lunes, 12 de mayo de 2025

Anselmo

 


«Soy viejo, muy viejo. Solo me falta una semana para cumplir los noventa. Nunca creí que llegaría a una edad tan avanzada.

»Mi mujer, Manuela, hace un año que me dejó más solo que la una. Y eso que era nueve años más joven. Pero la vida da estas sorpresas. Manuela falleció a los ochenta recién cumplidos y estaba aparentemente muy sana y era muy vigorosa. Imaginaos que a esa edad no quería tener en casa a una asistenta. Todo lo hacía ella sola. En cambio, yo soy un perfecto inútil para las tareas domésticas, así que, desde que enviudé, dispongo de ayuda externa.

»Tengo dos hijas, pero están tan ocupadas por culpa del cargo que ostentan —ya se sabe cómo exprimen hoy en día las grandes empresas a sus trabajadores—, que no les queda mucho tiempo para dedicármelo. A mis nietos, los veo con muy poca frecuencia porque cuando llega el fin de semana, mis hijas y yernos lo aprovechan para huir de la ciudad y largarse lo más lejos posible. Lo entiendo, pero es triste. Me siento solo y desvalido, como muchos ancianos a mi edad. No sé cuántos años me quedan de vida, pero el caso es que los días se me hacen muy largos y tediosos.

»He llegado a pensar en quitarme de en medio, pero no tengo valor para hacerlo. He pensado en diversas formas de llevarlo a cabo, pero me asaltan las dudas. El gas sería la opción ideal, moriría dulcemente, sin dolor. Solo me retiene pensar en el que infligiría a mis hijas, pues, aunque me tienen prácticamente abandonado, sé que me quieren y las haría sentir culpables».

 

 

Lo que Anselmo no sabe es que está bajo los efectos de una depresión. No tiene ganas de vivir. Cada noche, al acostarse, piensa y desea que sea la última y que ya no despierte. Ya no tiene miedo a la muerte, como cuando era joven, ahora la desea. Siente que no tiene sentido vivir más en esas condiciones. El aislamiento que siente y el poco interés que demuestran sus hijas, a las que tanto amó, cuidó y educó con esmero, por las que hizo muchos sacrificios para que pudieran tener un futuro prometedor entre tanto machismo, le han sumido en un estado anímico que nunca antes había experimentado.

La única persona que parece interesarse por él es su médico, un hombre entrado en la sesentena, que no solo se preocupa por su estado de salud, sino también por su estado mental. Será porque él empieza a pensar en lo que le espera cuando llegue (si llega) a la edad de Anselmo. Es él quien le aconsejó insistentemente que llevara colgado del cuello, a todas horas, un pulsador de teleasistencia, pues la asistenta que ha contratado no está todo el día con él y en su ausencia podría tener algún problema grave de salud. Sus hijas, en lugar de esto, le han comprado un reloj inteligente, que detecta una caída accidental y con el que puede comunicar cualquier accidente doméstico o problema de salud.

Pero él, más terco que una mula, no lleva ni lo uno ni lo otro. El aparatito no llegó a solicitarlo y el reloj lo deja en un cajón de la mesilla de noche. Solo se lo pone cuando, muy de vez en cuando, vienen a verle sus hijas.

¿Para qué?, piensa. Si me sucede algo grave, que la Parca se me lleve de una vez por todas.

Y así estaban las cosas hasta que un día ocurrió algo inesperado.

 

 

«Hoy me he cruzado en la calle con un viejo amigo al que hacía muchos años que no veía. Se trata de Xavier, un compañero del colegio y luego de la Facultad. Fuimos inseparables, hasta que se casó y se fue a vivir al otro extremo de la península. La última vez que le vi fue en una cena de ex alumnos, y de eso hace más de cuarenta años. Tras ese breve encuentro, nos carteamos de vez en cuando, pero luego los contactos se hicieron menos frecuentes, ya se sabe, así es la vida. Pero jamás me olvidé de él y, por lo que parece, tampoco él de mí, así me lo ha demostrado con el fuerte abrazo con el que me ha saludado.

