El bosque
Entré en las dependencias de la Guarda Civil
sin resuello. El guardia que estaba en la recepción levantó la cabeza y,
viéndome en tal estado de agitación, debió adivinar que traía malas noticias,
pues se irguió como si estuviera ante un superior.
—¿Qué le ocurre,
caballero?
Una pregunta tan
escueta a la que no sabía muy bien cómo responder. ¿Por dónde empezaba?
—En el bosque que hay
cerca de la cabaña donde estoy viviendo hay un cadáver que alguien enterró
anoche —le solté.
En menos de un minuto,
estaba ante el comandante del puesto, un sargento de mediana edad, explicándole
los pormenores del hallazgo.
—A ver, a ver, cálmese
y empiece por el principio —me indicó, mostrándome las palmas de sus manos,
como queriendo detener a un vehículo en marcha.
Y le relaté, de
principio a fin, cómo habían ido las cosas.
Tras mi declaración,
una patrulla me acompañó hasta el lugar de los hechos, donde un agente
inspeccionó el contenido del saco de arpillera.
—¡Mi sargento, el saco
contiene el cadáver de un hombre!
El aludido y yo miramos
hacia donde vino la voz y nos apresuramos a acercarnos hasta el lugar. Una vez
ante el cuerpo, el sargento se me encaró.
—¿Y por qué ha hecho usted
esto, si se puede saber?
—¿Co…, cómo? Yo no he
sido, se lo aseguro.
—Quiero decir que por
qué lo ha desenterrado. Debía usted habernos avisado de inmediato y habríamos
sido nosotros quienes lo hubiéramos hecho. Puede haber borrado pruebas.
Me sentí abochornado.
Tantas series televisivas que había visto sobre eso y me había comportado como
un tonto atolondrado.
El cuerpo de aquel
desgraciado no pudo ser identificado. No llevaba documento alguno ni era
alguien conocido. Sin duda sería de otra localidad. En el pueblo no se había
notificado ninguna desaparición y ese sujeto llevaba muerto poco tiempo. El
forense dictaminaría cuándo y cómo había fallecido.
Esa noche me dediqué a
anotar posibles escenarios para la novela, pendiente de conocer los detalles. Mejor
esperar e ir sobre seguro. No quería precipitarme. Lo único que pude escribir
fue la descripción de los hechos hasta la intervención de los civiles.
Por la mañana, muy
temprano, se presentó el viejo.
—Me acabo de enterar de
que ha desenterrado a un muerto en mi bosque. ¿Es eso cierto? —preguntó en un
tomo más molesto que intrigado.
—¿Su bosque?
—Sí, mi bosque, todo
eso que ve a su alrededor es mío, soy propietario de cien hectáreas de terreno
y en ellas está ese bosque en el que, al parecer, alguien enterró un cadáver
—dijo, esta vez malhumorado—. ¿Y se puede saber qué hacía usted husmeando en mi
propiedad? —añadió irritado.
—Pues yo… —No sabía
hasta qué punto contarle todo, pues el sargento me había advertido de que no
debía abrir boca, que lo más probable era que aparecerían curiosos y
periodistas ávidos por conocer los detalles. Que solo debía contar todo lo que
había declarado en su despacho ante el juez, cosa que ocurriría en las próximas
horas. Pero, caramba, el viejo tenía derecho a conocer la verdad. Así que se lo
conté todo.
—Vaya, vaya. Así que la
ventana no solo le proporcionó el frescor de la noche —dijo en tono irónico. ¿Y
no sabría identificar al sospechoso?
—En absoluto. Estaba
muy oscuro y desde la ventana al bosque habrá unos cincuenta metros.
—Sesenta y dos
—precisó.
—Bueno, pues eso
—respondí.
Y ahí terminó nuestra
charla. El viejo se despidió con un aire taciturno y se marchó, pero no en
dirección a su furgoneta, sino que se internó en el bosque y no salió hasta
pasado un buen rato.
—Quería cerciorarme de que
esos malditos picoletos no me habían dejado el terreno hecho un asco.
Veo que el hoyo sigue abierto. Si se aburre y quiere hacer ejercicio, puede
taparlo. A fin de cuentas, usted lo destapó.
