martes, 17 de octubre de 2023

El armario


 

Volver a la casa en la que nací y viví hasta mi preadolescencia fue todo un reto al que no me pude resistir. Resultaba demasiado tentador, sobre todo después de leer aquel anuncio.

Fue por casualidad, como suele ocurrir con muchas cosas importantes en esta vida. Se vendía a un precio irrisorio, teniendo en cuenta a cómo estaba el precio de la vivienda, a pesar de su antigüedad.

Antes de interesarme en persona, indagué un poco y descubrí que desde que mis padres y yo abandonamos aquella casa, hace de eso veinte años, había tenido una gran cantidad de propietarios, que, a su vez, habían preferido mudarse al cabo de un corto periodo de tiempo. Y yo presentía el motivo. La culpa de ello debía tenerla el armario o, debería decir, su contenido.

Mis padres nunca me creyeron, hasta que no tuvieron más remedio que rendirse.

Todo empezó el día que cumplí diez años. Fueron tantos los regalos que recibí, que mi cuarto ya no daba abasto para contener tantos cachivaches que había ido acumulando desde que tuve uso de razón. Así que decidí ganar espacio para lo más nuevo y trasladar mis viejos juguetes al armario de la buhardilla, en la que no había puesto los pies desde que era muy pequeño y cuya impresión me obligó a no repetir la experiencia. De aquella visita solo me quedó el recuerdo de aquel viejo armario apoyado en una pared del desván.

Pues bien, en mi décimo cumpleaños decidí volver a visitar aquel espacio tan lúgubre diciéndome que ya era un chico mayor que nada tenía que temer de un carcomido armatoste que no debía haber sido abierto desde tiempo inmemorial. Craso error.

Al abrirlo, tras mucho esfuerzo, pues sus goznes estaban oxidados por el paso del tiempo, comprobé que solo contenía algunos trajes de hombre y vestidos de mujer totalmente apolillados. El olor que desprendían aquellos ropajes era muy desagradable. Olor a muerto, me dije. El caso es que deposité en él todos los juguetes que había decidido exiliar, pues por aquel entonces era incapaz de tirar nada por muy viejo e inútil que fuera.

Fue por la noche de ese mismo día cuando empezó mi pesadilla. Como mi habitación estaba justo debajo de aquel desván, los ruidos que de él surgían eran perfectamente audibles. Tras un chirriar producido probablemente por la apertura de una puerta —que yo interpreté la del armario— oí claramente pasos, eso sí, amortiguados, como el que quiere no ser descubierto en plena noche, y seguidamente el típico ruido de unos cochecitos rodando por encima del techo de mi alcoba. Parecía como si alguien estuviera jugando con mis coches de miniatura, esos que había arrinconado hacía ya unos cuantos años y que habían ido a parar al fondo de ese maldito armario.

Desde aquella noche, todas las siguientes resultaron igualmente angustiosas. Sin duda, alguien se movía por la buhardilla jugando con mis viejos juguetes.

Como ya he dicho, mis padres jamás me creyeron y todo lo que conseguí, tras insistir hasta la saciedad, fue que me permitieran mudarme a otra habitación de la planta baja, la que había pertenecido a mi hermana, antes de morir.

La oposición de mis padres a tal traslado se debía a que mi madre quería mantener inalterable la habitación que había ocupado Ángela, mi única hermana, dos años mayor que yo.

La verdad es que a mí también me pareció una especie de profanación de un templo al que mi madre acudía con frecuencia, como si quisiera rendir un homenaje a la memoria de su querida hija.

Pero tras unas noches de sosiego, volvieron los ruidos nocturnos, pero esta vez acompañados de susurros y sonidos propios de arrastrar algún mueble o enser pesado. Mis padres negaron tal hecho; o estaban sordos o tan profundamente dormidos que no podían oír nada en absoluto. Y así fueron pasando los años, resignado y agradeciendo que nada malo aconteciera tras esos enigmáticos sonidos. Hasta que cumplí los catorce años.

Aunque a esa edad ya no recibía tantos regalos como cuando era pequeño, también quise desembarazarme de algunos trastos que había ido acumulando durante los últimos cuatro años sin que me hubiera atrevido hasta entonces volver a subir al trastero en el que se había convertido la buhardilla. Pero ya tenía edad suficiente para dejar atrás lo que ahora pensaba que había sido una alucinación derivada de mi inconmensurable fantasía.

