Su largo currículum
contrastaba con su corta estatura. Con sus 145 cm, hacía años que Ismael había
superado su complejo de inferioridad que le habían provocado sus compañeros de
la escuela desde su más tierna edad. Sus padres eran de estatura normal, según
los cánones de la época, pero una alteración extraña, probablemente genética,
que nadie supo definir y mucho menos determinar, o quizá por haber sido
concebido cuando su madre ya tenía una edad impropia para procrear, hizo que el
hijo único —no se atrevieron a tener más por si ese defecto volvía a
repetirse— de los Gómez, una familia de banqueros, fuera tratado como a una pieza de porcelana.
Lo único que infundía respeto
entre el alumnado era que “el enano” —así le llamaban— llegara al colegio en un
coche que muchos querrían tener y con un chófer con uniforme y gorra de plato.
Sería enano, pero rico —se decían.
Pero ese niño, aparentemente
débil y raquítico, resultó ser una lumbrera. Sus notas oscilaban entre el
sobresaliente y la matrícula de honor, motivo de envidia de sus compañeros, que
no amigos, pues de eso no tenía.
En la adolescencia la cosa empeoró,
y todo por culpa de las chicas. Mientras cursó sus estudios en el colegio
religioso, solo para niños, el sexo femenino brillaba por su ausencia, tanto en
su vida social como personal. Le gustaban las chicas —cómo no—, pero ¿qué chica
iba a fijarse en él?
En la facultad de económicas
despuntó por las únicas dos cosas que le identificaban: su brillante expediente
académico y su estatura. Y allí tampoco se salvó del escarnio público, tanto en
clase como fuera de ella. De este modo, Ismael vivía prácticamente recluido en
casa, apenas salía, y solo se dedicaba al estudio. Quería sobresalir como
economista, trabajar en la banca como su padre y ser el orgullo de la familia.
Y así fue. Con solo
veinticinco años era el subdirector general de la banca familiar, presidida por
Don Laureano Gómez que, a sus setenta años ya pensaba en jubilarse y dejar el
negocio familiar en manos de su vástago.
Cuando esto aconteció, sus
padres abandonaron la gran ciudad y se instalaron en su segunda residencia en
la montaña, donde respirarían aire sano y disfrutarían de una paz y
tranquilidad sin parangón.
Ismael, por su parte, se quedó
a vivir en la gran casa familiar, con la única compañía de una cocinera a
tiempo parcial, un asistente para todo, un jardinero y el chofer, el mismo que
le había acompañado cada día a clase, pero con unos cuantos años de más a la
espalda. Hasta que un día, la cocinera, ya mayor para tanto trajín —en esa casa
todos eran viejos y todos sus quehaceres les parecían muy pesados—, le presentó
la renuncia. «Pero no se inquiete, que tengo a la perfecta sustituta: mi hija.
¿Su hija? ¿Aquella niña que venía con usted cuando no iba a la escuela porque
estaba enferma y no tenía con quién dejarla? Esa, esa. Cocina mucho mejor que
yo. Ya verá» Y así
se cerró el trato.
Isabel, que así se llamaba la
joven, era toda una belleza. De niño ya le gustaba, pero no solo porque era
guapa, sino porque, además, era muy simpática con él. Nunca se rio de su
defecto físico, al contrario, le animaba a prescindir de los comentarios ajenos
y se ponía furiosa cuando Ismael le contaba lo que le decían sus compañeros.
Isabel tenía ahora treinta
años e Ismael cinco más. Serían la pareja perfecta si no fuera por... ¿Cómo era
posible que una chica de esa edad y tan bonita no tuviera novio? No se atrevía
a preguntárselo.
Cuando la madre de Isabel
falleció, con solo sesenta y siete años, viuda y con solo esa hija, el
propietario del piso donde había vivido casi toda una vida decidió alquilarlo a
otro inquilino, a menos que Isabel estuviera dispuesta a pagar el nuevo
alquiler, que para ella resultaba prohibitivo.
Ismael, conocedor de este
grave problema, pensó en pagarle ese desmesurado alquiler, pero temía que
Isabel se sintiera ofendida o, por orgullo, no quisiera aceptar ese trato.
