martes, 1 de septiembre de 2015

El balancín


Es tan viejo como yo pero luce como el primer día en que reparé en él. Se lo regalaron a mi madre cuando nací. Ella me arrullaba al compás de su vaivén cadencioso las noches en las que temía quedarme dormido por si las pesadillas me atrapaban. Ese balancín me ayudó a vencer el miedo a la oscuridad y los temores infantiles. Ha ocupado un lugar prominente en mi hogar desde que mi madre tuvo que dejarlo a mi cuidado pues allí donde fue no le hacía ninguna falta. A mí, en cambio, me ha seguido acompañando en esos momentos de sosiego que tanto mi cuerpo como mi mente necesitaban. Verlo a él es como verla a ella. Yo ocupo ahora su lugar pero ya no tengo a nadie a quien sostener en mi regazo excepto a mis amigos más preciados: los libros.

¿Cómo es posible sentir cariño por un elemento más del mobiliario? ¿Cómo puede un objeto de madera formar parte de una vida? Puede parecer absurdo, fruto de una mente trastornada. Pero es que más que un simple balancín mil veces barnizado ha sido un compañero de consuelo, sueños y fantasías. Él ha hecho de mi desasosiego algo llevadero. Ha sido mi confidente y fuente de inspiración. Ha oído y sentido mis penas y mis alegrías y me ha consolado en los peores momentos de mi vida.

Desde que mi corazón se ha debilitado y mi médico me ha recomendado descanso, paso mucho más tiempo con él. Me abstrae del presente con sus recuerdos que también son los míos. No se lo he confesado a nadie porque creerían que he perdido la cordura pero a veces oigo cómo me susurra, con una voz dulce y melodiosa, esas historias que solía contarme mi madre para ayudarme a conciliar el sueño y que yo conté luego tantas veces a mis tres hijas.

A veces veo cómo se balancea solo bajo el porche que da al jardín, impulsado por la brisa del atardecer, aunque ahora a su vaivén sincopado le acompaña un leve crujido como el de los huesos de un viejo. ¡Han pasado tantos años! Cuando lo miro me veo transportado a años más felices, cuando tenía a toda la familia a mi lado. ¡Añoro tanto a Susy! A veces  veo su cara entre brumas, sonriéndome con una ternura infinita. Susy, hija mía. Hace siete años que ya no estás entre nosotros y parece que fue ayer que te fuiste víctima de una meningitis. Recuerdo cuando era yo quien te acunaba en este mismo balancín y entonces vuelvo a ser el padre y esposo feliz que fui.

Ahora solo tengo a mi lado a Olivia, mi esposa, pero a veces pienso que será por poco tiempo pues parece que este clima de Florencia, adonde nos trasladamos por recomendación de nuestro médico, no le sienta todo lo bien que esperábamos.

Temo perderla también a ella. Clara y la pequeña Jean vienen a visitarnos de vez en cuando, pero sospecho que no será por mucho tiempo. Presiento que será algo más que la distancia lo que nos separará. Temo quedarme completamente solo. Solo con mi balancín, haciéndonos mutua compañía. Cuando yo muera, se lo dejaré a mi gran amigo Henry, si es que me sobrevive, para que le acompañe como me ha acompañado a mí. Siempre le ha gustado.

Acabo de cumplir 68 años. No creo que viva muchos más. Vine al mundo con el cometa Halley y volverá dentro de siete años. Espero marcharme con él.
 
 
 
-Samuel, eh Samuel, despierta –le dice Olivia zarandeándolo con suavidad.
-¿Qué, cómo? ¿Qué hora es?
-Pues ya son casi las siete. ¿No deberías estar trabajando en tu novela?
-Caramba, pues sí; no sé qué me ha ocurrido. Me he quedado traspuesto. Será el calor. Cariño, ¿puedes prepararme un té helado, por favor, y llevármelo a mi despacho? Tengo mucho trabajo por delante.

Y Samuel, todavía sentado en su viejo balancín, intenta recomponer ese sueño que acaba de tener pero no logra desentrañar su significado. ¿Será una premonición? Siente miedo y nostalgia. Se levanta y deja que su balancín siga meciéndose por inercia. Lo detiene. Acaricia su suave respaldo. Suspira. ¿Cuántos años seguirá acompañándome ese viejo trasto?, se pregunta. Hasta que la muerte nos separe, se dice.