—No puedo, me han dicho
que…
—Es broma, hombre.
Creía que los escritores tenían más sentido del humor. Por cierto, ¿todavía no
ha encontrado mi cuaderno?
—Es que, con todo lo
ocurrido, se me ha olvidado buscarlo.
—Bueno, ahora tengo
prisa, de lo contrario lo buscaría yo mismo. En todo caso, ya volveré. —Dicho esto, se largó, ahora sí, en su vieja
furgoneta.
Entré en la cabaña para
desayunar —el viejo había interrumpido mi ágape matutino— y entonces recordé mi
elucubración sobre la posibilidad de que hubiera un asesino en serie. El
morbo volvió a aflorar con tal intensidad que, una vez terminado mi desayuno,
me interné en el bosque en busca de posibles pruebas.
Nunca he sido una
persona intuitiva pero sí muy imaginativa. Pero en esta ocasión mi intuición —o
deseo irrefrenable— me dio la razón. Después de una hora aproximada deambulando
por el pinar, había hallado rastros de otros posibles enterramientos. Esta vez
no hice nada, excepto correr. A ese paso, me pondría físicamente en plena forma.
Lo que siguió a mi segunda declaración ante el sargento,
se ajustó perfectamente a lo que correspondería a una serie policíaca.
Esta vez se presentó un
equipo con perros rastreadores. Cuando ya oscurecía dieron por terminada la
búsqueda. El macabro resultado fue el descubrimiento de otros siete cadáveres.
La alarma se extendió
por todo el pueblo. La Guardia Civil acordonó la zona donde se había producido
los hallazgos para impedir el paso a curiosos.
Los ocho cadáveres
pertenecían a hombres de entre treinta y cuarenta años. Algunos llevaban muertos
varios meses. El último hallado, solo tres días. Todos habían sido degollados. Cuando
tuve conocimiento de ello, me estremecí al pensar que había estado plácidamente
instalado ante un bosque lleno de cadáveres.
Tras unas semanas de
intensas pesquisas, indagando las desapariciones que habían sido denunciadas
durante el último año, pudo identificarse a cada una de las víctimas. Todas
tenían algo en común: eran aficionados al senderismo y vivían solos. Toda esa
información —debo reconocerlo— caía en mis manos como agua de mayo, era un
riquísimo nutriente para mi novela, que iba avanzando a pasos agigantados.
Había información a la que no pude tener acceso porque el juez consideró
secreto de sumario. El autor material de esos asesinatos tenía que ser alguien
del lugar y no querían facilitar más datos de los indispensables.
Yo ya tenía su retrato
robot. Me imaginaba una identidad: un hombre solitario, posiblemente un psicópata,
que conocía muy bien los alrededores, que se cruzaba con esos excursionistas
con los que mantenía conversación, seguramente les indicaba cómo llegar a tal o
cual lugar e incluso se ofrecía a acompañarlos un trecho. Se ganaba su
confianza, se interesaba por sus costumbres, y cuando veía que eran presa
fácil, zas, les rajaba el cuello. Cuando anochecía, los enterraba en una zona
discreta y poco transitada, como era el bosque junto a la cabaña. ¿El móvil? Ni
idea. ¿Acaso los psicópatas necesitan un motivo para matar?
Martín, mi amigo y editor,
me enviaba continuos correos pidiendo —más bien exigiendo— novedades sobre el
estado de la novela. Para calmar su apetito, le enviaba cada dos o tres días,
nuevas páginas y le mantenía al corriente.
Ahora escribía a todas
horas, incansablemente, esperando que descubrieran al asesino. Le puse nombre,
le puse cara, pero la incógnita seguía viva. De pronto, sentí miedo, me sentí
desprotegido. ¿Cómo no había pensado en ello? ¿Y si ese asesino en serie iba a
por mí? Yo había sido el causante de aquella macabra revelación, de que lo
estuvieran buscando. Podía querer vengarse de mí. Llamé al sargento para
pedirle protección. La calidad del sonido era muy mala. Solo pude entender que
no me preocupara. ¡Qué fácil decirlo cuando no eres tú quien está en peligro!