»Ha sido él quien me ha reconocido. No sé cómo lo ha logrado, pues yo no habría sabido ver en él ningún parecido con el joven que conocí. Lógicamente, ha cambiado muchísimo. Ha perdido todo el cabello, está muy flaco y todo en su cara son arrugas. Supongo que él también me habrá encontrado muy envejecido. Y es que los dos ya somos viejos, eso ya lo sé. Lo único que ha conservado es su vozarrón, al igual que su agudeza mental.

»Sentados en un bar, me ha referido su vida a grandes rasgos. Al terminar su relato, he reconocido que hay casos peores al mío. Su vida matrimonial fue un infierno desde un principio; se divorció, tuvo que pasarle a su mujer una pensión para sus tres hijos, que casi lo dejó en la ruina. Con el divorcio, no solo rompió toda relación con su ex mujer, sino también con sus hijos, a quienes ella les llenó la cabeza de mentiras contra él. Cuando se liberó de la obligación paterna de manutención, Xavier pasó a engrosar la lista del paro. Agotado el subsidio de desempleo y todos sus ahorros, se buscó la vida con trabajitos mal pagados y tras varios años de vivir de la economía sumergida, ahora sobrevive gracias a la caridad. Vive en la calle y duerme en un refugio para los sintecho. Ahora entiendo por qué va vestido de una forma tan lamentable».

 

 

Unos días más tarde de ese encuentro, Xavier se trasladó al piso de Anselmo, donde no solo ha encontrado cobijo y comida caliente, sino también compañía, una compañía que Anselmo agradece. Ya no está, ni se siente, solo. Pasan las horas recordando viejos tiempos, tiempos felices, y compartiendo aficiones. Salen de paseo cada día, haga sol o llueva. Han vuelto a ser inseparables como lo eran hace sesenta años. Son como dos niños grandes, se ríen de las mismas tonterías que antaño y de las anécdotas de la adolescencia. Anselmo sospecha que la gente del barrio, cuando les ve juntos, interpretan erróneamente esa relación, pero le importa un pimiento lo que puedan pensar.

 

 

«A mis hijas no les agrada que viva con un pordiosero, como así lo calificaron al conocerlo, pero les he dicho que con él he recobrado las ganas de vivir. Me dicen que vive a mi costa, de mis ahorros, y que un día desaparecerá con todo lo que pueda haber arramblado, que le vigile, que un día suplantará mi identidad y me vaciará la libreta de ahorros.

»Si ya las podía acusar de hijas distantes, ahora veo que también tienen una gran dosis de inhumanidad. No les importa que sea feliz. Dicen velar por mi seguridad, pero solo les interesa los pocos ahorros que puedan quedar tras mi muerte. A ellas el dinero no les falta, pero ya se sabe: el que tiene dinero quiere más. En plena discusión y en un momento de crispación, así se lo hice saber. El resultado fue que, si antes las veía poco, ahora ni me llaman. He perdido a mis hijas y he ganado un amigo. Todo a la vez.

»Xavier y yo somos dos viejos, pero viejos bien avenidos. Juntos hemos logrado superar, él su pasado y yo mis penas del presente. Ahora puedo considerarme aceptablemente feliz».

 

 

Unos meses más tarde, Anselmo falleció mientras dormía, como él siempre había querido. Fue Xavier quien lo encontró sin vida al extrañarle su tardanza en levantarse, él que era tan madrugador. Buscó entre sus pertenencias el teléfono de sus hijas y las llamó para darles la triste noticia.

          Tras el funeral, pusieron el piso de su padre a la venta y Xavier tuvo que volver a la calle, agradeciendo el tiempo que había podido vivir con su amigo.

          Por fortuna para Xavier, una vez fallecida su esposa, sus hijos quisieron reconciliarse con él y lo acogieron bajo su techo, alternándose las estancias en casa de cada uno de ellos.

          Sus nietos disfrutan de sus historias. Una de las que más les gusta es la que habla de un amigo, llamado Anselmo, al que encontró un día por la calle y que le brindó la posibilidad de sentirse querido durante un tiempo que se le hizo muy corto.

