Hoy vuelvo al género de humor romántico recuperando al desdichado protagonista de amores no correspondidos. Para quienes no lo recordéis o queráis refrescar la memoria, podéis encontrar la primera parte AQUÍ, la segunda AQUÍ, y la tercera AQUÍ.
Estamos en el 2021 y, a pesar de la pandemia,
Teodoro hace un año que se licenció en Biología.
Su enamoramiento de
Catalina, la profesora de matemáticas, y su posterior encuentro con su antiguo
amor, Ana Quintana, quedan muy lejos. Por aquel entonces tenía dieciocho años y
ahora acaba de cumplir los veinticuatro. Ya es todo un hombre y tiene a sus
espaldas un expediente académico brillante, cosa que no es de extrañar, habida
cuenta de que, una vez decidió olvidarse de las mujeres, todo el tiempo libre
que tenía, que era todo el que no ocupaba sus necesidades fisiológicas básicas
para subsistir —comer, dormir e ir al baño—, lo había dedicado al estudio. De
todos modos, todas las chicas guapas de su curso tenían pareja y a Ana no
volvió a verla.
Ahora está haciendo el doctorado en el departamento de Microbiología de la Facultad. Les ha explicado repetidamente a sus padres sobre qué versa su tesis, pero no entienden ni un carajo.
En el
departamento abundan las mujeres, pero no está dispuesto a ligar, aunque
tampoco ve posibilidades de éxito.
Su vida ha discurrido
de forma insulsa y anodina hasta que un día, paseando por la calle Pelayo, en
dirección a El Corte Inglés de la plaza de Catalunya, se cruzó con ella. ¿Que
con quién? Quién va a ser. ¡Con la mismísima Ana Quintana! A pesar de la
mascarilla, la reconoció al instante. Cómo olvidar aquellos ojos que lo habían
hipnotizado y esa cabellera rubia.
Iba sola y caminaba muy
deprisa en sentido contrario. Como la calle, a pesar de las advertencias
sanitarias, estaba repleta de viandantes, casi se dan de bruces. A Teo se le
iluminó la cara, pero en cuestión de segundos se le oscureció, pues a su saludo
con un alegre «¡hola!» ella le respondió con un seco «¡adiós!». ¿Tendría
prisa o simplemente no quería perder ni un segundo con él?
Y entonces recordó
aquel último trimestre del primer curso de Biología, cuando coincidió con ella
en las clases de refuerzo de matemáticas. Recordó también que, si bien no se
había mostrado muy habladora, por lo menos no lo evitaba y siempre le dedicaba
una tímida sonrisa. Teo nunca le preguntó si seguía con “el manazas” y jamás la
vio llegar a clase acompañada, como le había ocurrido anteriormente con la
profesora. ¿Esperaba que fuera él quien diera el primer paso? Si ella le había
dejado claro, en aquel pseudo quinteto que le dedicó en el instituto, que le
gustaba otro, cómo podía esperar que él insistiera, con lo que le dolía que le
dieran calabazas. Y si lo había dejado con ese tipo, bien podía ser ella quien se
lo dijera, sabiendo los sentimientos que Teo albergaba.
El caso es que en ese
efímero y ocasional encuentro callejero se vio a las claras que Ana no estaba
por la labor.
Cuando Teo llegó a El
Corte Inglés se fue directo a la sección de música y salió del establecimiento
con un CD de Maroon 5. Lo compró por un impulso, porque recordaba que Ana le
había dicho en una ocasión que le gustaba mucho ese grupo y, además, el título
le resultaba sugerente: Girls like you (chicas como tú).
Desde entonces, cada
vez que escucha ese disco, siente una gran melancolía, pues le viene a la
memoria su amada Ana y el corte que le dio cuando se cruzaron en la calle
Pelayo. Aun la ve alejarse a paso ligero sin volver la vista atrás, mientras
él, parado como una estaca clavada en el suelo, comprendió que su oportunidad
por recuperarla había volado definitivamente.
Pero la vida continúa
—se dijo— y, por lo tanto, haciendo caso de la máxima que afirma que un clavo
saca a otro clavo, se prometió olvidarse de aquella Ana Quintana que tantos
desvelos le había provocado y dejar que el destino hiciera su trabajo.