A falta de protección
oficial, busqué en la leñera algo contundente con lo que defenderme. Hallé un
hacha y un cuchillo de grandes dimensiones, seguramente para despellejar a un
animal. Pero también di con un objeto que no buscaba: un cuaderno con tapas
azules y del tamaño de una cuartilla. Por fin había aparecido, y en las
circunstancias más inesperadas.
Algo más relajado, pero
sin demasiadas esperanzas —¿qué haría yo con el hacha y ese cuchillo ante un
tío armado?—, decidí ponerme a leer ese cuaderno tan preciado por el viejo
después de cenar. Me daba reparo entrometerme en su vida, leer asuntos probablemente
muy personales, pero, a fin de cuentas, era un desconocido y sus secretos
estarían a buen recaudo conmigo. ¿A quién le importaría saber sus reflexiones
por muy íntimas que fueran? Sería, sin lugar a dudas, una lectura interesante
o, por lo menos, entretenida. ¿Qué podría contar ese hombre?
A medida que iba
leyendo, un sudor frío me recorría la espalda. No podía creer que lo que aquel
viejo había escrito allí fuera cierto. Había anotado, uno a uno, todos los
asesinatos. Los detallaba como si de una agenda se tratara: fechas, nombres de
pila, edades, de dónde eran, a qué se dedicaban, dónde los encontró y dónde los
mató. Había acabado con sus vidas a plena luz del día, siempre en lugares
cercanos a su cabaña. Una vez cometido el crimen, metía los cuerpos en su
furgoneta y los ocultaba momentáneamente bajo una trampilla que había
practicado en la leñera. Por la noche, al amparo de la oscuridad, sin nadie que
pudiera descubrirle, los enterraba en el pinar. Había hecho un croquis con la ubicación
de los enterramientos. En total figuraban diez nombres. Así que todavía
quedaban dos cuerpos por descubrir. Se me encendió una alarma. ¿Y si…? Sacando,
pues, fuerzas de flaqueza, me aventuré a inspeccionar ese escondrijo
subterráneo por si quedaba allí algún cuerpo. Afortunadamente estaba vacío. El
alivio que sentí me animó a volver a mi labor escritora.
Mientras tecleaba
frenéticamente —si aparecía el viejo de un momento a otro, no podría acabar de
relatar mi último descubrimiento—, el corazón me latía desbocado. Casi me
dolían las yemas de los dedos de tanto aporrear las teclas. Serían las cuatro
de la madrugada cuando terminé de escribir. Estaba agotado, no podía mantener
los ojos abiertos. Necesitaba descansar. Por la mañana, temprano, volvería al
cuartel para hacer entrega de ese macabro cuaderno.
Me desperté cuando
empezaba a clarear. Había dormido vestido. Me incorporé y fui a la cocina a
tomarme el resto del café que había sobrado de la noche anterior. Estaba frío,
pero no quise perder ni un minuto en calentarlo. Antes de salir, fui a por el
cuaderno, que había dejado junto al portátil. No había cuaderno ni portátil.
Habían desaparecido. Los busqué por todas partes, hasta en los lugares más
inverosímiles, lo que uno hace cuando ya no sabe dónde buscar. Alguien llamó
suavemente a la puerta. Al abrir, allí estaba él, plantado frente a mí,
sonriente. Y con el cuaderno en una mano.
—¿No dijo que si lo
encontraba me lo diría? ¿O no lo dijo?
—Sí, sí, lo dije, pero
es que…
—¿Es que qué? —su tono
de voz ya no era el de siempre. Parecía otra persona.
—Pues que lo encontré
justamente ayer —miento muy mal.
—Ya veo. ¿Y no lo habrá
leído, por casualidad?
—Yo…, lo siento…
No tuve tiempo de
añadir nada más. De su espalda sacó el hacha que había encontrado en la leñera
—la reconocí por la forma y color de la empuñadura— y se abalanzó sobre mí.
Tuve el suficiente reflejo para volverme y entrar en la cabaña en busca del
cuchillo que había dejado en la mesilla de noche, pero tampoco estaba. Oí una
carcajada a mis espaldas. Me volví.
—¿Buscas esto, chico?
—dijo, mostrándome el cuchillo. Estaba perdido.
