jueves, 14 de noviembre de 2024

El cuadro que me ha cambiado la vida

 


Siempre recordaré la última vez que fui a Montserrat (1). Hacía muchos años que no iba y, no sabría explicar por qué, sentí de pronto la necesidad de hacerle una visita, como cuando era niño.

Era un día frío pero soleado. Y, cosa extraña, no había muchos visitantes, de forma que pude hacer el típico recorrido que incluye la visita a la Moreneta (2), en menos tiempo que el esperado. No soy creyente, pero quería recordar lo que hacía con mis hermanas y mis padres una vez al año.

Al llegar al final del trayecto, allí donde los devotos encienden unas velas, pidiendo cualquier deseo a la Virgen, me sentí empujado a hacer lo mismo, como un recuerdo de la costumbre de mis padres. Un acto —lo reconozco— totalmente simbólico, nada habitual en mí. Y entonces, no sé explicar el cómo ni el porqué, experimenté una espiritualidad que hacía muchos años que no sentía. El caso es que salí al exterior con una sensación de bienestar que no sabría definir, como si intuyera que me esperaba algo extraordinario a corto plazo. Se dice que Monserrat esconde poderes ocultos (3), pero nunca he creído en estas tonterías. «O estoy enfermo o simplemente es que me hago viejo», me dije.

Cuando estuve de nuevo en la explanada frente a la entrada de la Abadía, recordé que me habían elogiado el museo que hay en sus entrañas y que nunca había tenido ocasión de visitar. Como solo eran las doce del mediodía y, por lo tanto, tenía tiempo suficiente antes de almorzar, decidí entrar.

Una vez dentro, como no quería entretenerme más de la cuenta, fui directamente hacia las salas dedicadas a la pintura moderna, y concretamente las del modernismo, el estilo pictórico que más me gusta. Tan solo llegar al destino elegido, me sentí transportado a un pasado que me resultaba familiar. Y esa sensación se hizo mucho más patente cuando la vi. De repente, todo empezó a dar vueltas a mi alrededor.

Fue un shock emocional. Aquella imagen, aquella cara... Era ella, sin duda. ¿Cómo era posible? ¿Acaso me había vuelto loco? El cuadro llevaba por título Madeleine. Era una pintura al óleo que Ramon Casas pintó en París el año 1892, es decir, ¡ciento treinta años atrás!

Os parecerá, como a mí entonces, una locura, pero era la Madeleine que conocí en París cuando fui a perfeccionar mi francés. ¿Cuánto hacía de eso? ¿Cómo podía saberlo! Aquello me sobrepasaba. No podía ser real. Sentí algo parecido a una crisis de ansiedad. Tuve que sentarme para serenarme. Al cerrar los ojos, rememoré de pronto aquel encuentro y un escalofrío recorrió toda mi espalda. Me vi entrando en aquel tugurio parisino y cómo la vi sentada en un rincón. Estaba fumando un puro, como el que aparece en el cuadro. Puesto que el local estaba abarrotado y no tenía dónde sentarme, me hizo una señal con la mano indicándome que me sentara a su mesa. Tímido como era —y todavía soy—, me costó decidirme, pero su sonrisa derribó todas mis reservas. Al fin y al cabo, me había propuesto conocer gente de toda clase, especialmente bohemia, y aquella mujer tenía todo el aspecto de serlo.

Bebía una copa de Pastís. Yo pedí lo mismo. Al cabo de una hora, no sé si por el efecto del alcohol, de su compañía o del ambiente reinante, me sentía pletórico.

Desde aquel día, iba todas las tardes al Moulin de la Galette —así se llamaba el local— y siempre me la encontraba sentada en la misma mesa. Nos hicimos amigos —o eso creí—. Me dijo que se llamaba Madeleine Boisguillaime, que trabajaba de lavandera y que frecuentaba aquel lugar porque era el único en Montmartre en el que no ponían ningún impedimento al acceso de una mujer que, como ella, fumaba y bebía sin compañía masculina.

Un día me invitó a su casa, una buhardilla minúscula, pero suficientemente confortable para una sola persona, y me dio a probar algo que nunca había probado: absenta, que, según decían, tenía propiedades afrodisíacas, cosa que puedo asegurar que no es cierta. Sí me dijo que tuviera cuidado y no bebiera demasiado, pues se decía que Van Gogh, unos años antes, se había cortado una oreja, de tan ebrio como estaba por culpa de esa bebida espirituosa.

Al llegar a este punto de la historia, abrí los ojos, estremecido. Recordé, de pronto, que me aficioné a ese maldito brebaje y que, una noche, paseando por la orilla del Sena, me sentí muy mareado, tropecé  y caí a las gélidas aguas de aquel río tan caudaloso. Sentado ahora en aquel banco del museo, volví a sentir aquel frío escalofriante y cómo la corriente me arrastraba río abajo hasta que perdí la conciencia y la vida.