 

30 comentarios:

  1. Has conseguido relatar de maravilla como se pueden sentir las personas mayores cuando enviudan y se enfrentan a la soledad no deseada que es uno de los temas universales de la humanidad. En ese caso y con síntomas depresivos, un amigo o la amistad como otro tema universal puede aliviar esa recta final en la vida de algunas personas.
    Un abrazo, Josep.

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    1. Hay personas que están solas, pero no se sienten solas, pues conviven muy bien con la soledad y tienen aficiones que no necesitan compartir con nadie. Pero las hay (la mayoría) en las que la soledad es la peor de sus enfermedades, pues va aparejada con la depresión y esta pasa desapercibida, pues no tienen a nadie que se preocupe por ellos. Esto es lo que le ocurre a Anselmo hasta que conoce a Xavier, quien le brinda la felicidad necesaria para tirar adelante y dejar de desear la muerte, hasta que esta le sobreviene de forma natural.
      Un abrazo, Miguel.

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  2. Nos has dejado un relato lleno de humanidad y sentimientos variopintos. Quien menos se espera es el que nos ayuda en nuestra soledad y desamparo. También nos muestra el egoísmo de los que más debían cuidar a sus padres. Esto nos deja una pregunta: ¿Que es realmente el amor? Y como se demuestra.
    Un abrazo

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    1. A veces ocurre que, efectivamente, recibes una mano amiga de quien menos te lo esperabas. Por deagracia, no resulta excepcional el hecho de que hayan ancianos prácticamnete abandonados por su familia más próxima, incluídos los hijos, que solo piensan en sus problemas y no en los de su propio padre.
      Un abrazo.

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  3. Es tan triste como frecuente lo que tan bien nos has relatado. Es triste que alguien llegue a viejo y desee la muerte sin que todavía le haya faltado la salud.
    Un abrazo.

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    1. Si la vejez ya es por sí sola triste, mucho más lo es si discurre en soledad. Llegar a viejo y estar solo es lo peor que le puede ocurrir a alguien.
      Un abrazo.

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  4. Madre mía qué drama. Pero lo peor es que se da con más frecuencia de la que debiera darse.
    La deshumanización es terrible en la vida de hoy.
    Un abrazo

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    1. Pues sí, Tracy, este drama es, desgraciadamente, muy frecuente en nuestros días.
      Un abrazo.

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  5. Es un historia linda muestra la realidad de las personas mayores,es una pena que los hijos,por las razones que sean,se desentiendan del cuidado de los padres,creo que vivimos tiempos de una individualidad grosera,confio que no dure mucho,tambien se muestra la belleza de la amistad verdadera.Me ha encantado leer tu relato de esplendida narrativa.Un abrazo!!

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    1. Hola, Menta. Me alegro que esta historia, llena de ternura y de dolor, te haya gustado. A todos nos tendría que doler ver a un anciano desamparado, y no solo por culpa de los hijos, sino de la sociedad, que no se preocupa por ellos para que esten bien atendidos.
      Un abrazo.

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  6. Un relato precioso, Josep, tanto en la forma como en el contenido. Ya decía Serrat, hablando de la vejez, «si no se llegara huérfano a ese trago". Y es que es la soledad lo que más enturbia la vejez. Cuando se vive en pareja siempre hay uno que se va antes y el otro queda más huérfano de lo que ya era. Tal vez sea más afortunado el primero que muere, pues está acompañado hasta el final. Lo que es incomprensible es lo de los hijos. No visitan a su padre, no quieren que viva con un amigo. La verdad es que al parecer están esperando a que muera, cuanto antes, para quedarse con la herencia, vaya pájaros, con perdón de los pájaros.
    Un beso.

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    1. Hay personas que solo piensan en los demás cuando pueden sacar provecho de ellos y cuando les echan una mano es siempre de forma interesada. Así obraron las hijas del pobre Anselmo. Cría cuervos...
      Y sí, la soledad en la vejez hace que el anciano abandonado a su suerte desee que su vida acabe cuanto antes.
      Un beso.

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  7. Ay Josep, que relato más bonito y tierno, y cuanto me alegro como se ha desarrollado (como si fuera verdad, jjj), aunque seguro que algún caso habrá como este, incluyendo la poca atención de las hijas, o de los hijos, porque muy cierto como lo cuentas. Las mías como no tienen familias pues todavía soy para ellas lo más, :))).
    Me ha encantado y he disfrutado leyéndolo.
    Un abrazo y buen día.