La lucha duró tan solo unos
segundos. El viejo tenía una fuerza impropia para su edad. El hachazo en la
cabeza acabó con mi escasa resistencia.
Cuando volví en mí,
todo estaba oscuro. Poco a poco, mis ojos se acostumbraron a la oscuridad.
Estaba, sin duda, bajo la trampilla de la leñera y él debía estar esperando a
que oscureciera para arrastrarme hasta el bosque y deshacerse de mí. Debió
creer que estaba muerto. Notaba el típico sabor y olor a sangre, de la que
estaba empapado. Me palpé la cabeza donde me había propinado el hachazo y no
grité de milagro. Me dolía a horrores. Tenía una buena brecha. Cuando se abrió
la trampilla, fingí estar muerto. Mientras me arrastraba,
contemplé el cielo estrellado, pensando que sería la última vez que lo vería. Entretanto,
el viejo iba murmurando.
—Te creías muy listo,
¿verdad? Pero no te habrá servido de nada escribir todo eso en tu novelita.
Debo reconocer que escribes muy bien. El capítulo que acababas de escribir es
buenísimo. Hasta a mí me ha puesto los pelos de punta, ja, ja, ja. Pero nadie
lo leerá. He quemado tu maldito manuscrito y el ordenador ha quedado hecho
añicos. Nadie te echará a faltar. Les diré a todos que has vuelto a casa, pues
ya no tenías nada que hacer aquí. Nadie sabe lo que estabas escribiendo. Solo
tu editor. Y si este aparece por aquí preguntando por ti, te aseguro que no lo
contará. Nadie sospechará de mí, un pobre viejo enfermo de Alzheimer, ni tan
solo los picoletos. Nadie encontrará tu cuerpo. No voy a ser tan imbécil
de enterrarte en el mismo bosque donde enterré a los otros. Malditos idiotas.
Se creían que eran los dueños de la montaña, que podían ir donde quisieran, sin
respetar nada ni a nadie.
Aquí dejé de oír sus
palabras, pues la oscuridad volvió a cernirse sobre mí.
Un frenazo brusco me
devolvió la consciencia y unos gritos me alertaron. Estaba en la parte trasera
de la furgoneta. ¿Qué estaba ocurriendo? De pronto se abrió el portón trasero
del vehículo y vi la cara del sargento mirándome aliviado. Lo último que oí
antes de volverme a desvanecer fue:
—¿Está
usted bien?
Estuve en el hospital una semana y vivo gracias
a Martín, aunque por los pelos. Bueno y gracias a mi previsión. El viejo había
destruido mi manuscrito en papel y mi portátil mientras yo dormía, pero
ignoraba que antes de acostarme había enviado la última parte escrita a mi
editor por correo electrónico y, por si no le daba tiempo a leerlo, le envié
también un correo a su cuenta personal explicándole mi descubrimiento. Según me contó, por desgracia no pudo leerlo hasta por la tarde, a la vuelta del
trabajo, pues se había dejado el móvil privado en casa. Por poco no le da un
patatús cuando leyó mi mensaje. Mientras el viejo me mantenía todavía en la
leñera, creyéndome muerto, se puso en contacto con la Guardia Civil del pueblo
y les relató lo que yo le había contado. Cuando mi asesino frustrado me
trasladaba a otro emplazamiento —todavía no ha confesado cuál— lo interceptaron
dos coches patrulla.
Han encontrado los dos cuerpos que faltaba por
descubrir gracias a las anotaciones de su puño y letra. Su hija no puede creer
que aquel hombre tan bondadoso escondiera en su interior un monstruo de tal
calibre, o en el que se había convertido desde que su cerebro empezó a dañarse.
El juicio todavía
tardará unos meses en celebrarse. Tendré que asistir como testigo y parte
afectada. No sé si podré mirar a la cara a ese viejo loco. Solo con pensarlo
siento un terrible desasosiego.
Pero estoy feliz. La
próxima semana saldrá a la venta “La ventana”. Espero que sea todo un éxito. Y
Rebeca me ha propuesto volver a vivir juntos.
¡Hola, Josep!
ResponderEliminarMe has dejado impresionada con este maravilloso texto y desde luego con muchas más ganas de seguir leyendo.