Al entrar en aquel habitáculo oscuro y maloliente, me asaltó, sin embargo, un repentino temor. Presentí que el armario me estaba esperando. Solo con acercarme unos pasos, su puerta se entreabrió con aquel chirrido que tan bien recordaba. Mis piernas empezaron a temblar y estuve a punto de salir corriendo de aquella lúgubre estancia. Pero cuando me disponía a hacerlo, oí una voz infantil que me llamaba, una voz que me resultó familiar, la de mi hermana. Se me erizaron los pelos de la nuca y un escalofrío me recorrió el espinazo. Me quedé inmóvil, no podía moverme. Al final, pude articular unas palabras:

—¿Qui, quién eres? — fue todo lo que logré decir.

—¿No me reconoces? Soy Ángela, tu hermana.

—¿A, A, Ángela? —balbucí—. Pe, pero si estás muerta —añadí.

—Lo estaba, hasta que tú me trajiste de nuevo.

—¿Yo?

—Sí, tú, gracias a los juguetes que me dejaste. Aquellos con los que solíamos jugar, ¿no te acuerdas?

Y claro que me acordaba. Aun siendo dos años mayor que yo, Ángela, además de hermana, había sido mi mejor amiga y compañera de juegos.

El resto del día lo pasé obnubilado. Debía parecer un zombi, porque mis padres se percataron y me interrogaron. Ante mi resistencia a contarles lo que había vivido unas horas antes, para que no me tomaran por loco, mi padre me conminó a darles una explicación ya que teníamos invitados y mi comportamiento estaba llamando la atención, pues creían que estaba enfermo.

—Ángela ha vuelto y está en el armario de la buhardilla —les dije en un susurro.

Mi madre, alarmada, puso su mano en mi frente para comprobar si tenía fiebre y me interrogó sobre mi estado físico, convencida de que había contraído una enfermedad.

Cuando todo el mundo se hubo marchado, y ante mi insistencia pertinaz, mis padres acabaron cediendo y subieron conmigo a la buhardilla, solo con la intención —supuse— de convencerme de que todo había sido una alucinación, un delirio o algo peor. Creo que llegaron a poner en duda mi estado mental.

El armario estaba, en esta ocasión, cerrado y se resistió a ser abierto. Por muchos esfuerzos que hacía mi padre no lograba que las puertas cedieran un ápice. Cuando ya se daba por vencido, diciéndome que aquello era una prueba de que allí no había nada ni nadie, la voz de mi hermana se oyó clara y grave desde su interior, como si de una caja de resonancia se tratara. Mis padres, espantados, dieron un paso atrás y me miraron horrorizados. Ante la insistencia de mi hermana, que solo repetía mi nombre, probé a abrir aquel armazón de madera carcomida. Las puertas cedieron sin oponer resistencia.

Su interior apareció sin rastro de ningún ser vivo o muerto. Yo no sabía qué hacer ni entendía el reclamo de Ángela. Entonces oí, en mi interior, como si alguien me hablara muy bajito y pegado a mis oídos:

—Vete, Manolito —siempre me había llamado así—. Déjame con ellos. Esto no va contigo. Vete, por favor.

Obviamente, mis padres no pudieron oírlo, era un mensaje solo para mí. Así que obedecí a mi hermana y abandoné la estancia precipitadamente. Mis padres, pero sobre todo mi madre, quiso demorarse un poco para inspeccionar a fondo el armario, pues aquella voz que habían oído minutos antes era la inconfundible voz de su hija.

No sé qué ocurrió a continuación. Solo sé que desde el piso de abajo oí unos gritos ensordecedores de mi madre y unas palabras que parecían suplicantes de mi padre. Cuando al cabo de un tiempo, que se me antojó larguísimo, bajaron mis progenitores, parecían muertos vivientes, de tan lívidos y demacrados como estaban, sin ser capaces de darme una explicación. Solo balbuceaban palabras ininteligibles. Cuando se serenaron, me prohibieron tajantemente volver a subir a aquella estancia, obligándome a jurarles que jamás lo haría. Estuve tentado en más de una ocasión de faltar a mi juramento, pero decidí no hacerlo, Por el momento.

Pero el momento no llegó, porque a los pocos días nos mudamos a otra vivienda, lejos del barrio donde habíamos vivido todos esos años. Nunca se volvió a hablar del tema y cada vez que intentaba sacarlo a colación recibía una dura reprimenda. Y así pasaron los años y, aunque parezca mentira, me olvidé del asunto. Acabé creyendo, o mejor dicho autoconvenciéndome, de que todo había sido fruto de alguna trampa mental, una especie de histeria colectiva.