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    1. Yo creo que hay casos como este, en los que, en el mejor de los casos, los ancianos acaban sus vidas en una residencia geriátrica sin que nadie les visite. Pero, por lo menos, están bien cuidados (excepto en esas horribles residencias donde algunos son maltratados por cuidadore/as sin escrúpulos ni corazón). En mi relato,en cambio, del pobre Anselmo no se ocupa nadie, salvo su médico y su viejo amigo.
      Me alegro que para tus hijas seas lo más. Y que dure, je, je.
      Un abrazo.

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  8. ¡Qué relato tan conmovedor y lleno de humanidad! Este texto me ha tocado el corazón con su retrato crudo pero esperanzador de la vejez, la soledad y el poder redentor de la amistad. Es como una pintura melancólica que, de pronto, se ilumina con un rayo de calidez inesperado. Como lector, me siento como si hubiera acompañado a Anselmo en un tramo de su vida, sintiendo su desamparo, pero también celebrando esa chispa de alegría que encuentra al final. Tu forma de narrar es tan íntima y sincera que es imposible no empatizar.
    El inicio, con la voz de Anselmo confesando su edad y su soledad, es devastadoramente real. Esa imagen de un hombre de casi noventa años, viudo, sintiéndose un “inútil” en su propia casa y abandonado por sus hijas, pinta un cuadro de desolación que muchos podrán reconocer. La mención de Manuela, tan vigorosa y autosuficiente, contrasta con la fragilidad de Anselmo, y eso hace que su pérdida se sienta aún más pesada. Su reflexión sobre el suicidio, aunque no tenga el valor para llevarlo a cabo, es un golpe al estómago; no porque sea sensacionalista, sino porque está escrita con una honestidad que duele. Esa idea de desear la muerte no por miedo, sino por cansancio, es un retrato tan preciso de la depresión en la vejez que me dejó pensando en cuántos ancianos se sentirán así.
    La entrada del médico como único aliado de Anselmo es un detalle que me encantó. Ese hombre que no solo cuida su salud, sino que se preocupa por su mente, aporta un toque de humanidad que alivia un poco la tristeza. Sin embargo, la terquedad de Anselmo al rechazar el pulsador de teleasistencia y el reloj inteligente me sacó una sonrisa agridulce. Es tan propio de alguien mayor, esa mezcla de orgullo y resignación, que lo hace aún más real. Su pensamiento de “que la Parca se me lleve” es tan crudo como poético, y resume perfectamente su estado de ánimo.
    El giro con el reencuentro con Xavier es, sin duda, el corazón del relato. Ese abrazo tras cuarenta años de distancia, el reconocimiento a pesar del paso del tiempo, es una escena que se siente como un bálsamo. Me encantó cómo describes a Xavier: calvo, arrugado, pero con su vozarrón y agudeza intactos. Su historia, mucho más trágica que la de Anselmo, pone las cosas en perspectiva y da un mensaje poderoso sobre la resistencia. Que Anselmo, a pesar de su propia pena, decida acogerlo en su casa es un acto de bondad que transforma todo el tono del relato. La imagen de estos dos ancianos paseando, riendo como niños y recordando viejos tiempos es pura magia. No me extraña que a Anselmo le importe “un pimiento” lo que piensen los vecinos; en ese momento, ha encontrado algo más valioso que las apariencias: un amigo.
    La reacción de las hijas, en cambio, es un puñetazo de realidad. Su desprecio hacia Xavier, al que llaman “pordiosero”, y su preocupación por los ahorros de su padre revelan una frialdad que contrasta brutalmente con la calidez de la amistad entre los dos hombres. La confrontación de Anselmo con ellas, diciendo que han perdido la humanidad, es un momento catártico, aunque doloroso. Que él reconozca que ha “perdido a sus hijas, pero ganado un amigo” es una frase que se queda grabada, porque resume el precio y la recompensa de su decisión de vivir con autenticidad.
    El final, con la muerte tranquila de Anselmo y el destino de Xavier, es agridulce pero perfecto. Que Anselmo muera en paz, como siempre deseó, es un cierre digno para su historia. La imagen de Xavier buscando el teléfono de las hijas para avisarlas muestra su lealtad, incluso en un momento tan duro.