Entonces pensó en otra opción: que viviera en su casa. Sería una cocinera a
tiempo total, se ahorraría el dispendio de una vivienda y encima le aumentaría
el sueldo al estar disponible más horas a su entera disposición.
Fue un gran alivio para Ismael
la aceptación de su propuesta por parte de Isabel, de la que estaba cada vez
más enamorado. Ahora la tendría más cerca y por más tiempo. Se haría la ilusión
de que eran pareja, aunque durmieran en habitaciones distintas.
Isabel, además de una
espléndida cocinera era un potosí. Era su compañía perfecta y constante. Al
volver del trabajo, Ismael era atendido con un esmero inimaginable. Le
preparaba la ropa, se la planchaba con gran esmero, estaba pendiente de él en
todo momento, no fuera que su discapacidad le ocasionara algún accidente
doméstico, le preparaba el desayuno y le ayudaba a sentarse en el taburete que,
aun siendo más bajo de lo habitual, representaba un pequeño obstáculo para
Ismael. Y este, en lugar de sentirse abrumado por tanta atención, vivía en la
gloria.
Y así discurrieron los meses.
Sin novedad en el frente, como a Ismael le gustaba decir cuando todo iba bien.
Compartían los mismos gustos, leían los mismos libros y veían juntos los mismos
programas de televisión. Preferían ver las películas en la televisión porque en
el cine la estatura de Ismael le impedía ver la pantalla y le daba vergüenza
usar un asiento alzador infantil y la gente le miraba como a un bicho raro. Como
la televisión era, pues, la mejor distracción para ambos, Ismael se apresuró a
comprar el primer televisor de color que apareció en el mercado.
Salían a pasear, eso sí, pero
evitaban comer en un restaurante, por la misma razón que al cine, pues los
camareros, con afán de contentarle, le ofrecían una trona, pues no solían tener
cojines sobre los que pudiera sentarse. Por no hablar de los cuchicheos y
risitas por parte del resto de clientes.
Pero a pesar de ser feliz así,
a Ismael le faltaba algo muy importante para serlo totalmente: Tener a Isabel
como esposa. Pero temía su rechazo. ¿Cómo una mujer como ella, a la que todos
los hombres miraban con indisimulado deseo, iba a contraer matrimonio con
alguien que no levantaba ni metro y medio del suelo? Pero el tiempo corría en
contra de Isabel si quería ser algún día madre, algo que había manifestado en más
de una ocasión. Acababa de cumplir treinta y cinco años, una edad que ya
empezaba a ser conflictiva en caso de un primer embarazo. Y en el mejor de los
casos, si aceptaba ser su mujer, ¿quién les aseguraba que el hijo, o hija, que
engendraran no fuera como él?
Torturado por esas dudas,
Ismael no sabía si lanzarse al ruedo y que pasara lo que Dios quisiera, o
callarse para siempre. ¿Y si ella le quería y no se atrevía a proponérselo? Una
noche, tras la cena, propuso a Isabel tomar una copa de whisky en el salón, él
para animarse y, de paso para ver si también la animaba a ella y así prepararla
para lo que le quería decir. «¿Whisky?, ay no, qué asco. Pero, mujer, solo un
sorbito, para probarlo, igual te gusta y hasta repites. Que no, que no»
De este modo, Isabel solo se
tomó una tacita de té, mientras Ismael se bebía casi todo lo que quedaba de la
botella. A las doce de la noche, Isabel bostezaba e Ismael no se tenía en pie.
Aun así, no quiso perder la oportunidad de declararse. Se levantó, cerró los
ojos y se santiguó tres veces, como el torero que sale a la plaza.
La boda se celebró, por lo
civil, al cabo de tan solo un mes —Ismael no quería dejar escapar la ocasión,
no fuera que Isabel se retractara— a la que solo acudieron unas cincuenta
personas, entre ellas sus empleados, tanto de la oficina como domésticos. Como
no tenía amigos, pensó en invitar a todo el personal del colegio y de la
facultad con el que había coincidido en sus estudios para darles envidia. Solo
acudieron unos cuantos profesores, los que todavía guardaban un buen recuerdo
de él, quienes se comían a Isabel con su mirada concupiscente.
