jueves, 20 de noviembre de 2025

Cosas que pasan

 


Carlos tenía por delante todo un fin de semana para desconectar del trabajo sin interrupciones ni urgencias de ningún tipo. Desaparecería de la oficina el viernes por la tarde y no le volverían a ver el pelo hasta el lunes por la mañana. No llevaría con él el portátil ni el móvil de la empresa, como solía hacer. Así no le molestarían. Tenía planes y qué planes. Por fin Ingrid, superadas sus reticencias y prejuicios iniciales, había aceptado pasar con él los próximos dos días en un hotelito en la montaña. El entorno no podía ser más bucólico y romántico. Por lo tanto, no podía desperdiciar la ocasión. Sospechaba que ella le correspondía y ese encuentro amoroso debía servir para que afloraran del todo sus sentimientos y decidiera convertirse en su pareja. Ese fin de semana prometía ser de lo más fructífero. Conocedores de ese encuentro, sus compañeros sentían una envidia malsana, recordando sus buenos tiempos de adolescentes.

Una vez en el hotel, todo parecía salir a pedir de boca. La cena romántica que habían compartido, como preludio a lo que estaba por venir, no podía haber ido mejor. Sus miradas cómplices lo decían todo. Sus manos unidas sobre el mantel y esas sonrisas bobaliconas, con un bolero como fondo musical, eran el presagio de una historia de amor como las de antes.

Desde que se habían sentado a la mesa, Carlos e Ingrid, nerviosos, iban contando los minutos que faltaban para el momento crucial, ese que marcaría un antes y un después en sus vidas.

De camino a la habitación, se sentían tan excitados como si fueran unos adolescentes en su primera experiencia sexual. Él había bebido algo más de la cuenta pero esperaba estar a la altura. Ganas no le faltaban. Ella, también un poco achispada, pensaba que le esperaba una noche maravillosa que siempre recordaría. Ahora que él, por fin, se había decidido, tenía puestas muchas esperanzas en esta relación que acababan de iniciar. El sexo no lo es todo ─pensaba─ pero sí algo muy importante para comprobar su afinidad y complicidad como pareja. En ambos, a su manera y con sus propias fantasías, se iba inflamando el deseo hasta cotas tan elevadas que el trayecto desde el comedor hasta su reducto de amor se les hizo interminable.

Cuando, ya en la intimidad de la habitación y con la euforia propia del primer encuentro sexual, retozaban como posesos, la joven empezó a emitir unos gemidos que fueron aumentando de intensidad y frecuencia. Carlos, en la certeza de que ello era resultado de su destreza amatoria, aumentó la cadencia de sus embestidas hasta que un grito desgarrador salió de la boca de su pareja.

Carlos, asustado, se separó de un salto como si creyera que Ingrid estaba poseída. La joven empezó a retorcerse. Ésta, fuera de sí y creyéndole a él culpable del terrible dolor que sentía en sus entrañas, le propinó tal puñetazo en todo el tabique nasal que lo estampó contra la moqueta, provocándole la caída la fractura de varios huesos de la mano izquierda.

Ahora eran dos los que proferían gritos y gemidos lastimeros. Carlos, de rodillas, se sujetaba la mano lesionada como podía mientras intentaba en vano contener la sangre que manaba abundantemente de sus fosas nasales. Ingrid, por su parte, seguía retorciéndose, dando tumbos por la habitación y profiriendo insultos contra quien, hasta hacía bien poco, había sido su amado amante. Hasta que, cegada por el dolor, dio un desafortunado traspié, que la proyectó contra la cristalera que daba a la terraza, la cual atravesó limpiamente, quedando en ella tendida cuan larga era.

Al cabo de una media hora, dos ambulancias se llevaban a sendos accidentados al hospital más próximo.

El lunes por la mañana, Carlos aparecía por la oficina luciendo una férula en su mano izquierda y una vistosa escayola nasal, mientras Ingrid permanecía en el hospital, convaleciente de una apendicectomía y con una doble fractura de tibia y peroné.

