado, con muy malas intenciones, como las de todos los ladrones. No tuvieron suficiente con llevarse todo lo que hallaron de valor y dejar al dueño muy malherido de los garrotazos que recibió de esos brutos, sino que también entraron en el establo para ver si había algún animal de utilidad o digno de ser vendido a un comprador sin escrúpulos.

Cuando los dos malvados vieron aquellos dos ejemplares tan bellos se les pusieron los ojos como platos y con los garrotes que habían utilizado para neutralizar a Pedro Labrador, los amenazaron y golpearon hasta que los potros, aterrorizados, se refugiaron en un rincón pidiendo clemencia con la mirada. Los burros lo contemplaban todo desde el otro extremo del establo sin saber muy bien qué hacer e incluso dudando si valía la pena intervenir en defensa de aquellos dos caballos arrogantes y ariscos.

Finalmente, los burros se miraron y tomaron una decisión en común. Cuando los dos ladrones iban a atar a los purasangres con los lazos que su dueño utilizaba para adiestrarlos, Pancho le lanzó una mordedura en la pierna del gordo, que vaya un jamón que tenía por muslo, mientras Pincho le propinó al alto una coz de tal magnitud que el hombre salió volando por la ventana más próxima. El resultado de la intervención —total, una burrada— fue que los intrusos se largaron más raudos que si les persiguieran mil demonios, dejando por el suelo todo lo que habían podido arramblar.

Mientras los potros todavía resollaban y temblaban de miedo en un rincón de la caballeriza, los burros entraron en la masía para ver qué podían hacer por el amo, si es que todavía estaba vivo. Al encontrarlo inconsciente, pero con vida, lo cargaron sobre el lomo de uno de ellos y se aproximaron al pueblo para llevarlo a casa del médico, a quien despertaron con sus escandalosos bramidos.

 

Al año siguiente, en el mercado del ganado, un par de potros negros y esbeltos, pero un poco acoquinados, estaban en venta por un módico precio. El último día de mercado, un campesino ceñudo y con cara de malas pulgas los compró pensando que le podrían ser de utilidad en el campo, pues no se los imaginaba haciendo otra cosa que no fuera ayudarle a labrar o haciendo girar la rueda del molino. Pancho y Pincho, que habían acudido al mercado con su amo —ahora los llevaba con él a todas partes como si fueran animales de defensa y compañía—, los miraban con pena y satisfacción a la vez.

Y es que no hay que juzgar a nadie por las apariencias. Nunca se sabe lo que puede dar de sí un burro. Y si son dos, más aún.

 

18 comentarios:

  1. Nuestro sabio refranero está lleno de hábitos y monjes, presunciones y carencias, palabrerías y desconocimientos, apariencias y engaños... para poner en su sitio a esos dos pobres caballos.
    Un abrazo.

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    1. Seguro que sí, Chema. Y como tú sabes mucho más de refranes que yo, sin duda encontrarías unos cuantos muy adecuados para este caso.
      Un abrazo.

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  2. Un relato que casi es una fábula con todo y su moraleja. Y ese toque de humor que me ha encantado. A veces las burradas resultan más inteligentes que los dichos más sesudos.
    Un beso.

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    1. Los tontos suelen hacer honor a este adjetivo y solo hacen tonterías, pero otras veces, como bien dices, saben y pueden hacer lo que otros mucho más inteligentes no, je, je.
      Un beso.

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  3. Estupendo cuento con una magnifica moraleja, qué error se comete al definir a alguien por su apariencia, el tiempo termina descubriendo el tipo de persona, o en este caso animal, :) que es uno, así que antes de juzgar dejemos que el tiempo y las circunstancias nos muestren quienes somos.
    Me ha gustado mucho, Josep Maria.
    Un abrazo.

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    1. Los prejuicios son muy malos. No hay que juzgar a otros por su aspecto, tendencia sexuel, origen, raza o credo. Los que se creen superiores muchas veces fracasan en aquello que otros aparentemente menos preparados sí saben hacer.
      Me alegro que este cuento te haya gustado.
      Un abrazo.

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  4. Me ha recordado un poco a la política de EE UU: Dos burros a los mandos de un país: uno anaranjado y otro en forma de X je, je. Estas fábulas con animales y moraleja me encantan.
    Un placer leerte, Josep.
    Buen fin de semana.
    Abrazos.

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    1. Ja, ja, ja. Pues sí que es una buena comparación. Las fábulas de animales le permiten a uno hacer una crítica mordaz sin dar nombres y que cada uno se los ponga, je, je.
      Muchas gracias por tu comentario, Miguel-.
      Un abrazo.