Todo fue perfecto, salvo
alguna anécdota sin importancia, como el hecho de que cuando los camareros le
vieron entrar en el comedor donde se celebró el ágape, le indicaron cortésmente
que se sentara a la mesa reservada para los niños. Una vez aclarado el
entuerto, con el bochorno y enfado del novio, pudo sentarse a la mesa
presidencial. El problema se resolvió con un par de cojines y santas pascuas.
Y, luego, la noche de bodas. Ismael nunca olvidaría la entrada triunfal en la
habitación en brazos de Isabel. ¡Qué romántico! Isabel, por su parte, se
congratuló de que no todo en Ismael fuera de pequeño tamaño.
Tuvieron un hijo varón, sano y
de tamaño estándar. Sería el heredero de la fortuna familiar, pues no tentarían
a la suerte con un segundo hijo. Le pusieron el nombre de Hércules porque, sin
duda, sería un hombre de gran talla.
Ismael enseñaría a su hijo que
hay momentos en que tenemos que hacer frente a los que se burlan de nosotros y
nos humillan, situaciones a las que deberemos enfrentarnos usando la
inteligencia en lugar de la fuerza, que el tamaño no importa, que lo que
realmente importa es el corazón, el esfuerzo y el coraje. Aunque a Hércules no
le haría falta hacerse valer por su estatura, debería tener muy presente estas
enseñanzas para ser una persona justa y no actuar como un Goliat ante los más
desfavorecidos.
Fotograma de la película Un
hombre de altura (2016)
Un relato muy bien trabajado y que resulta enternecedor por las tribulaciones de este buen hombre. Precisamente conozco a un joven que medirá menos de 1'50 y sus allegado me cuentan que su vida escolar es una pesadilla hasta llegar a la depresión. Pero al menos tiene buenos amigos. Por cierto, la película que señalas -de la que se hizo un remake argentino- fue de las primeras que reseñé en mi blog y me dejó un grato recuerdo.
ResponderEliminarAbrazos, Josep.
El mobbing es algo terrible y demuestra la falta de sensibilidad y educación de quienes lo practican, y el que lo sufre llega a padecer lo indecible, hasta incluso llegar al suicidio. En la película a la que hago referencia, se trata este tema desde el humor y solo incide en esta problemática de una forma tangencial, pues el protagonista de baja estatura es muy rico y eso palía en garn parte cualquier otra desventaja; de lo contrario, muy probablemente la chica, rubia y despampanante, no habría llegado a descubrir que, bajo ese el hombre muy bajito había un ser humano bueno, cariñoso e inteligente. El físico, por desgracia, todavía es una barrera infranqueable para muchos.
EliminarUn abrazo.
Resulta curioso que alguien sea capaz de ridiculizar antes a una persona baja de estatura que a una estúpida.
ResponderEliminarBuen relato.
Un abrazo.
Seguramente porque aun prima la imagen por encima del intelecto. A Marilyn Monroe, sin ir más lejos, solo se la valoró por su físico y, según se dice, tenía un cociente intelectual de 164.
EliminarUn abrazo.
Tal y como debe ser, a las buenas personas les pasan cosas buenas. Ismael podía haber sido un resentido, un amargado y un vengativo, que motivos no le faltaban, pero hizo su vida dejando sitio a los buenos sentimientos, a la bondad y al amor, ¡y al final le fue bien!
ResponderEliminarUn estupendo relato que deja buen sabor de boca, Josep. Gracias :)
¡Hola Julia! Qué alegría verte por aquí después de tanto tiempo. Me alegro que este relato te haya gustado.
EliminarLo que hizo mi protagonista, por desgracia no es habitual. Lo normal (entendiendo por normal lo usual) habría sido lo que dices: guardar un gran resentimiento contra los que le humillaron y vivir amargado el resto de su vida. Pero abusando de mi fantasía y usando la ficción que tanto me gusta (je, je), he querido mostrar la otra cara de la moneda, la que debería dominar en nuestra sociedad. Ojalá exitieran muchos como Ismael entre nosostros y que nadie tuviera que sufrir por culpa de su físico o de una minuvalía.