Pero cuando leí en el periódico que aquella casa estaba en venta y me enteré que por ella habían pasado tantos inquilinos, abandonándola sin explicación alguna, quise retomar el tema donde lo había dejado muchos años atrás. A fin de cuentas —me dije— los muertos no viajan ni cambian de residencia. Si todo fue real, Ángela debe seguir allí —concluí mentalmente.

¿Qué pretendía con ello? ¿Reencontrarme con el espíritu de mi hermana y que me contara qué había ocurrido en aquella estancia en la que la dejé a solas con mis padres? ¿Por qué no? No tengo nada que perder, excepto la cordura—me dije—. Gracias a mi desahogada posición económica, el dispendio para la compra de aquella vieja casa no suponía problema alguno. Lo consideraría una inversión. Si la cosa salía mal, la volvería a vender después de remodelarla y quizá lograría hacer un buen negocio. Es a lo que, de hecho, me dedico.

Al cabo de una semana, entraba en la casa familiar decidido a descubrir la verdad, si es que había algo que descubrir.

Lógicamente, lo primero que hice fue dirigirme a la buhardilla para abrir el misterioso armario. Con treinta y cuatro años, ya no me flaquearon las piernas y, decidido como estaba, me apresuré a abrir aquellas raídas puertas, que esta vez no opusieron ninguna resistencia. El armario estaba como la primera vez que lo abrí. Seguramente todos los anteriores inquilinos no se habían atrevido a tocar nada, por reparo o por haber tenido algún tipo de experiencia paranormal.

Al principio nada sucedió, pero al transcurrir un minuto o dos, volví a escuchar la voz de mi hermana, que me daba la bienvenida y acto seguido se materializó. Era la niña que todavía recordaba de mis juegos y de las fotografías que abundaban por la casa y especialmente en su antigua habitación, esa especie de mausoleo que mi madre había creado en su memoria.

Lo que aquella aparición me reveló me sacudió de tal forma que no podía dar crédito a sus palabras: Ángela murió por culpa de mis padres.

Por aquel entonces, yo estaba pasando las vacaciones en unas colonias de verano y al regresar, mis padres me contaron que Ángela había sufrido un accidente y no pudieron hacer nada por salvarla. Por mucho que pregunté, no hubo forma de que me dijeran qué tipo de accidente había acabado con su vida. Todo eran vaguedades y yo, con tan solo siete años, dejé de preguntar.

Pero lo que realmente ocurrió fue que mis padres se fueron una noche a cenar con unos amigos y, no teniendo con quién dejarla, decidieron que, como con nueve años ya era lo suficientemente mayor para cuidar de sí misma, podía quedarse sola en casa. Siendo Ángela una niña inquieta y rebelde, y temiendo que pudiera hacer alguna travesura, la dejaron encerrada bajo llave en el desván, donde podría jugar con los juguetes que guardábamos allí.

Con lo que no contaron nuestros padres era que unos ladrones entraran, aprovechando su ausencia, en casa. Ángela, alertada por el ruido, se refugió en el armario. Pero ello no le sirvió de nada, pues los intrusos, al descubrir que existía un desván y que en la casa no había nada de valor, forzaron la puerta del armario esperando encontrar algo que valiera la pena. Pero lo que encontraron fue a mi hermana que, presa del pánico, intentó huir de aquellos delincuentes. Pero resultó del todo inútil, pues cayó en sus garras. En la lucha para lograr zafarse de ellos, recibió un tremendo golpe en la cabeza que le provocó un severo traumatismo craneoencefálico que le causó la muerte.

Ignoro cuál sería la explicación que dieron mis padres a la policía, pero desde luego no les contaron toda la verdad y creyeron a pies juntillas la versión de aquella pobre pareja destrozada por tal horrible pérdida. Como no pudieron dar con los ladrones, nunca se supo todo lo ocurrido y, al cabo de un tiempo, el caso se cerró.

 Así pues, mis padres mintieron a todo el mundo —a mi incluido— para evitar ser acusados de abandono y negligencia grave. Y mantuvieron el engaño durante todos estos años. El cuerpo de mi hermana yace en el panteón familiar, pero su espíritu ha estado “viviendo” en el fondo del armario que fue en realidad su tumba.