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  5. Desde luego estoy completamente de acuerdo Josep, nunca hay que juzgar por las apariencias. Estupendo post. Un abrazo

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    1. Hola, Nuria. Por desgracia son muchos los que prejuzgan sin conocer a fondo la realidad.
      Un abrazo.

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  6. Una preciosa narración Josep, los dos potros acabaron como merecían.

    Abrazos y feliz semana.

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  7. Cómo burroadicta te diré que me encanta y que nunca hay que subestimar a nadie.
    Feliz día.

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    1. A mí me gustan los caballos, pero los burros me enternecen más, por muy testarudos que sean. Si tuviera una casa de campo, sin duda adoptaría uno o dos, je, je.
      Un abrazo.

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  8. ¡Hola, Josep! Un precioso cuento, de esos que uno no puede dejar de leer. En efecto, todos somos hijos de Dios y nunca se puede saber dónde se esconden los héroes, a veces, como en este caso, aparecen donde menos te los esperas. Por eso y ante todo hay que valorar a cada ser vivo por lo que vale y por lo que puede llegar a ser. Un abrazo!

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    1. ¡Hola, David! Bienvenido a esta tu casa. Me refiero al blog, no a los burros, ja, ja, ja.
      Héroes y villanos a veces no se distinguen, excepto en sus actos. Y las apariencias muchas veces engañan.
      Un abrazo.

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  9. Hola Josep. Tu escrito me parece una fábula encantadora y bien narrada que combina humor, moraleja y un toque de justicia poética. El tema de fondo —no subestimar a los demás por su apariencia o estatus y el valor de la humildad y la lealtad— está presentado de forma sencilla pero efectiva, con Pancho y Pincho, los burros viejos, como héroes inesperados frente a los arrogantes potros negros. Es una lección clásica con la que sintonizo porque está envuelta en una historia entretenida y llena de vida.
    Me encanta el contraste entre los personajes: los burros, humildes y despreciados, demuestran más coraje y nobleza que los elegantes caballos, quienes terminan acobardados y humillados. La escena del robo es el punto culminante, y la forma en que los burros intervienen —con una mordedura y una coz dignas de un relato épico— es divertidísima. El detalle de "una burrada" como resumen de su hazaña me sacó una sonrisa.
    La atmósfera rural, con la masía, el establo y el mercado de ganado, está bien lograda y da un marco cálido y familiar al relato. Pedro Labrador, aunque aparece poco, gana simpatía al final al llevar a los burros consigo como compañeros, mostrando que también él aprendió a valorarlos. Los ladrones, caricaturescos con sus garrotes y su huida caótica, añaden un toque de humor que equilibra la tensión.
    El final en el mercado, con los potros ahora rebajados y destinados a una vida menos glamorosa, redondea la historia con una ironía deliciosa. La frase final, "nunca se sabe lo que puede dar de sí un burro", es un broche perfecto que invita a reflexionar sin ser demasiado moralizante. Quizás el texto podría haber explorado un poco más la relación inicial entre los burros y Pedro para reforzar su vínculo, pero no le resta fuerza.
    En resumen, es un relato que me dejó con buen sabor de boca: hecho desde el corazón y trayendo consigo una enseñanza que no pasa de moda. Felicidades.

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    1. Hola, Marcos. Imposible recibir un comentario tan detallado y prolijo como el/los tuyo/s. Solo recuerdo a un antiguo seguidor que desmenuzaba mis relatos con tanto detalle, comentando cada "escena" como si de un examen se tratara, je, je. Pero, claro, resultó ser un profesor de lengua y literatura de secundaria. Lo malo de él, en mi opinión y como receptor de sus críticas, consistía en que no se andaba con chiquitas y del mismo modo que loaba un texto, o parte de él, no se cortaba un pelo para ser demoledor en otros casos. Reconozco que, debido probablemente a mi inseguiridad, no tengo mucha tolerancia para las críticas negativas y menos si son destructivas, pues eso me desanima mucho.
      En tu caso, en cambio y por fortuna para mí, me resultan muy edificantes tus palabras, aunque ello sea una forma de autosatisfacción, y un escritor, o aprendiz de escritor, debe saber encajar todo tipo de críticas y no solo esperar que sean positivas.
      Te agradezco, una vez más, que hayas dedicado tu tiempo a profundizar en mi texto, y quizá tengas razón en que esta historia habría quedado más completa si hubiera puesto al lector en antecedentes de la relación entre los burros entre sí y para con su dueño.
      Un abrazo.

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