Casualidad o no, a principios de año, entró a
formar parte de la plantilla de doctorandos una chica que le recuerda muchísimo
a Ana. Y como el subconsciente hace de las suyas, Teodoro no ha podido evitar quedarse
prendado de ella. Pero a la sorpresa inicial por esa semejanza física, le
siguió una mucho mayor: la nueva compañera también se llama Quintana, Cristina
Quintana. Dos Quintanas que se parecen casi como dos gotas de agua no es
normal, se dijo Teo. Así que le preguntó si tenía alguna pariente cercana que
se llamara Ana y que había estudiado Químicas.
—Pues sí, tengo una
prima hermana, un año menor que yo, que se llama Ana y que el año pasado se
licenció en Químicas. ¿Por qué lo preguntas?
Resultó que Cristina
era hija de una hermana gemela idéntica de la madre de Ana, de ahí el gran
parecido.
Desde ese instante, Teo
se ha debatido entre la atracción irresistible y el rechazo preventivo. Pero
pensándolo bien, ¿qué tenía de malo enamorarse de una prima de Ana? No
infringía ningún precepto moral. Y si algún día coincidían en una reunión
familiar, no tenía de qué preocuparse, pues Ana no sentía ni había sentido nada
por él.
—Pero las mujeres son
muy especiales en estas cuestiones. Sé de casos en que dos chicas se han
peleado porque una de ellas de había ennoviado con el ex de la otra —le confesó
un día, ante una jarra de cerveza, a Julián, el único amigo que había hecho en
el departamento.
—Sí que son muy miradas
en estas cosas. Porque a ver, ¿qué más te da que tu ex se líe con un amigo tuyo
si ya lo habéis dejado y ya no sentís nada el uno por el otro? —corroboró el
amigo.
—Eso es lo que yo digo.
Pero no sé…
—A ti te gusta
Cristina, ¿no?
—Pues sí.
—Y a ella, ¿crees que
le gustas?
—Pues no lo sé muy
bien. Lo único que puedo decir es que parece que me mira con buenos ojos, pero yo
soy experto en malinterpretar a las mujeres. Igual tan solo es simpatía lo que
siente por mí.
—Oye, no seas tan mojigato
y lánzate de una vez. El no ya lo tienes.
—Eso ya lo he oído
muchas veces, pero me da apuro quedar como un tonto.
—Más vale quedar como
un tonto que perder una gran oportunidad. No la conozco, pero creo que Cristina
bien vale arriesgarse.
Y Teodoro se arriesgó. Y una tarde, cuando vio
que su nueva enamorada recogía sus cosas y se preparaba para marcharse, la
abordó.
—Esto… Cristina, ¿te
apetecería tomar unas cañas en el bar de enfrente? Es que me gustaría hablar
contigo de una cosa.
—¿Y no me lo puedes
decir aquí y ahora? —Mal comienzo.
—Es que es muy personal
y aquí me pueden oír —dicho lo cual los ojos de Cristina se entrecerraron, como
si quisiera leerle la mente. El único rasgo que a Teo le dio cierta confianza
fue que acompañó esa mirada escrutadora con una sonrisa maliciosa. ¿Adivinaba
lo que le esperaba?
Una vez sentados en un
rincón del bar, abarrotado de estudiantes, Teo se armó de valor y, poniendo
toda la carne en el asador, se le declaró a la antigua usanza, aunque esta vez
sin poemas de por medio.
—Mi prima ya me puso en
antecedentes —fue lo primero que le dijo Cristina al término de la perorata que
Teo le soltó sin apenas darse un respiro —. Cuando le conté que te había
conocido, quién eras y lo que me habías preguntado, te recordó y me contó que
coincidisteis en el instituto y luego en la Universidad, en una clase de repaso
de…
—De matemáticas.
—Eso. Y también me
contó lo de los poemas que le habías dedicado y todo lo demás —Teo no quiso
preguntar qué era todo lo demás, pero se lo imaginaba. Vamos, que lo había
ridiculizado.
—No pongas esa cara,
hombre. A mí me pareció muy romántico. Hoy día ya no quedan hombres así. Me
pareces un chico estupendo, y muy mono —¿muy mono? Y eso ¿qué quiere decir?
Nada bueno, supuso Teo.
—¿Y también te contó el
desplante que me hizo en plena calle cuando un día nos cruzamos?