A la pregunta de sus compañeros masculinos sobre cómo le había ido ese encuentro amoroso, Carlos les contestó, con voz nasal: «de puta madre, si hubierais visto cómo gemía y gritaba». Y a la siguiente pregunta sobre cómo se había roto la nariz y lesionado la mano, respondió: «qué queréis que os diga, tíos, pues una mala caída de la cama».

Lo que no entendieron sus colegas fue la explicación que les dio para no volver a salir con ella. «Cosas que pasan», fue todo lo que supo decirles.

 

9 comentarios:

  1. Caray vaya cita más desafortunada, se quedaron los dos lisiados sin tener la culpa.
    Me imaginaba según iba leyendo que algo pasaría, pero no tanto, jajaja.
    Como siempre un placer leer tus historias Josep.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, ya se preveía que algo no iba a funcionar en esa idílica cita, je, je. Tantas expectativas y todo acabó de mala manera. Los dos salieron mal parados del encuentro.
      Me alegra que te haya complacido la lectura.
      Un fuerte abrazo.

      Eliminar
  2. Jajaja Josep me has matao, pobre Carlos todo ilusionado pensando «la tengo loca de placer» y la pobre Ingrid con el apéndice a punto de estallar, de ahí los gritos y el puñetazo en la nariz que lo manda al suelo, y luego ella volando por la cristalera cual superheroína borracha, menuda película de acción. Al final él con la nariz como un pimiento morrón y la mano enyesada, ella operada de apéndice y con las dos piernas rotas, cero polvos y dos ambulancias.Y el lunes llega el tío a la oficina y suelta tan pancho «de puta madre, no veáis cómo gritaba». Claro Carlos, gritaba… pero de dolor máximo jajaja.
    Abrazos!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Miguel. A veces las cosas no terminan como uno se había imaginado. Seguramente ninguno de los dos se le habría pasado por la cabeza acabar en un hospital. Y encima él tuvo que fingir ante sus compañeros de trabajo, para no hacer el ridículo, je, je.
      Un abrazo.

      Eliminar
  3. Las apendicitis son especialistas en presentarse en los momentos más inoportunos y tú has sabido atinar en uno tan retorcido como Ingrid en pleno dolor.
    Muy divertido.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo también sufrí hace años una apendicitis aguda estando en la playa disfrutando de un día festivo y que acabó en el quirófano operándome de urgencias a medianoche. Pero, por mucho dolor que sentí, no aporreé a nadie, aunque ganas no me faltaron, je, je.
      Un abrazo.

      Eliminar
  4. ¡¡Madre mía, qué desencuentro!! O qué encuentro más accidentado. ¿Qué probabilidad hay de que a alguien le dé un ataque de apendicitis en pleno acto sexual que además es el primero de la pareja y el que puede decidir su futuro? Pues seguro que es una probabilidad muy baja, pero suceder, sucede. Genial tu relato.
    Un beso.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es lo que pasa cuando uno se adelanta a los acontecimientos. Nunca hay que dar por seguro el éxito de una aventura hasta que esta no ha llegado a su fin. Y el fin de esa aventura romántica no pudo ser más nefasto,. Pero lejos de reconocerlo, Carlos quiso aparentar ante sus copañeros todo lo contrario. Así somos los hombres, ja, ja, ja.
      Un beso.

      Eliminar
  5. Hola Josep. Comedia negra de manual, puro vodevil trágico-corporal al estilo de Berlanga mezclado con Almodóvar en sus primeros cortos salvajes. Toda la primera mitad es una trampa perfecta: te va calentando con ese tono de folletín romántico-ñoño (“miradas cómplices”, “bolero de fondo”, “historia de amor como las de antes”) para luego reventarte la expectativa con una apendicitis reventada en pleno coito y una cristalera atravesada. El contraste entre la excitación sexual y el desastre médico es tan brutal y tan bien dosificado que duele de risa. El remate en la oficina (“de puta madre, si hubierais visto cómo gemía y gritaba”) es oro puro de macho español en negación, y la frase final (“cosas que pasan”) cierra el círculo con una resignación tan patética que casi da ternura. Es cruel, es grotesco, es políticamente incorrectísimo y funciona como un reloj.
    Un abrazo!

    ResponderEliminar