Ahora entendía por qué aquel cuadro me había conmocionado tanto. No se trataba de un simple déjà vu. Ahora comprendía aquellos sueños reiterativos que parecían indicarme que había vivido una vida anterior y que siempre había desdeñado. Yo, que siempre había negado la posibilidad de la reencarnación, ahora ya no estoy tan seguro.

Desde aquella visita al museo de Montserrat, no he vuelto a ser el mismo. Me gustaría volver al pasado y encontrarme de nuevo con Madeleine.

 

 

(1) Para quienes no lo sepan, Montserrat es un macizo montañoso, de forma muy singular, situado en la provincia de Barcelona. En él se levanta el monasterio que lleva su nombre, una abadía benedictina consagrada a la Virgen de Monstserrat, conocida popularmente como “La Moreneta”, por su color negro.

(2) Según la leyenda, en el año 880, unos pastorcillos vieron una luz muy brillante que les llevó hasta una cueva, donde hallaron la imagen de la Virgen. Conocida la noticia, el Obispo de Manresa intentó trasladarla a esa ciudad, pero resultó del todo imposible, pues la imagen, a pesar de su pequeño tamaño, se volvió muy pesada, lo que se interpretó como un deseo de la Virgen de quedarse en el lugar donde había sido hallada. De este modo, el obispo ordenó la construcción de la ermita de Santa María, origen del actual monasterio. El motivo del color negro de la imagen ha sido objeto de mucha controversia (de hecho, hay muchas vírgenes negras en el mundo), pero la opinión menos culta y más mundana es que se debe al humo de las miles de velas que durante siglos le han colocado a sus pies para venerarla.

(3) De todas las leyendas que rodean a Montserrat, la más bizarra es la protagonizada por el comandante nazi Heinrich Himmler. Conocidas son las aficiones esotéricas de los gerifaltes del Tercer Reich, incluyendo a Hitler, que le llevó, el 23 de octubre de 1940, a visitar Montserrat en busca del Santo Grial. Y no podemos olvidar la historia del “tamborilero del Bruch”, Isidro Llusà Casanovas, que en 1808, durante la guerra de independencia española, gracias a la reverberación del sonido de su tambor motivada por las singulares formas de la montaña, provocó la desbandada de las tropas francesas, al creer que las fuerzas rivales eran mucho más numerosas. Y tampoco pueden faltar los OVNIS que, al parecer, hacen escala en Montserrat, camino del lago de Banyoles. De este modo, desde hace años, una comunidad de aficionados a la ufología se da cita todos los días 11 para avistar esos fenómenos, cuya justificación, según algunos, reside en que la montaña de Montserrat es uno de los centros energéticos más importantes del mundo.

 




5 comentarios:

  1. Potser si que retrobi a la Madeleine, ara que ha recordat la seva vida anterior.... a Montserrat hi han mostres de alguns "miracles" de la Verge de Montserrat !.... qui sap ! ;)
    I si no la retroba, sempre pot tornar al museu i veure de nou el quadre de Ramon Cases i la resta de col·leccions, que valen molt la pena !!.
    Salutacions !!.

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    1. Potser sí que hauria de tornar a Montserrat i posar un ciri a la Verge demanant-li que el retorni al passat. I si no funciona, ja me'l veig assegut davant el quadre dia sí i dia també, he, he.
      Salutacions.

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    2. Para las personas que creen con toda su conciencia en la reencarnación, te dirán que es así. Yo la verdad es que no se que creer sobre el tema, pero bueno eso no es lo importante, sino esta magnifica historia que es una genial inspiración, y que me ha encantado. La verdad que acordarse de algo así en la realidad, debe de ser muy desconcertante.
      Todo lo que cuentas de la Moreneta es muy bonito, me ha gustado mucho también.
      Creo que he estado tres veces en Barcelona y sin embargo no la conozco porque han sido visitas breves.
      Como siempre un placer leer tus historias tan entretenidas.
      Un abrazo Josep.

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  2. Me gusta mucho este relato, la sorpresa de encontrarse con su propia muerte en el pasado, la fusión entre su vida y una vida anterior... porque es el personaje actual quien recuerda que conoció a Madeleine y que fue a París a perfeccionar su francés, pero parece el de su vida anterior el que la conoció y terminó falleciendo en el río por culpa de la absenta (me hizo reír ese "cosa que puedo asegurar que no es cierta" sobre el carácter afrodisíaco de esa bebida). Esa fusión o confusión llena el relato de un misterio que me gusta mucho.
    Y pensé en los déjà vu, que nunca sé si me llevan a un recuerdo de esta vida o de alguna anterior.

    Un abrazo

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  3. Un relato muy bien hilado que será la debilidad de los que crean en la reencarnación y también en ese amor romántico que tan bien has ambientado en París. De película je, je. Yo he tenido la fortuna de visitar Monserrat y la verdad es que ya desde lo lejos impresiona por ese paisaje montañoso. Un lugar lleno de leyendas y que hoy en día sigue dando historias para hacer correr ríos de tinta.
    Me gustaron los apendices explicativos del final.
    Abrazos, Josep.

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