La rabia de saberse traicionada por haber mentido sobre su suerte, hizo que Ángela, o su fantasma, saliera como un genio furioso encerrado injustamente en una lámpara mágica cuando mis padres abrieron aquel día el armario. Les recriminó su traición, su cobardía y su irresponsabilidad por dejar a una niña de nueve años sola y encerrada. Ellos eran los verdaderos culpables de su muerte.

Por lo tanto, mientras nosotros abandonamos aquella casa y a mi hermana en ella, Ángela ha estado viendo pasar el tiempo a la espera de que sus padres le mostraran un sincero arrepentimiento. No pedía más. Y en lugar de eso, tuvo que soportar la soledad y la presencia de extraños a los que no tuvo más remedio que expulsar a su antojo.

Cuando hubo terminado su relato, me sentí tremendamente desolado, considerándome culpable por haberla ignorado yo también todos estos años, dejándola vagando como alma en pena. Pero todavía estaba a tiempo de compensarla mínimamente. No la abandonaría. No podía vivir con ese peso en la conciencia. Su hermano también le había fallado. Mis padres ya no estaban para pedirle perdón, pero yo sí, y no volvería a darle la espalda.

Pienso envejecer a su lado. Ahora solo me resta hacerle compañía hasta el fin de mis días. Haré reformas, tal como había presumido. Lo primero que haré será remodelar esa buhardilla y convertirla en mi habitación. Así estaré cerca de ella y podremos seguir charlando y jugando juntos. A fin de cuentas, solo tiene once años. Siento que así repararé un poco la gran injusticia cometida.



31 comentarios:

  1. Aunque no vaya a hacerlo, debería escribir algo para participar en el concurso y darte mi voto. Me ha absorbido tu narración de principio a fin y me ha encantado el final. Felicidades.
    Un abrazo.

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    1. Pues a ver si te animas, Chema, que a tí se te dan muy bien los relatos.
      Yo no tenía previsto participar, pero al fin se me encendió una bombilla trémula en mi cerebro y pensé en escribir una historia de este tipo que pudiera encajar más o menos en el tema que se proponía en las bases del concurso.
      De todos modos, aunque quisieras, no podrías darme tu voto porque participo fuera de concurso, ya que la longitud del relato excede con creces el límite de 900 palabras. De este modo ( y que conste que no lo he hecho por esto) no veré frustradas mis expectativas, pues siempre he quedado fuera del podium de ganadores, je, je.
      Un abrazo.

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    2. Me he acomodado a la extensión de los micros y en ellos sí que participo siempre.
      Luego de escribir mi comentario ví el tuyo en el que comentabas que te habías pasado de palabras. Tan embebido estaba en la lectura que se me hizo hasta corto. Creía que habías estado en el podio alguna vez. Cerca sí has estado. En cualquier caso el premio es algo anécdotico.
      Un abrazo.

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  2. Un relato muy trabajado que nos sumerge en esos miedos atávicos que pueden en ser en forma de armarios, muñecas o apariciones de ultratumba. Por cierto, un texto que además de en El Tintero podría seguir teniendo recorrido para Hallowen je, je. Por otro lado ese sentimiento de culpa está perfectamente expresado a través de los personajes.
    Un abrazo, Josep.

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    1. Pues sí, todos esos elementos que mencionas son los que suelen dar pie a muchos relatos o películas de terror. Con esta historia, yo no he pretenido llegar de lleno a este género, pero sí aproximarme un poco, je, je.
      Muchas gracias, Miguel, por tu comentario.
      Un abrazo.

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  3. Muy logrado. Un relato de fantasma infantil que se queda en una buhardilla, en el armario. Esos padres seguro que vivieron un infierno interior durante demasiado tiempo. El hermano narrador compensa el daño en lo posible.

    El texto es magnífico. Un abrazo

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    1. Ocultar algo tan importante y escalofriante tiene que ser muy doloroso para un padres que se sienten culpables, pero aun más doloroso tiene que ser el descubrimiento de la verdad por parte de un hermano que ha vivido engañado tantos años.
      Muchas gracias, amiga, por tu comentario.

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  4. Qué historia tan terrible y tan bien contada. Yo me hubiera muerto de miedo ante aquel armario a los catorce, a los treinta y cuatro y a los sesenta y cuatro. Aunque igual no porque a veces pienso que me gustaría que me visitaran los fantasmas de mis seres queridos. Pobre Ángela y qué padres tan egoístas que con tal de salvarse de su responsabilidad mintieron a todo el mundo. Ahora se ha convertido de hermana mayor en hija del protagonista que la va a acompañar.
    Me ha encantado. Mucha suerte en el concurso.
    Un beso.