Un abrazo.
Me gusta que una persona con la vida en contra le haya podido dar la vuelta a la situación, que entrase en brazos de su mujer en la habitación la noche de bodas y que educara tan bien a su hijo.
ResponderEliminarComo siempre, un relato estupendo.
Feliz tarde.
Ismael es un ejemplo de entereza y valentía. Tras sus dudas, tuvo el arrojo de vencer sus complejos para ganarse el amor de una mujer mucho más alta que él.
EliminarUn abrazo.
Una historia estupenda Josep. Desde luego nacer con algo diferente a los demás, ya es un sufrimiento para la persona, sobre todo en el colegio y adolescencia. Hay que ser muy valiente para superar todo lo malo recibido por parte de los demás, y el protagonista de tu historia salió muy bien parado al final, llevándose una mujer de bandera.
ResponderEliminarMe encantó tu escrito, por el tema y por lo bien que lo relatas, como siempre por otra parte.
Un abrazo Josep, y buena semana.
Es una pena que la sociedad todavía discrimine a los que considera distintos, haciéndoles sentir inferiores. Los niños suelen ser crueles con los diferentes, algo que seguramente han heredado de sus padres. Y en la adolescencia, el problema sigue e incluso se acrecenta cuando estas personas discriminadas por su físico tienen que hacer frente a la indiferencia, cuando no al menosprecio, de las chicas, o chicos, de su edad, una edad en la que el enamoramiento y el deseo sexual, están muy presentes.
EliminarPor esto he querido en este relato contar la historia desde una vertiente más optimista y con final feliz.
Un abrazo, Elda, y que también pases una buena semana.
Desde luego, hay gente que tiene que enfrentarse a cada realidad... Y es que más allá de ser el personaje de un relato fantástico y que me ha tenido enganchada de principio a fin, esas personas existen. Como profesora, he tenido casos de alumnos que lo han tenido todo en contra. Desde gais, en unos años en los que el tema estaba mucho menos normalizado que ahora, hasta un alumno con una mancha negra de nacimiento, enorme y que le ocupaba la mitad de la cara, pasando por niños obesos, con granos, y demás características que los matones usan como excusa. Cuando se han dejado avasallar lo han pasado fatal, pero ha habido otros, con mucha personalidad y muy inteligentes, de los que nadie se atrevía a reírse. Veo que el pobre Ismael, aunque inteligente, no se ha librado de las burlas. menos mal que al final le ha sonreído la vida y ha logrado lo más importante.
ResponderEliminarUn beso.
Lo realmente difícil debe ser ayudar a esos chicos/chicas que son objeto de burlas por parte de sus compañeros. Solo una ayuda profesional puede minimizar sus efectos. El bullying debe erradicarse de las escuelas y de los puestos de tabajo, pero entiendo que es una labor complicada ya que intervienen muchos factores en contra, como la mala educación y el carácter chulesco y soberbio de quien lo practica. Padres, educadores y psicólogos tienen una función esencial para tratar este problema. Ismael, aun teniendo serias dudas sobre sus posibilidades para formar una familia con una mujer "normal", supo enfrentarse a ese reto y le salió bien, probablemnete porque este es un relato de ficción. No sé yo si habría tenido tanta suerte en la realidad.
EliminarUn beso.
Josep, has creado un buen relato que engancha desde el principio. La gentes pueden ser crueles con las personas desfavorecidas, pero al final ganan sin son buenas personas y este ha resultado conseguir a la mujer de su sueño. Un abrazo
ResponderEliminarLa paciencia, la perseverancia y sobre todo el buen corazón suplen cualquier defecto físico que uno pueda tener. Y sí, Ismael tuvo, además, la suerte de encontrar a una mujer que supo ver en él lo que otros fueron incapaces de ver.
EliminarUn abrazo.