Una vez en su despacho, se sienta ante el montón de papeles esparcidos por su mesa de trabajo. Esta obra se le resiste, una obra que a su mujer, su editora y censora implacable, no le acaba de gustar pero que él se siente en la obligación de concluir de una vez por todas. De momento la ha titulado El forastero misterioso. Toma su pluma y, antes de reanudar su trabajo, proyecta su mirada hacia el jardín. Observa el balancín, solitario, bajo el porche. Quizá pueda dedicarle algunas líneas en una autobiografía que tiene en mente.
 
 
 
En memoria de Samuel Langhorne Clemens, conocido por el seudónimo de Mark Twain.(1835-1910). Entre 1906 y 1907 publicó Chapters from my Autobiography. Estuvo trabajando en El forastero misterioso de 1897 a 1908 y fue publicada, como obra póstuma, en 1916. Falleció de un ataque al corazón el 21 de abril de 1910, un día antes del retorno del cometa Halley.
En sus últimos años de vida, Twain sufrió una depresión profunda, lo que quedó reflejado en sus trabajos. Su hija mayor, Susy, falleció en 1896 a causa de una meningitis; en 1904 murió su esposa, Olivia, en Villa di Quarto (Florencia) adonde se trasladaron, tras enfermar en 1903, buscando un clima más cálido; Clara, su hija mediana, se casó en 1909, pero la pequeña, Jean, murió la Nochebuena de ese mismo año a causa de un ataque epiléptico; unos meses antes, en mayo, su gran amigo Henry Rogers había fallecido repentinamente víctima de un infarto cerebral.

 

Fotografía: Mark Twain (obtenida de Internet)


8 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Moltes gràcies, Joan. M'alegro que t'hagi agradat.
      Una abraçada.

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  2. Moltes gràcies Marta. Així va ser el final de la seva vida.
    Una abraçada.

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  3. Un homenaje excelente, Josep. Hay objetos de los que resulta imposible deshacerse porque han compartido un momento o una parte de nuestras vidas y quedan ligados, lástima que hoy en día se reemplacen algunas cosas tan fácilmente, no hablemos de personas.
    Abrazo!!!

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    1. Efectivamente, hay objetos que por habernos acopañado largos años, ya forman parte de nosostros, son como una extensión de nuestros cuerpos por haber compartido tantas vivencias.
      Muchas gracias, Mª Jesús, por comentar.
      Un abrazo.
      P.D.- Tengo el portátil en reparación, así que, temporalmente, debo "hurtarle" el suyo a mi hija cuando no lo usa. Por ello, no me resulta factible pasarme por los blogs de mis contactos habituales y dedicarles el tiempo necesario. Espero que en breve pueda retomar mi actividad "normal".

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  4. ¡Qué bien escribes Josep!, lo primero que me ha parecido en este gran homenaje, aunque ya lo sabía (lo de escribir bien, digo), pero me ha parecido entrañable, una historia preciosa y triste a la vez.
    Es tan cierto que hay objetos materiales a los que se les coge tanto cariño, que da pena desprenderse de ellos, ¡tanto! que simplemente como en este caso, es la muerte quien lo consigue.
    Me ha gustado muchísimo, me ha parecido superior esta entrada.
    Un placer amigo y un abrazo.

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  5. Hola Elda. Di con la biografía de Mark Twain por casualidad y me impactó lo desgraciada que fue su vida en sus últimos años.
    Modestia aparte, a mí también me parece que es una narración de mayor calado y calidad que la mayoría de las que escribo, quizá por lo sentimental de la historia. Pero, a parecer, no todos mis lectores son de laisma opinióc pues ha tenido muy pococs comentarios. Claro que mis blogs no suelen tener muchos pero creía que este relato sería distinto.
    Con ello no quisisera (como tu me has dicho en más de una ocasión) que te sitieras obligada a leerme y esribirme. Hazlo solo cuando creas que el escrito lo bien merece.
    Un abrazo y bienvenida de nuevo.

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