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    1. Curiosamente, de niño a mi jamás me dieron miedo los armarios, pero en cambio no podía meterme en la cama sin antes mirar debajo, je, je. Siempre he pensado qué sentiría si viera una aparición de, por ejemplo, mis padres fallecidos, ¿miedo o placer? Pero como no creo en el más allá, ya hace tiemp que he dejado de planteármelo.
      Las historias de fantasmas solo son buenas para alimentar la imaginaciñon infantil y para escribir relatos para adultos a los que les guste este género. Así que me alegro mucho que te haya gustado.
      Un beso.

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  5. Qué bueno, como siempre me has atrapado y no podía parar de leer. Esos padres son unos egoístas.
    Enhorabuena y suerte en el concurso.

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    1. Cuánto me alegro, Gemma, que te haya atrapado.
      Este relato, sin embargo, participa fuera de concurso, por su escesiva longitud, pero no he querido recortarlo. De haberlo hecho, creo que habría perdido intensidad.
      Un abrazo.

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  6. Creo que ni regalada hubiera regresado a la casa, aunque por otro lado entiendo que la hermana necesitaba que se supiera la verdad. Dicen que por eso las almas quedan penando. Lo que sí me parece inquietante es que, después de haberse sabido la verdad, siguiera presente.
    El protagonista no habrá querido tener pareja, porque en caso de desearlo creo que no lo tendría fácil.

    Buen relato
    Un abrazo

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    1. Hola, Alís. Creo que los misterios sin resolver tienen un poder de atracción especial, sobre todo para el curioso que quiere conocer la verdad.
      Y no, el protagonista no puede tener pareja, pues ha decidido dedicar lo que le queda de su vida a acompañar al espíritu dolido de su querida hermana. Son cosas de la fantasía, je, je.
      Un abrazo.

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  7. ¡Hola, Josep! Un relato sobre la culpa y el arrepentimiento que has sabido presentar en un planteamiento que quizá esté inspirado en la desaparición de la niña Madelaine. Es un relato estupendo que quizá te diera para desarrollarlo con más extensión. Pienso en esos padres, debatiéndose entre la culpa, los reproches, la decisión de no reconocer su negligencia, quizá pensando en que tienen otro hijo; su deseo de venganza; el hijo descubriendo la verdad; esos ladrones que mataron a la niña... Veo muchos ingredientes para ello. Un abrazo!

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    1. ¡Hola, David! Últimamente hemos tenido conocimiento de casos de franca irresponsabilidad parental, de padres que han dejado solos en casa a sus hijos pequeños y en su ausencia ha ocurrido un desgraciado accidente que ha acabado con sus vidas. Esto es algo que siempre me ha perturbado e indignado.
      Cuando empecé a escribir este relato no tenía del todo claro qué derrotero tomar para explicar el fallecimiento de la niña y lo antedicho me sirvió de inspiración.
      Un abrazo.

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  8. Jobar, vaya historia chula y llena de misterio. Me la leído completamente enganchada a la trama y averiguar más de la "hermana del armario". Genial, Josep Mª, me ha gustado mucho. Da para para un cortometraje, o quizás algo más largo incluso.
    Un besote.

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    1. Hola, Paloma. Me alegro de que te haya enganchado esta historia. A mí también me enganchó mientras la escribía, ja, ja, ja.
      Si alguien me propusiera hacer de ella un guion para una película de terror, lo le diría que no. A lo mejor hasta podría concursar en el festival de cine fantástico de Sitges, je, je.
      Un beso.

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  9. Qué relato más curioso. Primero nos pones el corazón en un puño con el armario, algo que vive dentro que no parece nada amigable, luego, menos mal que resultó ser un fantasma amigo. Me ha resultado de lo más original, un final impredecible.
    SAludos.

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    1. Un fantasma selectivo, pues lógicamente no sentía lo mismo hacia sus padres, a quienes odiaba, que hacia su querido hermano, a quien adoraba. Aquellos la abandonaron por un interés malsano y este solo por ignorar la verdad.
      Tras todo el dramatismo incicial, me pareció oportuno finalizar la historia con una reconciliación fraterna.
      Un saludo.

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  10. He leído con avidez e intriga tu relato Josep, al menos tiene un final bonito para ambos.

    Abrazos.

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    1. Sí, el final es, dentro de lo que cabe, feliz para ambos hermanos.
      Muchas gracias por comentar.
      Un abrazo.