Y, ¡felicidades! Todo el éxito del mundo.
Un abrazo.
Hola, Éowyn.
EliminarCuñanto me alegro que hayas pasado un rato agradable leyendo esta historia. Yo me lo pasé escribiéndola, je, je.
Un abrazo.
Lo ves, aquí estoy el primero para comentarte.
ResponderEliminarMe ha resultado de lo más interesante en cuanto a ritmo narrativo y desarrollo argumental. estas hecho todo un escritor de novela negra. Te auguro un éxito fulgurante con esa novela titulada "la ventana"
Espero que al viejo psicokiller le caigan tantos años en prisión como los que le queden de vida, vaya cacho cabrón.
un abrazo, Josep.
Pues ya has visto que no, alguien fue más rápido (en este caso rápida) a darle a "publicar", ja,ja,ja.
EliminarUna vez publicada esta segunda parte, la he refundido con la primera y al conjunto lo he titulado "La ventana y el bosque", nada original, je,je, pero de ahí a escribir una novela hay un largo trecho que no creo que nunca me atreva a recorrer.
Muchas gracias, Javier, por tu comentario.
Un abrazo.
Buenoooo, el segundo.
ResponderEliminar¡Caramba, menudo trago! Desde luego si para sacar el argumento de una novela hay que pasar por eso es mejor dedicarse a otra cosa y no tocar la escritura, je, je. Ha sido un relato fabuloso. He estado en ascuas hasta el último minuto. Menos mal que el pobre hombre al final sobrevivió y tuvo regalito extra con al vuelta de la tal Rebeca. Me ha gustado mucho, Josep
ResponderEliminarUn abrazo
Bueno, el protagonista buscaba inpiracion fuera de casa y eso fue precisamnete lo que consiguió, aunque no de la forma que seguramete esperaba. De todos modos, conociéndolo, creo que no le importaría volver a repetir esa experiencia o vivir una parecida a cambio de otra novela por el estilo, ja,ja,ja.
EliminarMe alegro que te haya gustado.
Un abrazo.
Muy bueno, has desarrollado una novela que promete, tal vez que insistas en los asesinatos previos, y la verdad es que está genial. Muy bueno. Si lo usas como borrador capaz que tengas en tus manos una buena novela, entre psicológica y de acción
ResponderEliminarUn abrazo
Para convertir este relato de un total de nueve páginas en una novela, no solo necesitaría añadir un antes y un después a la historia central sino "engordar" toda la trama. Debería empezar por dar a conocer a los distintos protagonistas, tanto principales como secundarios, y sus vidas. Y como soy un vago, no creo que vaya a hacerlo, je,je. Me considero un "escritor" de relatos, que es el género en el que me siento más a gusto, y más capaz.
EliminarMuchas gracias por tu comentario, Albada.
Un abrazo.
Estupendo Josep. ¡Aquí hay película! Yo desde luego si fuera productor de cine ya te hubiera enviado un correo para comprar los derechos del relato para adaptarlo a un guion cinematográfico. El cuaderno era efectivamente la clave y el verdadero "cuerpo" del crimen.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Ojalá fueras un productor de cine, Miguel, porque entonces quizá sí que me echaría de cabeza a la piscina y me pondría manos a la obra, ja,ja,ja.
EliminarDe momento, me contentaré con que te haya gustado la historia. Y si conoces a un editor que estuviera interesado en publicarme una nueva recopilación de relatos, pues ya sabes, je,je.
Otro fuerte abrazo.
Qué estupendo Josep, la trama me ha parecido fantástica; el viejo me mosqueó desde el principio por esos cambios de humor cuando le preguntaba por el cuaderno, pero no hice mucho caso pues siempre se pone como sospechoso a alguien que forma parte de la trama, pero nunca creí que estuvieran escritos en el cuaderno todos los crímenes.
ResponderEliminarMe ha encantado, unos cuantos capítulos más y haces una novela bien entretenida. ¿No va a ver más?, jajaja, no porque lo has rematado con un final estupendo para el escritor.
Un abrazo y felicitaciones.
Hola, Elda. Dando tantas pistas (el viejo, el cuaderno, los enterramientos en ese bosque) pretendía precisamente que desconfiarais y que vuestras sospechas fueron en otra dirección, je,je.