    En resumen, este relato es una pequeña joya que captura la complejidad de la vejez, el abandono y la capacidad de encontrar luz en los momentos más oscuros. Me ha hecho reflexionar sobre la importancia de la conexión humana y cómo un simple gesto de bondad puede cambiarlo todo. Gracias por compartir algo tan bello y conmovedor; es de esos textos que te hacen mirar a los mayores con más cariño y respeto.
    Te felicito, Josep.
    Un abrazo.

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    1. Hola, Marcos. Has ido desgranando mi relato, paso a paso, de un modo asombroso y con tal detalle y emotividad que me has dejado sin palabras. Muchas gracias por tu amabilísimo comentario. Comentarios como el tuyo son los que me "dan alas", como ese Red Bull, para seguir escribiendo historias en esos momentos en los que uno se siente vacío de ideas. Es entonces cuando te das cuentas que, a pesar de los pesares, eres capaz de escribir algo digno de ser publicado y compartido con tus lectore/as.
      Un fuerte abrazo.

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  9. Josep has escrito un relato que describe muy bien la llegada de quedarse solo a la vejez. Anselmo no podía soportar la soledad. Sus hijas no le visitaban lo que el necesitaba por sus trabajos o más bien por su dejadez de reconocer el amor a su padre. El encuentro con su amigo le hizo pasar unos buenos ratos y tener la compañía que necesitaba. Al final le llegó la muerte esperada y natural. Has escrito una historia muy humana . Un abrazo.

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    1. La soledad y la vejez son dos aspectos que suelen ir de la mano, y que sumado lo uno con lo otro, hace que el anciano se sienta muy desvalido e infeliz, hasta el punto de desear la muerte. En una situación desesperada como esta, no hay nada mejor que tener un amigo cerca con quien compartir experiencias de juventud y pasar ese trago que es la vejez de una forma mucho más humana y tranquila.
      Un abrazo, Mamen.

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  10. Ay, Josep Maria. Por donde empiezo, primero deja que reste esta congoja que ha provocado leer tu maravillosa historia. Hay mucha humanidad y emociones en tu relato, las personas podemos ser egoístas como estas hijas que están ciegas con sus obligaciones, a veces uno tarda en darse cuenta de lo efímero que es todo, olvida lo realmente importante que es estar con los nuestros o el amor, que se encuentra en muchas direcciones, como el de estos dos amigos, que los años no les ha restado nada de cariño, que suerte que ambos aun en sus opuestas circunstancia pudieran tener esa pequeña convivencia.
    Y un final esperanzador, sencillo, porque la vida debería ser justo así, una reconciliación constante donde su base solo sea el bienestar común.
    Precioso relato.
    Un beso.

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    1. Es muy (demasiado) frecuente que cuando alguien fallece, aquellos que han estado a su lado, o deberían haberlo estado, se lamentan de no haber aprovechado mucho más el tiempo para visitarlo y darle cariño, y no sabría decir si es un sentimiento sincero o un tanto hipócrita para acallar su culpabilidad. Todos decimos que la vida es muy corta y que, por lo tanto, debemos aprovecharla al máximo, pero a la hora de la verdad no lo hacemos, dejándonos llevar por eas obligaciones que al final de nuestra vida nos damos cuenta que fueron supérfluas.
      En catalán hay un refrán que dice: Més val un veí a la porta que un parent a Mallorca (más vale un vecino en la puerta que un pariente en Mallorca) y es que muchas veces recibes una mayor ayuda y amistad de alguien que, sin ser de tu misma sangre, está mucho más cerca, no solo física sino afectivamente. Y eso es lo que le pasó, por fortuna, a Anselmo. Un amigo, al que ya tenía prácticamente olvidado, fue, en sus últimos días, el mayor soporte anímico para sobreponerse a la soledad que sufría.
      Un beso.