¡Hola, Josep! Al final, cada uno elige su camino. Es cierto que hay circunstancias desfavorables, pero cuanto antes se asuman mejor y a otra cosa mariposa. Recuerdo que de niño era bastante gordito y me apodaban vaca... pero no recuerdo que eso me afectara demasiado, como se decía entonces cuando te quejabas que tal niño se metía contigo, pues métete tú con él, me respondían y al final todo curte. El personaje de tu relato supo echarle coraje y no dejar que su circunstancia definiera su vida, como debe ser. Un abrazo!!
ResponderEliminar¡Hola, David! Para superar lo que la gente entiende por defecto no solo se requiere mucha fuerza de viluntad por parte de quien lo sufre, sino también de la ayuda de quienes le rodean. Sintiéndose comprendido y arropado, resulta más llevadero cualquier inconveniente u obstáculo. Y en el terreno del amor, qué mejor que encontrar a esa media naranja, que le quiere y apoya incondicionalmente.
EliminarUn abrazo.
Cietamente los miedos y los complejos son más limitadores que nuestros atributos físicos, como la estatura, el color de la piel o la belleza. El tesón para salir adelante y la fuerzza de voluntad para suplir nuestras carencias con nuestros valores destacables es lo que noas equipara o eleva por encima de la media habitual. Yo me sorprendo con la habilidad de los ciegos al manejarse con soltura en circunstancias que a nosotros con los cinco sentidos, nos resulta difícultosas.
ResponderEliminarEste personaje tuyo no solo a destacado por encima de los que hacían burla, sino también es envidiado por haber conseguido emparejarse con una mujer aparente. Un triunfador, se podría decir.
Bien por tu relato que es toda una lección motivadora.
Un abrazo.
Hola, Josep Maria.
ResponderEliminarEl inicio deja un poso de tristeza, que un niño, tenga que estar entre comillas protegido por el dinero que tiene su familia, por una parte, piensas, menos mal que tiene ese escudo, por la otra, te viene a la cabeza tantos otros que no tienen o tendrán esa suerte.
Lo que más me ha gustado de tu relato es que el personaje nunca se dejó amedrantar, él siguió cumpliendo sus metas, demostrando que la valía no es un cuerpo, al final es solo una carcasa, lo que cuenta, lo que de verdad es bonito siempre es lo que tenemos dentro.
Y al final como un buen cuento, logró el final feliz, el único anhelo que le quedaba por tachar.
Muy tierno.
Un fuerte abrazo.
Hola, Irene.
EliminarDe niño, esas burlas hacen mucho daño y provocan que el afectado sufra un complejo tremendo y una autoestima bajo mínimos. Solo la entereza y la ayuda externa puede llegar a mejorar la situación e incluso superarla positivamente. En este relato la inteligencia del muchacho, superior a la del resto, y el ánimo de superación le ayudó a seguir adelante.
En la escuela, a mi me llamaban "cuatro ojos", al igual que a todos los que llevábamos gafas, a los gordos "vaca" y a los muy altos "jirafa", pero nunca fue con ánimos de hacer daño, eran bromas que todos aceptábamos con resignación, je, je.
Un abrazo.
Hola, Josep!
ResponderEliminarUn relato de altura, que no de estatura, jejej, el físico siempre va por delante y se se lleva mucha de la profundidad de la gente y más en estos tiempos de selfie y morritos. Por lo menos, la enseñanza queda ahí y es bonito de seguirla.
Un abrazo!
Hola, tocayo!
EliminarEn mi adolescencia, me daba mucha rabia ver cómo en las discotecas las chicas solo salían a bailar con los más guapitos, mientras que a mí me decían la típica cantinela de "estoy cansada", je, je. Y es que, efectivamente, la primera impresión cuando se conoce a alguien es única y simplemente física, luego ya viene "lo demás". Por eso es tan importante que "lo demás" sea sustancialmente mejor. Claro que también depende de que se le de al pretendiente la oportunidad de mostrarse como realmente es y de las exigencias de quien juzga, que crea de verdad que en el interior está la belleza, cosa que sí ocurrió en mi historia.
Un abrazo.