EliminarComo le decía a los compañero/as que te han precedido en los comentarios, una novela es algo a lo que no me he atrevido y creo que nunca me atreveré, y menos a mi edad, je,je.
Muchas gracias por tu entusiasmo.
Un abrazo.
Hola Josep Mª, como ya prometía el capítulo La ventana, el relato es muy bueno.
ResponderEliminarEnhorabuena.
Un abrazo.
Muchas gracias, Carmela, me alegro que te haya gustado.
EliminarUn abrazo.
Prometía la primera parte, pero la segunda no le ha ido a la zaga. Magnífico relato.
ResponderEliminarLa vuelta de Rebeca, al calor del éxito, no me parece una guinda (sino todo lo contrario) para un final feliz.
Un abrazo.
Podría decir aquello de que "lo prometido es deuda", je,je.
EliminarMe alegro de no haberte decepcionado en esta segunda y última entrega.
En todo caso, el verdadero final feliz es haber salvado la vida.
Un abrazo.
Ja ja, "zas, les rajaba el cuello". Me ha encantado; qué frase tan contundente.
ResponderEliminarVeo que has optado por el fueron "felices y comieron perdices", aunque esa vuelta de Rebeca huele mucho a interés y a que vislumbra un futuro prometedor en éxitos y dineros.
Muy bueno en todo caso.
Un beso.
Después de tanta truculencia, bien valía un final placentero.
EliminarYo también creo que la reconciliación está sustentada en un cierto interés. Ya sabes lo que dice el refrán: por el interés te quiero, Andrés.
Muchas gracias, Rosa.
Un beso.
Bueno Josep Mª, la espera ha valido la pena,... el dinamismo del relato en esta segunda parte hace que sea imposible dejar de leer hasta conocer el desenlace,... me ha encantado, te felicito!
ResponderEliminarPues me alegro que la espera, que ha sido cortita, no os quejaréis, te haya valido la pena y que el final te haya satisfecho.
EliminarUn beso.
Con tanto beso, se me ha escapado uno para ti. Esprro no haberte incomodado, ja,ja,ja.
EliminarUn abazo, ahora sí.
Por supuesto que no,... recuerdas aquella canción, ... los chicos también lloran? jajajaja
EliminarParece ser que al protagonista le mereció la pena correr tantos riesgos porque todo acabó bien. Está claro que yo nunca podré escribir una novela de éxito si hay que hacer lo que ha hecho él, porque yo, a la primera de cambio, salgo escopeteada de allí, vamos que ni siquiera creo que me atrevería a ir a una cabaña solitaria por mucha inspiración que allí haya.
ResponderEliminarBuen relato, con intriga y un final redondo.
Un beso.
Yo tampoco me habría expuesto tanto para escribir una novela, por muy falto de inspiración que estuviera, je,je. Claro que el hombre no se esperaba lo que se le vino encima.
EliminarMe alegro que te haya gustado.
Un beso.
... Pues continuamos por acá. Me engañaste de buenas buenas. El bloqueo queda en segundo plano y nos viene la intriga junto con esos macabros acontecimientos. El propio desequilibrio del personaje, la situación delirante y la continua sensación de que algo está por venir, va sobreponiéndose en la lectura. Ha llegado un momento que incluso he creido que el asesino era él mismo y que ese amigo suyo alemán, el alzeimer, era una dolencia propia reflejada en las personas que se encontraba. Y es que, llegados a un punto, cualquier cosa podría pasar. Sin embargo, lo del viejo no era una de las que me esperaba. Me engañaste con la primera parte, y es que has confeccionado cada detalle como las buenas historias de novela negra.
ResponderEliminarMe gustó mucho, sobretodo porque he podido leer original y secuela a la vez, y es que lo del "continuará" tiene su mala leche, je, je, sobretodo si te quedas con las azul ganas de saber el final.
Muy bueno, Josep.
Un abrazo.
Pues hasta aquí hemos llegado, je,je.
EliminarMe alegro mucho de que haya sido capaz de tenerte tan intrigado. El engaño acrecenta la intriga y el suspense, que era mi objetivo. Me gusta mucho poder decir "misión cumplida" cuando compruebo que el lector ha caído en las red que le he tendido, ja,ja,ja.