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  11. Hola, Josep. Hermosamente doloroso o dolorosamente hermoso. No sé cuál va primero y cuál después. Pero parece que el dolor y la hermosura pueden convivir y llevarse bien, una se camufla en la otra. De pronto y por suerte, aparece mucha esperanza para la vida de Anselmo y Xavier, aunque el fondo de tristeza se mantiene aunque se suaviza. Yo celebro por ese último tramo de vida en que Anselmo se las arregló para ser feliz a pesar de sus hijas. No elegimos la familia donde nacer, pero sí los amigos que tener. Menos mal. Va un abrazo hasta allá.

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    1. Según dice la canción, "cuando un amigo se va, algo se muere en el alma". Y es que un buen amigo vale mucho más que mil parientes con los que solo tienes en común el ADN. Anselmo halló en Xavier la compañía que deseaba y necesitaba para sobrevivir la triste vida que llevaba, y Xavier encontró en Anselmo el refugio a su desolación. Entre ambos, lucharon contra la soledad. Por fortuna, cuando Alselmo faltó, a Xavier le aparecieron esos hijos pródigos que le echaron una mano y le dieron cobijo.
      Un abrazo.

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  12. Qué relato tan bonito. Muchos mayores se sienten muy solos. La mujer de Anselmo me ha recordado a mi suegra, tiene casi 87 años y lleva la casa sola, va en autobús a la compra, a la playa...
    Está acompañada pero se defiende de maravilla.
    El final me ha encantado, nunca es tarde para una reconciliación y para disfrutar de nietos.
    Feliz día.

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    1. La historias, aunque sean tristes, si tienen un buen final, resultan hermosas. Anselmo vivió sus últinos días feliz en compañía de su amigo recuperado y murió en paz. Xavier, por su parte, se reconcilió con sus hijos y también pudo disfrutar de una vejez mucho mejor de la que llevaba. Así que aquí paz y después gloria, je, je.
      Un abrazo.

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  13. This is a beautiful and touching 💜 story. Warm greetings from a retired 68 year old lady living in Montreal, Canada🇨🇦

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    1. Thanks a lot, Linda, for your apreciated comment from Canada.
      Greetings from Barcelona.

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  14. Por lo bien escrita que está, me has tenido enganchada hasta el final de esta historia, no me importaría seguir leyendo.
    Lo cierto es que reflejas una triste realidad a la que se ven forzados a vivir cantidad de personas longevas.
    Reconozco que es una historia triste, que la soledad es la peor "compañera " que se puede tener y no ayuda a pensar en positivo.
    Pero como me encantan las historias que tienen un final feliz, valoro enormemente la amistad y el cariño que se tenían esos dos amigos de la infancia.
    Cariños y felicitaciones.
    Kasioles

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    1. La soledad, junto con la enfermedad, o en este caso la vejez avanzada, son las grandes enemigas del hombre cuando se acerca su hora. Una mano amiga y desinteresada es un bálsamo que puede aliviar la desdicha producida por esas dos circunstancias. En esta historia hay un final feliz doble: Anselmo falleció sin sufrir y en compañía de un buen amigo, y este, Xavier, pudo reconciiarse con sus hijos y vivir feliz con ellos.
      Un abrazo.

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  15. Entrañable historia.
    Los afectos y la compañía se pueden encontrar en los momentos y en personas de lo más insospechado.
    Es triste la soledad a la que se ven abocados muchos ancianos y nosotros, como sociedad, deberíamos ser más cuidadosos. Además, esa etapa la vamos a tener que vivir todos y si no... peor.
    Un beso

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    1. Mucha gente mayor, ve la vejez con temor cuando observa cómo viven otros ancianos tan o más vulnerables que ellos. Para muchos, la residencia geriátrica es un mal menor, pero yo, que he visitado alguna por tener en ella a seres queridos, no me parece el mejor lugar para morir, ni siquiera para vivir los últimos años de vida. ¿Qué hacer con los ancianos cuando molestan o cuando no se les puede dar el cuidado que precisan? Este es un problema resuelto a medias, pues la calidad de la atención que reciben en esos centros geriátricos deja mucho que desear en algunas ocasiones. Solo el amor y la compañía de sus seres queridos les puede reconfortar y hacer que lo que les queda de vida sea lo más placentero posible.
      Un beso.

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