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  11. Ya me estaba preguntando qué le pasaría al amigo Josep María que no había escrito nada para este reto, ¡por fortuna lo has hecho y con relatazo!
    El armario como epicentro de la historia, que ya desde caso las primeras estrofas cobra protagonismo y nos incita la curiosidad.
    Bien narrado, pausado pero no lento, en su justa medida.
    ¿Cómo iba a creer los pobres padres semejante despropósito de su hija fallecida habitando el armario?, hasta que…
    Y de nuevo nos picas la curiosidad… ¿por qué la niña quiso hablar con sus padres, que hecho o hechos ocurrieron en el pasado cómo para cambiar de vivienda?, y no digo más para no hacer spoiler ;)
    Un relato paranormal de la relativa reparación de una injusticia.
    Buen trabajo, Josep. Te felicito.

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    1. Pues sí, amiga, al final me decidí, aunque debo confesar que cuando ideé este relato no sabía muy bien si encajaría con las exigencias del guion, je, je. Una vez concluido, me dije que sí, pero como excedía notablemente de las 900 palabras exigidas y me pareció un sacrilegio recortarlo (je, je), pensé que sería bueno compartirlo pero en la modalidad de fuera de concurso.
      Es una historia un tanto truculenta, como a mí me gustan, ja, ja, ja. A pesar de que no creo en el más allá, me gusta imaginarme que sí existe, aunque solo sea para escribir historias de este tipo.
      Me alegro que te haya gustado.
      Un abrazo.

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  12. Muy buen relato, a ver si me pongo a escribir y me vienen las musas que me tienen abandonadas. Un abrazo.

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    1. Gracias, Mamen. Pues a ver si te pones las pilas, je, je.
      Un abrazo.

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  13. Hola, Josep, pues no había visto tu entrada ni participación en la edición, aunque fuera fuera de concurso. Un relato típico de la época a la que nos acercamos. A mi me dan miedo los armarios. Una año, viviendo de alquiler, te í uno bien viejo en mi propio cuarto, de esos empotrados.y con una puerta.acolchada de color ocre. Creo que solo lo abrí el primer día, para ver qué había, y nunca más lo hice. Me aterraba, jajaja.
    Tu relato es excepcional, una mezcla de terror y redención con un final que te deja una sonrisa en la boca. Me al final la hermana hy podido revelar su verdad y que por fin haya podido descansar con su hermano como compañero.
    Un fuerte abrazo, Josep!

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    1. ¡Hola, tocayo! No lo viste porque a Marta, la administradora de esta edición, se le había pasado por alto incluirlo en la lista de relatos fuera de concurso, hasta que se lo hice notar.
      Los armarios no solo pueden contener enseres varios y trastos viejos sino que pueden encerrar misterios y secretos inconfesables. En muchas películas de terror estos muebles tienen su protagonismo. A mí me inspiran, más bien, curiosidad, pero, claro, nunca se me han revelado fantasmas a la espera de que me aercara a ellos, je, je.
      Si tengo que ser sincero, no sabía muy bien como terminar la historia, hasta que me sobrevino la idea de esa redención y acto de amor final.
      Un fuerte abrazo.

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  14. ¡Menuda historia, Josep! Un relato de fantasmas cargado de tensión y de misterio. Mantienes muy bien el suspense sobre lo ocurrido hasta el último momento y trasladas también muy bien el desamparo de la pobre fantasmita. Me ha encantado.

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    1. Hola, Marta. Un relato de fantasmas muy familiar, je, je.
      Muchas gracias por tu amable comentario.
      Un abrazo.

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  15. Hola Josep. Un relato propio de estas fechas de difuntos, en el que Ángela vuelve del más allá para reclamar justicia a su memoria. El hermano, que parecía cuerdo, se nos revela al final traumatizado por la experiencia que vivió en su infancia y sacrifica su vida supeditado a la memoria de su hermana. Posiblemente la mayor tragedia la vivieron los padres, que no supieron enfrentar la muerte de la hija a la que un día encerraron en el desván. Toda una tragedia familiar que se perpetúa en generaciones. Un abrazo.

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    1. Hola, Jorge. En esa familia, la tragedia está servida, pues todos sus integrantes sufrieron la pérdida de la joven, la más afectada, por supuesto, y en la que todos tienen motivos (cada uno a su manera) para sufrir las consecuencias de aquel desgraciado accidente.
      Un abrazo y gracias por comentar.

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