—Ah, sí, eso también.
Me dijo que no supo reaccionar. Verte después de tanto tiempo…
—Bueno, eso ya es agua
pasada, ya está olvidado —afirmó Teo sin demasiado convencimiento—. Pero ¿qué
opinas sobre lo que te acabo de decir?
—Cuando me has
propuesto tomar unas cañas, ya me imaginaba lo que querías decirme, pero no he
querido ser descortés y te he seguido el rollo —¿el rollo?, vaya forma de
expresarlo, pensó Teodoro—. El caso es que me caes muy bien, pero no eres mi
tipo y, además, tengo pareja. Lo siento.
Teo estuvo un tiempo pensando si no sería mejor
meterse a monje de clausura. Pero lo del celibato seguía sin atraerle, y mucho
menos lo del voto de castidad. Pero, a fin de cuentas, sin haber tomado ese
voto, más casto no podía ser, maldita sea, aunque fuera contra su voluntad. Con
lo que le gustaba el canto, de haber vivido en el siglo XVII, se habría
presentado para Castrati.
Ahora tendría que
soportar la tortura de ver a diario a Cristina Quintana e intentar disimular su
nueva decepción amorosa. «Eres un inútil, un pringao, un don nadie»,
se repetía Teodoro. Has vuelto al ataque y has sido derrotado de nuevo.
A Teo no le quedó otro
remedio que dedicarse en cuerpo y alma a su tesis. Parecía estar condenado al
estudio eterno y sin recompensa. Moriría sin haber conocido el amor
correspondido ni el placer de la carne. Y él no iría jamás a un prostíbulo. No
era de ese tipo de hombres. Tenía sus principios morales, su dignidad. Jamás pagaría
por tener sexo. Ya se las compondría solo, como siempre había hecho. Un
sucedáneo como cualquier otro. Como tomar achicoria en lugar de café. Bueno,
tanto como eso no. Ya se había acostumbrado.
Y en esas cavilaciones
estaba, cuando, de repente, la voz de Cristina le sobresaltó.
—Teo, mi prima me ha
dicho que, si quieres, podríais quedar un día. Le gustaría hablar contigo.
—¿Hablar conmigo? ¿De
qué?
—Ay no sé, chico, no me
lo ha dicho ni se lo he preguntado. ¿Quieres o no?
—Pues…, vale, sí,
claro.
A las seis de la tarde del día siguiente, Teo
aparece puntual en el Café Zúrich, de Plaza Catalunya, donde Ana le había
citado. Solo le envió un escueto wasap diciendo “quiero verte” junto a un Emoji
de una carita sonriente y un corazoncito. Está hecho un manojo de nervios. Está
claro que todavía siente algo por esa chica que le dio calabazas. La busca
entre las mesas de la terraza, pero no la ve. Está a punto de llamarla al móvil
o enviarle un wasap, cuando un camarero se le acerca.
—¿Eres Teodoro Montoro?
—le pregunta.
—Sí, soy yo,
—Pues una chica, muy guapa,
dicho sea de paso y si me lo permites, me ha dado este sobre para que te lo
entregue.
Teo abre el sobre, nervioso, como el que espera recibir una noticia que no sabe si será buena o mala, saca un papelito que hay dentro y lee:
Llegué a pensar que no
te quería
Porque ignoraba mis
sentimientos
No supe apreciar lo que
tenía
Hasta darme cuenta de
lo que perdía
Y no poder sacarte de mis pensamientos
P.D.- No es un quinteto para un sobresaliente, pero por lo menos es mucho mejor que el que te dediqué en el Instituto.
Al levantar la vista
del papel, la ve, sentada a una mesa del fondo. Le saluda con la mano. Está
guapísima.
A Teo le tiemblan las
piernas, pero se lía la manta a la cabeza y decide echarse a la piscina. Solo
espera que esté llena y no se lleve un buen porrazo. Llega a la altura de Ana,
que le sonríe tímidamente. Esta se levanta y le da dos besos en sendas
mejillas. Teo se sienta y respira hondo.
Si esto fuera una película, la cámara se alejaría lentamente sin dejar de encuadrar a la pareja de tortolitos, y al final, a lo lejos, se vería cómo ella le besa a él, dulcemente, en los labios.