Muchas gracias, Pepe, por tu elogioso comentario.
Un abrazo.
Apuesto a que ya tienes construidos todos los mimbres necesarios para tejer el cesto de una apasionante y estupenda novela policiaca o de género noir. Digamos que a partir de ambas partes, sería sencillo trazar el esquema del argumento, aunque al transformarlo en novela, tienes el campo libre para extenderte en personajes, crímenes y un despistado escritor que en este mismo escenario natural, va construyendo su primera novela con ese riesgo que implica no solo triunfar con su obra, sino al mismo tiempo actuando de ingenuo detective, mientras el asesino en serie le va pisando los talones. Por tu pericia narrativa, podrías seguirle dando nuevos giros hasta completar el libro. ¡Ojalá te animes!
ResponderEliminarUn beso, Josep.
Hola, Estrella. Pues lamento decirte que no hay mimbres ni andamios para construir una novela a partir de este relato. No me creo capaz de hacer algo de tal envergadura. No solo es costoso sino que hay que elaborar todo un entramado sólido y consistente que no spolo ayude a fluir las ideas sino que también facilite la progresión de la historia, y no sé si no tengo talento, valor o ganas para enfrentarme a un reto así, je,je.
EliminarMuchas gracias, amiga, por tus ánimos y por creer que sería capaz de hacerlo.
Un beso.
Sabía yo que lo cuadernos eran interesantes... yo los hubiera buscado a la primera de cambio jejeje. Me ha gustado mucho el relato, me has tenido atrapada de principio a fin. Lo que no me queda claro es si el viejo era así por el Alzheimer, si sufría cambios de personalidad-caracter... si la enfermedad le servirá de atenuante... Sea como fuere, el prota fue suertudo, se salvó por un pelo, tiene novela,... y a la chica, un final feliz que nos deja relajados después de tanta tensión con la ventana... y ahora con el bosque... Gracias por la lectura compañero, un abrazo.
ResponderEliminarComo el escritor no veñia venir lo que se le echaba encima, nunca spspechó que el viejo udiera ser un psicópata, de los contrairo se habría dado prisa en buscar en buscar esos cuadernos tan sospechosos, je,je.
EliminarIgnoro lo que se cocía en el cerebro del viejo. Igual la demencia disparó sus tendencias psicopáticas, vaya usted a saber, je,je.
Me alegro que te haya complacido el final. Después de tantas tribulaciones, era lo que el pobre protagonista merecía.
Un abrazo.
Joder, como para fiarse de los jubilados!! ;)
ResponderEliminarUn abrazo
Sí, hay jubilados, como yo, que se toman la vida en plan tranquilo, y otros, en cambio, que se divierten haciendo de las suyas, ja,ja,ja.
EliminarUn abrazo.
Jo, ¡así si se escribe una novela! Paz, soledad, naturaleza y un psicópata cerca a falta de las musas, je, je, je... Una historia muy a lo Stephen King y que desde luego que daría para una película o novela. ¿Quién sabe si esa La ventana no pueda convertirse en una novela real? No guardes este argumento demasiado lejos... Un fuerte abrazo!!
ResponderEliminarPor desgracias, el tema ya está "tocado". Si convirtiera este relato en novela, no me la compraríais porque ya conoceríais el final, ja,ja,ja.
EliminarLos psicópatas de una cierta edad deben buscan momentos de máxima tranquildad para cometer sus asesinatos, je,je.
Un abrazo, David.
Hola, Josep. Leí este capítulo con los pelos de punta. El hecho de que el narrador sea un escritor y que se involucre tan hondo en la trama asesina ha sido doblemente efectivo. Los que escribimos tememos a veces mezclarnos con la historia y a este escritor, encima lo quieren matar. Un golazo.
ResponderEliminarTe mando un abrazo y ya estoy suscripta a los correos por si siguen las historias.
Hola, Mirna. Pues espero que, una vez terminada la lectura, tus pelos volvieran a su estado normal, ja,ja,ja.
EliminarMe alegro haberte tenido tan interesada por esta historia de fición.
Un abrazo.